Con ojos fríos e inexpresivos y un tono tan escalofriante como si viniera de las profundidades del inframundo, el comportamiento de Nan Yan enviaba escalofríos por la espina dorsal de An Muyao.
Ella no había anticipado la audacia de Nan Yan para atacarla de esta forma.
—¡An Xiran, estrángulate! —ordenó An Muyao sin dudarlo, y An Xiran inmediatamente se agarró la garganta, apretándola tan fuerte que sus yemas de los dedos se volvieron blancas.
—Nan Yan, si no me liberas ahora, tu cuarto hermano se asfixiará hasta la muerte, y tendrás que verlo morir justo frente a tus ojos —desafió An Muyao.
Estaba jugándosela. Nan Yan ciertamente no podría quedarse de brazos cruzados y ver a An Xiran suicidarse. Sin embargo, An Muyao estaba equivocada si pensaba que esto intimidaría a Nan Yan.
Con una mano aún agarrando la garganta de An Muyao, Nan Yan golpeó rápidamente el cuello de An Xiran con la otra.
