Capítulo 1: El Nuevo Orden
Parte 1
Ymonesou estaba angustiada, su corazón palpitaba rápido y fuerte, resonando en su pecho como un tambor. Miraba el reflejo de la luna llena en el estanque, hipnotizada por el brillo plateado que se deslizaba suavemente sobre la superficie del agua. El aire nocturno estaba cargado de un peso paranoico, un presagio de algo siniestro. Sus ojos, grandes y azules, buscaban paz en la desconexión de la realidad, pero no podía.
Con un último vistazo al estanque, Ymonesou se dirigió a la mansión, sus pensamientos aún nublados por la ansiedad. La mansión se alzaba robusta en la distancia, sus luces amarillas brillando en el negro horizonte. Ymonesou sintió una punzada de ansiedad al pensar en regresar. Sus pasos eran ligeros pero lentos mientras se acercaba al hermoso edificio adaptado para maravillosos eventos.
Subiendo los peldaños de piedra hacia la mansión, Ymonesou recordaba las escenas que tanto le molestaban: las constantes peleas entre los líderes. El dueño de la mansión nunca estaba, siempre ocupado en negocios lejanos, dejando a su amigo Lucas a cargo. Lucas, el gestor y mayordomo, era derrochador y complaciente, gastando los fondos en espectáculos costosos que ganaban fama, pero no eran rentables.
Al abrir la puerta de la sala principal, sus ojos se encontraron con los de Lizen, que resaltaban entre los tonos pastel de la sala. Lizen, con su vestido rojo ajustado y movimientos amplios, era una visión familiar pero desconcertante en ese momento. Aunque sostenía una escoba, no parecía estar concentrada en limpiar.
—Ymonesou, me duele algo en la espalda. ¿Puedes revisar? —dijo Lizen, su voz suave con una nota de malestar.
Ymonesou soltó un suspiro pesado y se concentró. Sin responder de inmediato, movió sus manos a la espalda de Lizen.
—Lizen, no me gusta que aparezcas así de repente... perdón por quejarme —dijo Ymonesou, con su voz aún teñida de angustia. Sentía una responsabilidad especial hacia Lizen, y concentrarse en ayudarla siempre aliviaba un poco su propia ansiedad.
Lizen notó la desvanecida energía de Ymonesou.
—Cariño… ¿Qué pasa contigo? —preguntó.
Allí mismo, en la puerta de la sala principal, Ymonesou comenzó a desabrochar con cuidado el vestido rojo de Lizen, botón por botón. Su respiración se volvió más lenta y profunda mientras revelaba la piel sintética que cubría el mecanismo androide de Lizen. Introdujo su mano para encontrar la falla, su mente enfocada solo en la tarea.
—Me preocupan las peleas entre Ana y Lucas. Lucas siempre ha sido generoso con nosotras, y hemos tenido una vida cómoda aquí. Pero... temo que todo eso se acabe —dijo Ymonesou mientras revisaba el interior de Lizen.
Delicadamente, levantó la piel y se concentró en no equivocarse ni hacer molestar a Lizen. Revisó dentro del mecanismo, metiendo la mano para encontrar fallas. El sentimiento de ser útil enorgullecía su espíritu ansioso. Lizen estaba feliz con Ymonesou a su servicio y dándole atención, no la quería sacar de su concentración y solo la miraba con una sonrisa.
—Te preocupas de más, Ymonesou. Seguro que llegarán a un acuerdo, además... yo siempre te cuido —dijo Lizen con relajo. Esas últimas palabras hacían sentir a Ymonesou como si tuviera una deuda con Lizen.
El engranaje de plástico barato verde que encontró Ymonesou estaba claramente dañado, sus dientes doblados y deformados. Ymonesou sintió una especie de alivio frío al encontrar el problema, su mente se concentró en el ahora en lugar de los malos escenarios de su mente. Lizen, por su parte, levantó su pelo amarillo con una mano, exponiendo más de su espalda. Su expresión mostraba una mezcla de alivio y una pícara satisfacción. El contacto de los dedos de Ymonesou en su piel sintética le provocaba una sensación cosquilleo, algo que disfrutaba de parte de su amiga.
—Sigo preocupada. ¿Y si Ana tiene razón? ¿Y si Lucas es despedido por regalarnos todo lo que pedimos? —dijo Ymonesou mientras miraba dentro de Lizen.
Al sacar el engranaje dañado, Ymonesou sintió una chispa breve al ver la sonrisa insinuante en el rostro de Lizen. Era una sonrisa traviesa, que se reflejaba en sus ojos azules. Ymonesou cerró con cuidado la piel y el vestido de Lizen, sintiendo la textura de la piel y sonriendo a Lizen devuelta.
Lizen río condescendiente y sarcásticamente dijo:
—Entonces aprovechemos lo que nos queda —esperando una confirmación de Ymonesou, pero ella la veía incrédula.
Rompiendo el silencio, justo cuando estaba a punto de apartarse, Lizen tomó su mano y la guio hacia la biblioteca, que estaba justo enfrente de la entrada de la sala principal.
—Quiero vacacionar contigo —dijo Lizen de repente.
La propuesta de Lizen tomó por sorpresa a Ymonesou. Parpadeó varias veces intentando entender lo que escuchó. Mientras seguía a Lizen, sus pensamientos giraban en torno a la extraña mezcla de timidez y afecto que sentía hacia ella. Esos inesperados actos de Lizen siempre la sacaban de sus rutinarias y pequeñas expectativas; además, su ánimo le emocionaba y asustaba al mismo tiempo. Quería divertirse y estar a la altura de las expectativas de Lizen.
—¿Por qué? —dijo Ymonesou, extrañada.
—Estás muy estresada, deberíamos salir unos días —dijo Lizen colocando una mano sobre el hombro de Ymonesou.
Entraron en la biblioteca, un lugar acogedor pero solemne, con las sombras danzando en las paredes gracias a la luz de la chimenea.
—Estoy segura de que Lucas nos concederá el viaje —Lizen reía de felicidad al decirlo.
Lizen se apresuró emocionada, agachándose a recoger unos libros y revisando unas páginas. Buscaba un grueso libro rojo en los estantes mientras continuaba hablando.
—Quiero que vayamos juntas a un lugar especial —dijo, finalmente encontrando el libro y levantándose. Colocó el libro abierto frente a su vientre. La imagen de un lago bajo la luz de fuego proyectaba una promesa de tranquilidad y belleza.
Ymonesou cambiaba de opinión lentamente.
—¿Tú crees? —deseando creerlo.
Mientras balanceaba sus caderas de manera sugerente, Lizen insinuaba un encuentro íntimo en ese lugar. Ymonesou sintió cómo una ola de calor subía desde su estómago hasta sus mejillas. Inclinó su cuerpo a un lado, cruzando las manos detrás de su espalda, tratando de mantener una apariencia de indiferencia mientras divagaba para esconder su interés. Miró al techo, buscando un escape en los detalles de las molduras, pero sus pensamientos seguían regresando a la propuesta de Lizen.
—Por supuesto. Tú trabajas mucho, aunque no se te exija. Lucas ha cedido a pedidos así por menos. —Lizen aseguraba con total certeza.
Parte 2
De repente, el ambiente cargado de expectativas se rompió con el estruendoso sonido de un disparo. El ruido resonó fuerte en las paredes, y Ymonesou sintió que su corazón daba un vuelco doloroso, al igual que sus tímpanos que zumbaban por la intensidad del sonido. Sus ojos, expresando el sobresalto, se dirigieron a la puerta; el disparo había venido del otro lado de la biblioteca, donde la mansión se sumía en un inquietante silencio.
En total silencio, Ymonesou y Lizen se acercaron, tapándose los oídos mientras sus cuerpos empezaban a temblar. No se decían nada, solo se miraban mutuamente, viendo sus expresiones de horror reflejadas. La premonición de algo malo que Ymonesou había sentido al inicio de la noche regresó con una fuerza arrolladora. Sin poder pensar claramente, abrió la puerta de la biblioteca, que daba hacia la sala principal, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
La escena que encontró era devastadora. El cocinero yacía en el suelo, boca abajo, con un charco de sangre expandiéndose lentamente alrededor del suelo de mármol. El olor quemado ensuciaba el aire. El mayordomo y Jisi llegaron corriendo, sus rostros reflejaban una mezcla de horror y urgencia. El mayordomo, Lucas titubeaba al acercarse mientras parecía confundido y atontado.
La escena que encontró era devastadora. El cocinero yacía en el suelo, boca abajo, con un charco de sangre expandiéndose lentamente alrededor de su cuerpo inerte. La sangre, roja y densa, formaba un contraste aterrador con el suelo de mármol. El mayordomo y Jisi llegaron corriendo, sus rostros reflejaban una mezcla de horror y urgencia.
—¡Ymonesou, trae el botiquín del estante! —gritó el mayordomo, su voz rasgando el aire cargado de tensión.
Ymonesou, con su vestido negro ondeando tras de ella, corrió hacia la caja gris donde se guardaban los paquetes de primeros auxilios. Sus manos temblaban mientras sacaba vendas, tijeras y otros suministros, tratando de ignorar el peso de la situación.
Pero entonces, su mano chocó con algo, sintió algo caliente con la punta de sus dedos. ¿Qué era eso? No podía reconocer lo que sentía: la textura, la forma… solo le quedaba mirar: un pequeño revólver apuntando hacia arriba entre los suministros. Su cuerpo se heló y un mareo repentino la invadió, casi haciéndola caer. Sentía cómo la sangre abandonaba su rostro, dejándola pálida y temblorosa. Intentó soltar un grito, pero lo reprimió de inmediato, llevándose una mano a la boca.
Su primer impulso fue retroceder, alejarse del arma. Pero sabía que tenía que mantener la compostura. Sus dedos temblorosos se cerraron alrededor de las gasas y tijeras que necesitaba, mientras su mente luchaba por ignorar el hallazgo. Sentía que todos los ojos en la sala la observaban, aunque apenas podía ver más allá del pánico que nublaba su visión. Seguía revolviendo la caja sin tocar de nuevo el arma, intentando desesperadamente mantener una apariencia de normalidad, tratando de calmar su respiración entrecortada.
¿Qué iba a hacer? ¿Quién había puesto esa arma allí? ¿Iban a culparla a ella? Cada movimiento era una lucha por mantener la compostura. El pánico se apoderaba de su mente, imaginando todas las posibles consecuencias, cada una más terrible que la anterior. Pero no tenía tiempo para paralizarse; el cocinero necesitaba ayuda, y ella debía mantenerse útil. Sin embargo, los demás la observaban revolver dentro de la caja frenéticamente, llamando la atención con sus extraños movimientos y expresiones.
Ana, la jefa de seguridad, llegó con sus guardias, también androides como Lizen e Ymonesou. Su presencia era imponente; su postura erguida y sus movimientos sueltos irradiaban autoridad. Con una sonrisa burlona y los brazos cruzados en una posición victoriosa, miró a Ymonesou directamente a los ojos, una mezcla de desprecio y satisfacción se marcaba en su rostro.
Ymonesou no la había visto llegar, pero los otros sí, aliviados en parte porque era la autoridad a cargo en estos temas, pero también preocupados por el carácter complicado de Ana, quien gustaba de vestir de forma demasiado estilizada para lo que se esperaba en su trabajo. Los guardias, todos idénticos unos a otros, rodearon la escena y a los espectadores en la habitación, dando indicaciones de no moverse y de alejarse del cocinero en el suelo como también de la pistola.
—¿Qué estás haciendo? —Ana preguntó, su voz fría y acusatoria, como si ya hubiera decidido la culpabilidad de Ymonesou.
Ymonesou, al escuchar la pregunta de Ana, sintió que un escalofrío recorría su columna vertebral. Levantó la vista y encontró los ojos fríos de Ana, que ahora se habían transformado en una expresión enojada e incriminatoria. El cambio en el rostro de Ana fue instantáneo.
—¿Qué tienes ahí? —le preguntó Ana, su tono grave y severo, como si ya hubiera juzgado y condenado a Ymonesou en su mente.
Ymonesou sintió que sus palabras se formaban lentamente en su boca, casi con dificultad, deseando desaparecer. Sus labios temblaron antes de pronunciar las palabras que ni ella misma podía creer.
—Es... una pistola —dijo Ymonesou, con la voz apenas un susurro, cargada de incredulidad y temor. No intentó ocultar lo que había visto en la caja; no había lugar para esconderse bajo la mirada penetrante de Ana.
El ruido de las conversaciones no paraba con las palabras de Ana, aunque ella quería verse magnánima, pero si con las palabras de Ymonesou al mencionar una pistola.
El mayordomo, que estaba concentrado en el cocinero herido, levantó la voz, rasgando el silencio tenso que se había formado en la sala.
—¡Ymonesou, trae las cosas de una vez para atender al cocinero! —gritó, su tono urgente y desesperado.
Ymonesou se apresuró, sintiendo cómo su corazón martilleaba en su pecho. Con manos temblorosas, recogió las gasas, tijeras y alcohol, tratando de mantener la calma a pesar de la vergüenza que se desataba en su interior. Su mente era un bombeo de pensamientos fatalistas, y cada movimiento que hacía parecía requerir un esfuerzo consciente monumental.
Nadie quería reaccionar a favor del cocinero, Ymonesou tampoco pero como se lo ordenaron directamente a ella, lo hizo.
Mientras Ymonesou y el mayordomo atendían al herido, el resto de la sala estaba en un estado de agitación controlada. Lizen, Ana y otros empleados se acercaron a la caja, sus rostros una mezcla de curiosidad y horror al descubrir el pequeño revólver. La presencia del arma parecía cargar el aire con incertidumbre ¿Qué haremos? Mientras se expandía el rumor entre todos los empleados que variaban entre decoradores, técnicos de iluminación y meseros, entre otras ocupaciones relacionados a los eventos, hubo muchas reacciones entre curiosidad y pánico, entre gritos y gente tomándose la cabeza. Algunos sacaban sus teléfonos para grabar y otros intentaron huir de la mansión a través de las salas lujosas de suaves colores creando riñas entre estos últimos y los guardias que estaban bloqueando las puertas con adornos de relieve y los portones de acero negro como también la señal de internet. Las quejas y gritos por respuestas se hacían notar en toda la mansión y el ruido de los pasos desordenados llenaban el aire.
El mayordomo, después de intentar reanimar al cocinero, puso de lado su cabeza con cuidado, pero ya era demasiado tarde. La muerte del cocinero congelaba en el ambiente como una advertencia, pesando sobre todos los presentes. Ana, con pasos largos y presuntuosos, caminó hasta el centro de la sala, asegurándose de que todos pudieran escucharla. Su porte era el de una reina dictando órdenes, su voz firme y autoritaria.
—Nadie puede irse de la mansión sin que se sepa quién mató a Roberto, el cocinero —anunció Ana, su voz resonando con autoridad incuestionable. Sus ojos se clavaron en Ymonesou. —Ymonesou, tú eres sospechosa de matarlo —dijo, dejando que sus palabras cayeran como un martillo sobre la aterrorizada Ymonesou.
Sus ojos se abrieron en una expresión de incredulidad. El suelo parecía hundirse bajo sus pies y una sensación de pánico la envolvió. No sabía qué hacer. ¿Defenderse? ¿Negarlo todo? ¿Salir corriendo? Sentía su cerebro arrugarse de estrés. Se paralizó, sintiendo cómo el calor subía a su rostro mientras se ponía roja de vergüenza. Las miradas de los demás se clavaban en ella como una ola llena de piedras. ¿Qué sería de ella? ¿De Lizen? ¿De su vida? La culpa la asfixiaba, aunque sabía que era inocente. En ese momento, deseó con todas sus fuerzas poder desaparecer.
Parte 3
Lizen, notando la injusticia y el impacto en Ymonesou, se acercó de inmediato. Su rostro era una máscara de molestia mientras balanceaba bruscamente sus manos al caminar hacia Ana. Pisoteaba el suelo a propósito, haciendo un ruido fuerte en cada paso, y sus ojos naranjas brillaban con furia, liberando su mirada sobre Ana.
—¡Tu acusación es absurda! —dijo Lizen con rabia, su voz cargada de indignación.
Ana, mirando hacia abajo debido a la menor estatura de Lizen, no pudo evitar mostrar un instante de incomodidad en su expresión. Los guardias, hasta entonces concentrados en su tarea, intercambiaron miradas, notando el cambio en la atmósfera. Estaban atentos, porque Lizen parecía querer abalanzarse contra Ana.
Ymonesou, observando la confrontación, sintió que la vida volvía a ella. La defensa agresiva de Lizen le proporcionaba un breve alivio en medio del caos que la rodeaba.
Los empleados y androides, confundidos e ignorantes, miraron a Ymonesou como culpable solo porque Ana lo había dicho. La sala se llenó de susurros y miradas acusadoras, creando un ambiente de especulación. Sin embargo, Clara, una de las empleadas más antiguas y respetadas, con una expresión de indignación en su rostro, dio un paso adelante.
Ana la miró con superioridad.
—No puedes acusar a alguien a la ligera sin pruebas reales —dijo desafiante, su voz resonando en la sala—. Ymonesou siempre ha sido una de las más confiables y buenas entre nosotros. Esta acusación es un sinsentido.
Las palabras de la empleada crearon un momento de silencio tenso. Los empleados comenzaron a dudar, sus miradas reflejaban la confusión y el hartazgo. Ana, sintiendo que su autoridad estaba siendo desafiada, se echó para atrás. Su rostro mostraba una mezcla de furia e incomodidad, pero intentó mantener el control de la situación, con su postura rígida y su mirada fría.
—¡Silencio! —exclamó Ana, su voz llena de una autoridad forzada—. Nadie abandonará esta mansión hasta que se esclarezca lo ocurrido. Ymonesou, serás vigilada hasta que se demuestre tu inocencia o culpabilidad.
No se resolvió nada, pero la firme defensa de la empleada había sembrado una semilla de duda y resistencia entre los presentes. Ana, aunque intimidada por el desafío, sabía que no podía perder el control en ese momento crucial.
—Bueno, Ymonesou, no te molestará pasar la noche en una habitación de huéspedes bajo vigilancia —dijo Ana, su tono goteando sarcasmo.
Ana miró a su alrededor, notando que ya nadie parecía preocuparse más por la situación de Ymonesou. Al bajar su severidad contra ella, la tensión por el asesinato volvió a tomar prioridad, y vio rostros preocupados e incómodos con su accionar. Las personas miraban a todos lados, buscando a algún referente.
En el silencio solo se escuchaban los intentos fallidos del mayordomo intentando revivir al cocinero. Ana se acercó de forma lenta, como si lo acechara.
Ana se dirigió al mayordomo, Lucas, con una expresión severa en el rostro.
—¿Sabes cómo se llama este hombre? —preguntó, señalando al cocinero.
Lucas se levantó— no sé quién es, Roberto…
Ana dijo— esto es el colmo, Lucas, nunca pones atención a nada, este hombre ni siquiera trabaja aquí, seguramente es un enchufado que quien sabe quién lo invitó aquí.
Muchos asentían al escuchar a Ana y le hacían espacio para que caminara libremente por la sala al apartarse. Ana observaba rostros más serenos de las personas mientras daba su discurso.
Ana empezó a caminar por toda la sala molesta mientras regañaba a Lucas, quien parecía un niño encogido en sí, costándole sostener la mirada con la de Ana y no logrando responderle. ¿Qué iba a decir? Era cierto que él era la persona responsable de la mansión.
—Miren a esa chica, Ymonesou, desmoronándose. Esto demuestra la débil estructura de esta gestión —dijo Ana, dirigiéndose a los empleados—. Miren cómo acabó… esto es tu responsabilidad, Lucas… un asesino está suelto por aquí entre nosotros.
Susurrando dijo— Ya me cansé de tu negligencia.
Ana relajó su postura y regresó al centro de la sala, retando a las personas a su alrededor mientras miraba a Lizen y a la otra empleada, Clara.
—Si alguien se niega a que tome medidas para que esto no se repita, que lo diga…
Ana quedó en silencio, igual que todos. Dio una leve sonrisa haciendo un gesto con la mano y le dijo a un guardia que llamara al resto.
Nadie dijo nada, y todos evitaron mirar a Ana a los ojos. Al no encontrar oposición, Ana continuó:
—Obedezcan a los guardias…
Con la cabeza en alto, Ana se dio media vuelta y dio paso al médico y a los enfermeros de la mansión, que ya se estaban tardando en aparecer. Ana, apresurando su salida de la sala principal con el rostro inquieto y pensativo, se dirigió a la oficina de reunión. Nadie parecía querer mirarla.
De camino a la oficina, Ana pensaba que tuvo algunos deslices en el inicio de su aparición en la sala principal y esperaba que eso no le afectara luego. Se dijo a sí misma que no debía hablar de más.
El mayordomo, intentando calmar la situación y restaurar el orden, respaldó la medida de Ana. Con una voz alta, anunció que nadie podía andar por la mansión en la noche. Los empleados, aunque confundidos y preocupados, comenzaron a mentalizarse para seguir instrucciones. La mansión, normalmente un refugio de alegría y fiesta, ahora se sentía como una prisión.
Parte 4
Más guardias entraron a la sala principal, sus presencias imponentes y autoritarias dominaban el espacio. Los guardias discutían entre ellos sobre cómo controlar la situación mientras identificaban a cada empleado y los guiaban a sus habitaciones. Los empleados, expectantes y nerviosos, les hacían preguntas a los guardias, quienes respondían únicamente con su plan general, evitando entrar en detalles o con respuestas evasivas.
Los guardias se indicaban unos a otros cómo seguir el protocolo para aislar completamente la mansión del exterior y evitar que el presunto asesino escapara. Un grupo de guardias se dispersó para cerrar las entradas de la mansión, asegurándose de que ninguna puerta o ventana quedara sin vigilancia, cerrándolas inmediatamente si se veía una abierta. Otro grupo bloqueó los caminos principales, instalando barreras y puestos de control para evitar cualquier intento de fuga.
Se fijaron horarios y rutas de patrulla.
Los guardias restantes se encargaron de asegurar las zonas exteriores del terreno de la mansión, patrullando los jardines y perímetros con linternas brillantes que rompían la oscuridad de la noche. La coordinación entre ellos era excelente.
Dentro de la mansión, los empleados eran guiados a sus habitaciones uno por uno. Algunos murmuraban entre ellos, intercambiando miradas de preocupación y miedo. Las preguntas susurradas se mezclaban con el sonido de pasos apresurados y órdenes de los guardias. Se les incautaron a todos los celulares y computadoras. Algunos empleados se aferraban nerviosamente a sus pertenencias personales, mientras otros intercambiaban miradas de desesperación y miedo, más los que quedaban solos.
Un empleado, visiblemente pálido, intentó preguntar a un guardia:
—¿Cuánto tiempo estaremos encerrados?
El guardia, sin mirarlo directamente, respondió con frialdad:
—Hasta nuevo aviso.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó un empleado a su compañero, recibiendo una respuesta breve y vana:
—No lo sé, solo esperar a que todo acabe.
Los guardias se aseguraban de que cada habitación estuviera cerrada y segura antes de continuar con su ronda. Las luces de la mansión se apagaron temprano, los pasos de los guardias patrullando los pasillos. El silencio cayó sobre todos.
A medida que las puertas se cerraban y los cerrojos resonaban en los pasillos, una sensación de claustrofobia comenzó a apoderarse de los residentes. Las ventanas cerradas y las luces apagadas transformaron la mansión en una prisión silenciosa.
Algunos se quedaron despiertos, vigilando las puertas cerradas con un sentimiento de impotencia, mientras otros, agotados por la tensión del día, se dejaron llevar por un sueño inquieto.
Finalmente, debido al estrés, se permitió a los empleados humanos consumir bebidas y comida, mientras que algunos androides fueron llamados para dar compañía a los más paranoicos.
Ymonesou estaba en una habitación de huéspedes, recostada sobre la cama. Su cuerpo temblaba ligeramente, y un brazo descansaba sobre su frente mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Recordar la vergüenza de ser observada por todos en una situación tan comprometedora y la acusación de Ana la hacían sentir terriblemente rechazada. Su corazón se sentía herido. Cada sollozo era un eco de su confusión y dolor, una manifestación de la angustia que sentía en su corazón, pues las opiniones y el trato de los demás hacia ella le afectaban más de lo que debería.
Lizen, incapaz de soportar la idea de que Ymonesou estuviera sola en ese estado, decidió actuar. Escapó de su habitación con el corazón latiendo con fuerza. Sus pasos eran silenciosos pero apresurados, moviéndose con urgencia mientras esperaba que nadie la viera. A medida que avanzaba, sentía pasos lejanos resonando como un eco en los pasillos, acercándose hacia ella, pero continuó decidida.
Al llegar al pasillo donde estaba la habitación de Ymonesou, vio al final del corredor a uno de los guardias. El guardia estaba apoyado en la pared, con los brazos y piernas cruzadas en una postura que exudaba compromiso con la vigilancia. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas, iluminando parcialmente su figura. Su uniforme, un chaleco antibalas con mangas abultadas de tela roja y un casco similar al de los pilotos de cazas, era igual al de todos los guardias. En cuanto Lizen se asomó, el guardia la vio inmediatamente.
El cristal negro del casco no permitía ver sus ojos, pero Lizen podía sentir la seriedad en su mirada. Los dos se miraron por un momento que pareció eterno. Aunque no intercambiaron palabras, la comunicación entre ellos era clara y silenciosa. La postura y la presencia del guardia decían todo lo que necesitaba decir: "Vete."
Lizen sintió una mezcla de frustración y desesperación al tener que dar media vuelta para regresar a su habitación. El guardia comunicó por radio su escape, recibiendo la confirmación de que efectivamente la estaban buscando. Lizen, en su camino de regreso, se topó con otro guardia que le advirtió que sellarían la puerta de su habitación si intentaba escapar de nuevo. Lizen se enfureció y comenzó a discutir con el guardia, sus palabras eran duras y llenas de frustración. "¡No pueden hacerme esto! ¡Ymonesou me necesita!" gritó, pero sus palabras parecían rebotar en la indiferencia del guardia. Finalmente, cerró la puerta de su habitación de un portazo, dejando que el sonido resonara en el pasillo, sintiéndose impotente y atrapada.
De regreso a su habitación, Lizen sentía como si un peso invisible la empujara hacia el suelo. La ira y la impotencia la consumían, y cada paso era una batalla. Deseaba golpear algo, cualquier cosa. Finalmente, se apoyó contra la pared fría, sintiendo el contacto helado contra su piel. Cerró los ojos y respiró profundamente, pero la sensación de impotencia solo se intensificó, abrumándola.
Se dejó caer lentamente al suelo, sus rodillas tocando el piso con un golpe sordo. Sentada allí, permitió que el odio y la ira la envolvieran por completo. Cerró los puños con fuerza, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en sus palmas. Cada fibra de su ser estaba tensa, y por un momento, todo lo que pudo hacer fue dejar que las emociones la dominaran, gruñendo como un animal.
Con un esfuerzo tremendo, Lizen se levantó del suelo. Sus piernas temblaban ligeramente. Se dejó caer sobre el colchón, abrazando una almohada con fuerza. La textura suave de la tela le proporcionó un mínimo consuelo.
Los pensamientos de Ymonesou inundaban su mente. Sabía que ella era muy sensible. Podía ver claramente sus ojos grandes y azules, llenos de lágrimas, una imagen que rompía su corazón. Sabía que cada mirada de juicio, cada palabra dura, podría herir profundamente a Ymonesou. La acusación de Ana, tan injusta y repentina, debía estar destrozándola por dentro. El dolor de no poder estar a su lado para consolarla la consumía, y la idea de no poder calentar su corazón era terrible. Que estuviera sufriendo sola era intolerable.
Lizen se tumbó en la cama, abrazando la almohada como si fuera una persona, buscando consuelo en su suavidad. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, calientes y saladas, y Lizen no hizo ningún esfuerzo por detenerlas. Dejó que fluyeran libremente. Mientras yacía allí, con el rostro enterrado en la almohada, su mente seguía regresando a Ymonesou.
Se prometió a sí misma que encontraría una manera de limpiar el nombre de Ymonesou y protegerla de cualquier daño. No podía soportar la idea de que le habían quitado a su amiga de sus manos.
El cansancio finalmente comenzó a apoderarse de Lizen. Sus párpados se volvían pesados, y su respiración se hacía más lenta y profunda. Cerró los ojos, permitiéndose dormir.