Después de regresar del hospital, Nan Yan se echó una siesta.
Cuando se despertó, ya eran las 11:30 de la noche.
Había dormido cerca de tres horas, y al abrir los ojos en la oscuridad de la habitación, su mente tardó un momento en despejarse.
Alcanzando su teléfono en la mesita de noche, encendió la pantalla y encontró varios mensajes. Los leyó uno por uno, respondió a algunos, e ignoró el resto.
Justo después de responder a Shen Junqing, él la llamó.
—Yanyan, la persona que querías está en el Hotel Lantis, siendo vigilada por Tang Cheng. ¿Cuándo planeas ir? —preguntó.
Nan Yan bostezó y respondió:
—Mañana, ya es muy tarde ahora.
—Está bien, pero ¿qué planeas hacer con esa mujer? —Shen Junqing soltó una risita maliciosa—. Si quieres matarla, no lo hagas tú misma. Tang Cheng se encargará. Después de todo, China es un país gobernado por la ley, y el asesinato conlleva penas graves.
Nan Yan replicó: