El aeropuerto estaba lleno de gente y las voces del radio resonaban en lo alto.
Por primera vez, a Cheng Juan le pareció que el sonido del radio arriba era muy molesto.
Bajó la mirada y la observó sin evasión.
Vestida con su suéter negro de siempre, el cabello descuidado de Qin Ran colgaba casualmente al lado de sus lóbulos. Desde un costado, su figura era fría y delgada, con un contorno delicado.
Cheng Juan vio que ella no respondía y apretó su agarre.
Este tipo de postura era demasiado cercana, y el calor de su aliento le golpeó las orejas cuando habló, transmitiendo pequeñas corrientes eléctricas que le adormecían las yemas de los dedos.
Las pestañas de Qin Ran temblaron. —No te acerques tanto.
Sus labios ligeramente más oscuros estaban fruncidos, y su tez blanca como la nieve era suave y gentil. Su frialdad e indiferencia habituales habían desaparecido, su voz era baja y seductora, revolviendo las cuerdas de su corazón. —Entonces, ¿lo vas a considerar?