Fu Sinian llevó a Shi Qian de vuelta a su habitación y la colocó en la cama.
Shi Qian aún no se había divertido.
En el pasado, no sabía jugar ajedrez y lo aprendió del Viejo Maestro. Ahora que acababa de entenderlo, sentía que era divertido.
—Son solo las ocho. ¿Desde cuándo te vas a dormir tan temprano? —dijo Shi Qian.
—Eres mi esposa. ¿Por qué debe él monopolizarte? —preguntó Fu Sinian.
—¡Quién es tu esposa! —replicó Shi Qian.
—¿No lo eres? ¿Estás segura de que no me llamarás Esposo más tarde? —insistió Fu Sinian.
Su rostro se puso rojo. Cogió una almohada y estaba a punto de lanzársela a Fu Sinian cuando un libro cayó de la almohada.
—¿Qué es esto? —Shi Qian lo recogió.
Al pasar a la primera página, no pudo evitar reír. —¿El libro de las virtudes masculinas? —se mofó.
Echó un vistazo a la caligrafía. Estaba escrito personalmente por el anciano maestro.
—Primera regla: No puedes desobedecer las órdenes de tu esposa. Tienes que ser obediente con ella.
