Al día siguiente, la luz del sol se filtraba a través del dormitorio.
Su Ting abrió los ojos, levantando una mano para frotarse la frente dolorida, mirando a su alrededor confundido, sin entender la situación.
Los recuerdos inundaron su mente como una marea, calentándosele los lóbulos de las orejas.
Gu Dai abrió la puerta para encontrar a Su Ting tumbado en la cama, aturdido. Al verla, rápidamente se cubrió la cabeza con las mantas, y luego asomó de nuevo, susurrando —Hermana, anoche nosotros…
Gu Dai asintió, colocando un tazón de gachas blancas en la mesa —Deberías llamarme simplemente Daidai. De lo contrario, sentiré como que estoy cometiendo un crimen.
Su Ting obedientemente exclamó —Daidai.
Cuando Su Ting trató de sentarse, no esperaba deslizarse de nuevo hacia la cama a mitad de camino.
Se quedó helado, perplejo —Hago ejercicio regularmente. ¿Por qué estoy tan débil? ¿Fue anoche tan intenso?
