En la villa suburbana.
—Repite lo que acabas de decir —ordenó Padre Su, mirando fijamente a la persona ante él, con voz fría.
El subordinado, temblando por completo, tartamudeó:
—Llegaron noticias de la isla, las dos personas encerradas allá... han escapado.
En un arrebato de ira, Padre Su agarró un vaso de la mesa y lo lanzó al suelo. El vaso se hizo añicos, y sus fragmentos se incrustaron en la mano del subordinado, de la cual fluía sangre fresca incesantemente.
El subordinado, demasiado asustado para resistir, bajó la cabeza una vez más.
—¿Cuándo escaparon? —exigió Padre Su, apretando los dientes.
—Hace... hace cinco días... —respondió el subordinado.
Furioso, los ojos de Padre Su se agrandaron mientras reprendía:
—¿Qué hacen ustedes normalmente? ¡Tantos y no podían vigilar a dos personas! Busquen, vayan a encontrarlos ahora. Si no pueden, ¡encerraré a todos ustedes inútiles en la isla!
Aterrorizado, el subordinado se arrodilló, asegurando repetidamente:
