El bosque ancestral: un lugar que desde los albores más recónditos del tiempo perduró en perfecta armonía.
Pero... Eso no significa que no siguiera su curso natural.
El crujir de hojas y el chirriar de una manada de criaturas rompen la serenidad natural, y en el corazón del bosque puede apreciarse a una niña alada de apenas cinco años emprendiendo un vuelo tembloroso.
Aquella niña no era humana, pues, además de sus alas, su pigmentación también la delataba. Era muy pálida.
Sus hebras rojizas brillaban más que cualquier otro cabello humano del mismo color.
—¡Ayuda, por favor! —gritó la niña, esquivando troncos y ramas por igual.
Sus alas la mantienen peligrosamente cerca del suelo, y su vestido se nota rasgado desde el tirante izquierdo hasta el dobladillo, y parte de su brazo evidencia la herida de unas enormes garras.
Las criaturas, dinosaurios carnívoros, actuaban en manada, y tenían fija la mirada en su presa. Cada paso de sus patas escamosas hacía temblar el suelo, y sus mandíbulas afiladas estaban ansiosas por la caza. La pequeña sentía el aliento de los dinosaurios sobre su espalda.
—¡Aléjense de mí! —gritó— No quiero morir... No quiero morir...
Lo cierto es que la niña estaba aterrada, y todo lo que podía pasar por su cabeza era el arrepentimiento de haber desobedecido a su tutora cuando le dijo estrictamente que no abandonara el reino.
... Pero para su mala suerte, poco le durarían los lamentos, pues, los arbustos rasgaron su ala disfuncional y ahí fue cuando el destino de la niña terminó de firmarse.
—¡Haah! ¡N-No, déjenme! ¡Por favor! —se quejó de un alarido.
El aleteo se transformó en un planeo forzado, y la pequeña ángel cayó de bruces cerca de una roca.
...
Los rasguños marcaban de manera significativa el frágil cuerpo de la niña, que, con los ojos vidriosos, se arrastra hacia la roca.
—No... No... no, no ¡No! ¡No, no, no! —renegaba mientras se arrastraba.
Los velocirraptores se acercaron, y a pesar de los intentos de la niña por ponerse de cuclillas y escapar, ya se encontraba completamente rodeada.
Entonces, como si de una intervención divina se tratase, una joven visualmente mayor pero con las mismas características étnicas emerge del cielo.
—Suficiente. —ordenó la joven con una voz cargada de autoridad.
Pálida, alada, pero con un cabello excepcionalmente largo y blanco al igual que su vestido, unos ojos azules, y bordados de oro definen su vestimenta.
Su misteriosa presencia irradia una profunda aura de pureza. Sus ojos brillaban con determinación mientras miraba a las criaturas que las rodeaban.
Los velocirraptores se detuvieron momentáneamente, confundidos por la figura que tenían en frente. Por otro lado, la niña tan solo sonrió mientras sus ojos derramaban lágrimas de a montones.
—¿H-Hanllelyne...?
—Quédate atrás.
...
Los instintos de estas criaturas no tardarían en prevalecer, y avanzaron hacia ellas.
En respuesta, la mayor alzó una mano, y con tan solo dos de sus dedos en ascenso, de la punta de estos comenzó a fulgurar un aura blanquecina que brilló por toda la zona.
—Magia de luz. —emuló la mayor en voz baja.
Luego del resplandor, unos diversos alaridos se hicieron audibles entre las criaturas antes de que pudiera escucharse como se abrían paso entre los árboles.
... Aquella demostración de poder fue suficiente para hacer que huyeran.
—Hoooh... —gestionó la niña; boquiabierta.
Sus ojos, en una combinación de brillos y lágrimas, miraron reiteradas veces hacia los costados como si no creyera que lo que pasó fuese cierto.
—¿Señorita Hanllelyne? —preguntó— ¿Estoy muerta o algo así?
Su contraria, en respuesta, no dijo ni una sola palabra. Solo se dio la vuelta, analizando las heridas que parecía haber olvidado por la adrenalina.
—...
—... ¿S-Señorita?
Ambas cruzaron miradas por un momento, y la mayor tan solo le regaló una sonrisa para luego acercarse a ella.
—Cinnabar. Me alegro de que estés bien.
—¡Heeeeh! —se quejó la niña entre lágrimas.
Lloraba de conmoción, pues, estaba segurísima de que Hanllelyne, su tutora, la iba a regañar. Pero fue todo lo contrario.
—¡Señorita Hanllelyne! ¡Yo...!
No pudo ni terminar su comentario, pues la mayor se puso de cuclillas y, con el telo que cubría sus delicadas manos, tomó la ala herida de su menor.
—¿Por qué has abandonado el Edén? —preguntó la mayor, con un tono que, a pesar de ser firme, seguía manteniendo la amabilidad.
Cinnabar la vió con los ojos repletos de lágrimas, y mientras apretaba los puños dijo:
—¡Tenía curiosidad, señorita Hanllelyne! Ya le dije que quería ver el mundo fuera del Edén, y no me hizo caso... Yo... Yo... Uhm...
Hanllelyne asintió.
—Debes entender que, en este mundo, hay peligros que no existen en el Edén. Todavía no tienes la edad para explorar.
—¡No es justo!
—Lo es. Las reglas se hicieron para cumplirse. Y las reglas indican que usted no tiene la edad ni el poder necesario para salir al mundo exterior.
—¡Que no lo es! ¡Usted a mi edad ya exploraba el mundo!
La expresión de Hanllelyne cambió notoriamente a una de sorpresa. Tras unos segundos de mirarla, volvió a sonreír y posó su mano sobre la cabeza contraria.
—Yo no tenía la edad, pero sí el poder.
—Eso es muy injusto... No soy lo suficientemente fuerte... —respondió, cabizbaja y desanimada.
Hanllelyne dejó varias caricias sobre las hebras carmesíes de la niña, y cerró sus ojos.
—Ser débil no es algo malo. Que seas débil ahora no significa que lo seas en un futuro, pequeña Cinnabar.
Hanllelyne bajó la mirada, para ponerse a la par de la visión contraria.
—Yo más que nadie sé lo mucho que te has esforzado.
...
Las cuencas de los ojos de Cinnabar se abrieron más que de costumbre.
Cinnabar era una ángel muy débil, que no había dominado ni un solo tipo de magia. Lo normal era que un ángel dominase al menos un tipo de magia a los 2 años, pero ella con 5 no había dominado ninguna.
—E-Entendido...
La pequeña ángel asintió, mientras que de la mano de Hanllelyne otra luz albina emergió y de repente sus heridas comenzaron a sanar.
—Magia de sanación. —susurró.
De repente, el dolor dejó de ser una molestia y toda su vitalidad fue restaurada, y Cinnabar, en respuesta, tan solo se abalanzó para abrazarla.
—¡Señorita Hanllelyne! ¡Lo siento!
—No hace falta disculparse. Con que me prometas que no te volverás a escapar es suficiente.
—¡C-Claro!
... Esa promesa era claramente una mentira.
...
Hanllelyne era una ángel muy venerada en todos los reinos, no solo por su enorme poder sino por su benevolencia.
Con tan solo meses de vida pudo dominar más de 5 tipos de magia, y, ahora, con 14 años logró controlar todos los tipos de magia existentes. Representaba el pináculo del poder en su reino.
—Es hora de irnos. —Afirmó Hanllelyne tras terminar el proceso de sanación.
—¡Ajam!
La menor se aferró a su mano, y juntas comenzaron a caminar, adentrándose en el bosque ancestral.
...
Pasaron los minutos, y mientras caminaban, la pequeña Cinnabar mira a su salvadora con gratitud.
—¿Cómo lo haces? —preguntó.
Hanllelyne no pudo evitar soltar una risita, la cual en un intento por disimular tapó con su diestra y respondió:
—Somos ángeles, Cinnabar. La descendencia de uno de los Dioses primigenios. Compartimos parte de su esencia.
Cinnabar ladeó la cabeza reiteradas veces, con sus ojos de color rubí brillando cuan estrella.
—¿Dioses primigenios? —preguntó.
—Hace millones de años, el universo dió inicio por un estallido que trajo consigo a dos dioses. Inseki y Enenra. —aclaró Hanllelyne— Ellos son los creadores del todo, y nuestros únicos superiores.
La mirada de Cinnabar quedó perdida entre el cielo y el ocaso, hasta que su mala atención en el entorno hizo que se tropezara con una piedra.
—Hee... ¡Eh!
Hanllelyne, antes de que impactara el suelo jaló de su mano para levantarla y sostenerla entre sus brazos.
—Uh, oh, lo siento, me cuesta un poco entenderlo...
—Algún día lo entenderás. Saber eso es indispensable si quieres usar magia.
—Es muy difícil... No entiendo como funciona...
Dijo la niña mientras escondía su rostro en el pecho de Hanllelyne.
—Deberías prestarle más atención a tus estudios. Flaqueas mucho en eso.
—Uhm...
—Una mente brillante tiene habilidades brillantes. Recuerda eso.
—...
Cinnabar no contestó. No le agradó lo que escuchó.
Así pasó el tiempo, y mientras caminaban, escucharon risas y voces a lo lejos. Esto no tardó en despertar a Cinnabar, que se había dormido en los brazos de Hanllelyne.
—Shhh. —le susurró Hanllelyne.
Cinnabar estaba algo desconcertada, pero entendió el mensaje y no dijo ni una sola palabra. De ese modo se abrieron paso entre los murmullos.
Rebanando hierbajos, llegaron a una faena donde aprecian los cuerpos de diferentes velociraptores en una hoguera, mientras que, a su alrededor, bailaban y festejaban una especie de seres diferente a ellas.
—Oh, veo que estás de suerte. —susurró Hanllelyne.
—¿Heh? ¿Quiénes son ellos? Señorita Hanllelyne... —respondió la menor aferrándose a sus brazos y escondiendo su rostro.
Cinnabar distinguió características antropomórficas en ellos, que, a diferencia de ellas poseían una pigmentación mucho más notoria y el color de sus cabellos oscilaba entre el rubio, marrón y negro. La ropa de estos variaba entre atuendos de cuero, túnicas y vestidos de lana, nilo, incluso harapos que solo cubrían sus genitales. Había mucha variedad.
De repente, uno de aquellos nativos logró captar sus presencias y las señaló.
—Oh... ¡Oh! ¡Hooohhhh! —gritó.
Cuando se dieron cuenta, terminaron rodeadas por aquellos nativos que en vez de atacar o interrogarlas se postraron ante ellas.
—¡Son ellas! ¡Finalmente!
—¡La profecía de nuestro señor era cierta!
—¡Sí!
—¡Llegaron!
Vociferaban las personas.
Cinnabar fue soltando paulatinamente el agarre, mientras dirigía la mirada hacia los nativos de la tribu.
—Ellos son humanos, la obra maestra de los Dioses primigenios. —susurró Hanllelyne.
Al instante, la niña le redirigió la atención a ella.
—¿Humanos...? —preguntó.
Ella, en respuesta, tan solo cerró los ojos y la bajó de sus brazos para emular:
—Mi nombre es Hanllelyne Di Nix, y ella es Cinnabar Von Tempest. Venimos del Edén.
Luego de aquello, ellas fueron bien recibidas a la aldea la cual recorrieron. Cada una recibió una corona de flores, y, a su vez, todo tipo de regalos por parte de aquella sociedad que sin razón aparente las veneraba.
No tardaron en llegar a una especie de construcción bastante más trabajada en comparación a las demás cabañas; un pasillo cuyas paredes estaban hechas de roca pulida y un enorme telar, que atravesaron hasta llegar a un recinto decorado con antorchas, jeroglíficos y estatuas las cuales estaban rodeadas de tributos, como copas, flores e incluso velas.
—Este lugar... —expresó Cinnabar, mirando hacia todas direcciones— es tranquilizante.
Hanllelyne situó su palma sobre la cabeza de su menor, acariciando esta mientras respondía:
—Este es el Templo de Arrival, hogar de...
...
—Las estaba esperando. Es un honor.
Una voz resonó en aquel espacioso recinto, una tan suave como el viento y pulcra como el agua.
Aquella voz había interrumpido a la joven Hanllelyne, y cuando las dos miraron hacia delante para poder verlo, se encontraron con un hombre. De túnica blanca como la nieve y ajustada por un cinturón de cuero. Lo que más resaltaba de su apariencia, era un dorado y lacio cabello, unos ojos aguamarina brillantes y una complexión atlética, pero, lo que más resaltaba de él, sin duda alguna era su sonrisa.
Cinnabar al verlo, no pudo evitar abrir la boca mientras un ligero rubor se acrecentaba en sus mejillas. Por otro lado, Hanllelyne, se mantenía serena, entrecerró sus ojos y respondió:
—El honor es nuestro, querido Adán.
Cinnabar jaló reiteradas veces de la mano a Hanllelyne, para que pudiera acercarse lo suficiente y hablarle al oído.
—Eh... Eh... ¿Quién es él? —susurró.
—Él es el primer humano, el fruto de eones de esfuerzo por parte de los primigenios. —le respondió Hanllelyne al oído.
Adán cerró sus ojos, y la comisura de sus labios parecía haberse abierto más.
—Estoy encantado de tenerlas aquí, en mi pequeño reino en crecimiento. —acató el primer humano.
Adán el Primogénito, el producto de millones de años de prueba y error se hallaba delante de ellas. Aquel que comandaba sobre todos los demás humanos, y, a su vez, el más añejo de todos ellos.
Con una humanidad concebida hace apenas 50 años, el mandato de este hombre había generado grandes progresos en la pacífica civilización que crecía a pasos agigantados.
—¿Hanllelyne? ¿Verdad? Has crecido mucho desde la última vez que te ví.
Destacó el humano.
—Bueno, es algo esperable. La última vez que te vi fue cuando tenías 7 años. —le respondió con el ceño fruncido.
—Y aún así, mírate... ¡Como has crecido! —halagó su contrario— Eres conocida por todos los reinos, has detenido todo tipo de conflictos con tu pasión y lograste la veneración de todas las razas.
Antes de que ella pudiera decir algo, él ya se encontraba delante suyo tomándola de las manos.
—Me dediqué a seguir tu rastro, y fuera a donde fuera, me encontraba con una buena versión tuya. Te adoramos, Madre de la Tierra Bendita. —finalizó.
Una sonrisa de oreja en oreja se presentó en el humano, cuyos ojos tan azules como una cristalina laguna miraban profundamente el alma de su contraria.
Un pequeño rubor se presentó en las mejillas de la ángel, que al instante retiró sus manos. En un fugaz y casi imperceptible movimiento, ella realizó un vaivén que acabó sobre la cabeza de Adán como un fuerte golpe que lo estampa contra el suelo.
Cinnabar y los guardias pegan un grito de conmoción al ver al guía de los humanos con el rostro empotrado en el suelo. Pareciera ser que un poco más y sus ojos caían de sus cuencas.
—No necesito tus halagos. —respondió Hanllelyne, cruzándose de brazos y dándose la vuelta.
Adán se levantó, aunque no parecía tener ninguna herida en su rostro.
—¡Hahaha! ¡Yo también te extrañé!
—Yo no.
Los demás quedaron perplejos ante aquella escena tan... Desastrosa.
El hombre, afable, juntó sus palmas mientras cerraba los ojos para decir:
—Son bienvenidas todo el tiempo que gusten ¡Mi casa es su hogar!
—Sí, bueno, ya nos íbamos. —interrumpió Hanllelyne.
—Que cruel...
Al final ellas se terminaron hospedando lo que restaba del día, pues las ansias de Cinnabar por conocer el exterior ganaron sobre el disgusto de Hanllelyne. Convivieron con una sociedad humana la cual para tener tan solo 50 años de antigüedad y una media de edad que está entre los 20 a 30 años, estaba muy avanzada. Estamos hablando de una sociedad que ya tenía su propia cultura, leyes y economía.
...
Pasaron las horas, y durante la tarde se encontraban Hanllelyne y Adán sentados en hamacas cubiertas por un techo de caucha. Cinnabar, por otro lado, jugaba con los demás humanos al fondo mientras ambos la veían.
—Vaya... Y pensar que esta sociedad se componía por unos veinte humanos. Ahora son casi cien. —Acató Hanllelyne.
Adán sonrió, mientras veía a Cinnabar jugar con todos los demás niños humanos.
—Es genial ¿No crees?
Hanllelyne miró hacia otro lado de mala gana. No le agradaba mucho demostrar su impresión ante Adán, a pesar de claramente estarlo.
—Creé nuestro propio idioma, y les enseñé a venerarlos. A ustedes. Nuestros Dioses.
—¿Sus Dioses? Pero si los únicos Dioses son los primigenios.
—Ellos también son nuestros Dioses. Madre de la Tierra Bendita.
—Aún no entiendo ese apodo... Por favor, no lo digas así.
Adán cerró sus ojos.
—Hanllelyne... ¿Por qué crees que el humano es especial?
—...
—¿No lo sabes?
—No...
Adán abrió sus ojos, y se levantó con una sonrisa observando a los niños.
—Nosotros... Los humanos... Nacimos con el don de gobernar y ser gobernados. Algo que ustedes, nuestros Dioses, no lo hicieron.
Redirigió la mirada hacia Hanllelyne.
—Ustedes nacieron única y exclusivamente para gobernarnos.
La joven se le quedó viendo con cierta curiosidad. Si bien era la más fuerte, aún seguía siendo una niña, y él... Su maestro.
—No lo entiendo... ¿Cuál es el punto? Decirnos Dioses cuando claramente no lo somos... ¿Eso no sería una mentira?
Adán volvió a dirigir la mirada hacia delante, y extendió su mano.
—Los humanos... Somos distintos a ustedes. Nosotros somos sensibles, y necesitamos una motivación para vivir.
Los ángeles siempre vivieron para comandar; Ellos decidían que era bueno y malo en este mundo donde los reinos de toda clase de especie convivían en armonía. Eso fue lo que pensó Hanllelyne.
—Mientras ustedes ordenan el mundo, nosotros ordenamos nuestro propio mundo. Pero nuestro mundo debe ir acorde al mundo que ustedes quieren.
Mientras apuntaba su mano, esta se movía al compás de los movimientos de los niños. Se apreciaba a Cinnabar volando mientras los niños intentaban alcanzarla.
—Ustedes no tienen un orden más allá del que ustedes mismos ponen, pero nosotros necesitamos de ustedes para poner nuestro orden. Somos dependientes.
—... Adán...
—Hanllelyne. También creemos en nosotros mismos. Nuestra voluntad depende de aquello en lo que creemos.
Ella estaba atónita con lo que decía. Si bien él no le agradaba, cada palabra que salía de su boca estaba cargada con la más pulcra de las verdades, y eso le hacía pensar... ¿Ella realmente tenía un objetivo en su inmortal vida?
—Ellos creen en mí, creen en tí, creen en los Primigenios... Y eso los anima a seguir viviendo. Mientras nosotros creamos, no habrá nada que nos extinga.
—...
—¿Y tú Hanllelyne...? ¿Tienes algo en lo que creer?
Ella se le quedó viendo extrañada, y muy desconcertada.
...
« AL DÍA SIGUIENTE »
Hanllelyne y Cinnabar se encontraban a las afueras de la aldea humana, teniendo detrás a todos sus habitantes festejando. Al lado de ellas, se encontraba Adán sollozando.
—Es hora de partir.
—Sí.
—Me hubiese gustado tenerlas un poco más... —dijo encogido de hombros.
Cinnabar lo abrazó, y con un semblante igual de lloroso le dijo:
—Lo voy a extrañar señor Adán...
—¡Yo también te extrañaré pequeña Cinnabar...! ¡En tu honor le diré a mis chicos que te hagan una estatua!
... Cuando él dijo eso todos los humanos gritaron con emoción.
—¡No puedo esperar a verla! ¡Sí quiero! ¡Sí quiero!
—¡Eres bienvenida a mi reino todo el tiempo que quieras y cuando quieras! ¡Y tú también Han— No pudo terminar la frase. Recibió un golpe que lo dejó estampado contra el suelo.
—Sí, sí, ya te oímos. —exclamó Hanllelyne.
Hanllelyne tenía una relación de amor-odio con él. Durante su niñez Adán fue su tutor, tal y como ella con Cinnabar.
Adán la ayudó a dominar sus poderes, y eso significó convivir mucho tiempo con su personalidad infantil. Adán es una persona infantil y sincera, por lo que jamás podía mantener la boca cerrada.
Durante sus épocas de tutoría, cada que él hablaba era para hacer mención de los momentos más vergonzosos de Hanllelyne. Sin duda algo bastante vergonzoso para ella.
...
Y así, luego de tan emotiva escena, Hanllelyne abrió vuelo con Cinnabar en sus brazos y se despidieron del Templo de Arrival junto a su gente. Tan solo se desvaneció entre las nubes, y se hizo entre ellas hasta dar con las puertas del Edén.
—Llegamos. —acató la mayor.
Rejas imponentes, grandes como un edificio y brillantes como un astro; en sus gruesos barrotes hay intrincados diseños que relataban historias en idioma celestial, y, detrás de las rejas se apreciaba una luz blanca.
Las puertas respondieron por sí solas al llamado de Hanllelyne. Se abrieron lentamente, mientras Cinnabar con una sonrisa de oreja en oreja se bajó de su pecho para correr hacia delante.
—¡Llegamos, llegamos! ¡Quiero ver a mamá y p—exclamó sin terminar la oración.
Las puertas de un forzoso movimiento se abrieron por completo, provocando una barrida que tumba a la niña. Al unísono de aquello, una luz de violáceas matices se manifestó a tan solo metros de Cinnabar.
—¡Haa! ¡Espera, espera, espera! —gritó, mientras gatea hacia atrás buscando conceder a Hanllelyne— ¡No hice nada!
Entre el show de luces blancas, violetas y doradas, la figura de una mujer se formó apuntando hacia delante.
—Te estaba esperando. —exclamó.
De repente, las luces se dispersaron mientras que aquella figura aparentemente femenina abrió también sus alas. Tres pares de alas, las cuales comenzaron a irradiar todo tipos de fulgurantes colores, que se cerraban y abrían en pestañeos ante ellas.
—¡Ehhh! ¡¿S-Señorita Misaki?! —dudó Cinnabar.
Hanllelyne sin decir ni una sola palabra se puso delante de la niña, quien se apega a ella.
Las luces se fueron disipando, y con ellas el aspecto vislumbrante de la mujer se dió a ver como una dama de ojos peculiares, pues, sus pupilas, cristalinas, parecían asimilar un color amatista neón.
Sus alas no solo estaban repletas de plumas, si no que también de ojos de la misma tonalidad y con la atención fija.
Su cabello, tan largo y laceo como la seda se mece llamativamente en sus tonalidades celestiales, al igual que su pulcro vestido de encaje.
—Hanllelyne, el amo te busca. —vociferó.
De repente las pupilas de aquel dúo se dilataron, y sus cuencas se abrieron gradualmente.
—¿El amo? ... ¿El mismísimo...? —preguntó Hanllelyne.
De repente, lo único que se pudo oír por parte de Misaki fue un chasquido.
...
Cinnabar comenzó a mirar hacia los lados, dándose cuenta que estaba en los brazos de su madre.
—Cinnabar... Has vuelto. —exclamó.
Ella, sin entender lo que estaba pasando preguntó:
—¿Mamá...? —miró hacia los lados— ¿Qué está pasando?
Todos los ángeles rondaban cuan espectadores alrededor de una plataforma iluminada desde arriba.
—Solo faltaban ustedes para la ceremonia, me alegra que hayan vuelto sanas y salvo. —respondió.
Aquel chasquido la teletransportó directamente al interior del Edén, donde todos los ángeles se encontraban reunidos para el inicio de una ceremonia.
Hanllelyne se encontraba a la defensiva sobre la plataforma, mientras que, delante suyo, Misaki le regala una sonrisa y le dice:
—Hanllelyne Di Nix, la Madre de la Tierra Bendita. El amo solicita tu presencia.
La voz de Misaki resonó en los oídos de todos los ciudadanos, y, en lo que sus alas se desvanecían, con ellas aquello que ilumina la plataforma se intensifica.
—No lo entiendo... ¿Qué es esto? —preguntó Hanllelyne viendo hacia los lados—¿Por qué el amo me convocaría frente a todo el reino...?
Sin decir ni una sola palabra, Misaki se postró ante Hanllelyne. Seguido de ella, la acompañaron todos las demás ángeles, y así, el reino se sumió en un completo silencio donde solo ella era la que permanecía de pie.
—Porque te aman.
Una voz... ¿Podía al menos ser considerada una voz? Aquel sonido, perfectamente entendible, tranquilamente podría asemejarse a una pacífica melodía. El arrullo de un mar capaz de tranquilizar hasta a los más feroces demonios.
... Desde lo más alto, una figura fue descendiendo y con su llegada la lógica se rompía, porque sin importar en donde ella centrara su vista podía verlo a los ojos.
— Hija mía. —la figura terminó su descenso delante de ella, y la tomó de las mejillas— Mi creación... Has evolucionado.
Entre los contornos de luces que ya no la hacían distinguir que era real y que no, solo podía comprender que, efectivamente, esa persona era quien la buscaba.
Forzosamente, un sentimiento de paz invadió el interior de la chica que no deja de ver esos iris dorados, tan fuertes como un foco, que en sus pupilas se apreciaban rayas de parecida matiz cuyos patrones cambian constantemente... Pero, sin duda, lo más llamativo de él era su semejanza a la apariencia de Adán.
...
Se trataba de aquel que se hallaba por encima de todos, que con su concepción desde el Big Bang, junto a su hermano, pusieron manos a la obra para crear todas las formas de vida existentes en el universo. Él era Inseki, el Eterno del Orden. Un hombre de baja estatura, un cabello tan blanco como la nieve que hacía conjunto con su kimono del mismo color y una piel igual de pálida.
—Misaki me dijo... Que has defendido a todos por igual y no temblaste en poner las manos al fuego... —dijo— ¿Es cierto eso?
A pesar de saber quien tenía en frente, su corazón no estaba acelerado, tampoco había una señal de consternación por parte de ella. Sus ojos estaban perdidos en los de su contrario, quien, transmitía una irresistible sensación de orden a todos los presentes. Todos, especialmente ella, parecían estar adormecidos en pos de las melodiosas palabras del eterno que estaba a la espera de una respuesta.
...
—Así... Es... —respondió.
La sonrisa de Inseki se hizo notoria, y retiró sus manos de aquellos cachetes.
—Lo hiciste muy bien. —ladeó la cabeza— has enorgullecido a tu creador.
Por mera inercia la chica también se arrodilló ante él, producto de un deseo que iba más allá de su propia voluntad...
—Hanllelyne... Hanllelyne Di Nix, salvaste incontables vidas y ganaste la admiración de los siete reinos del mundo que con mi hermano creé. —levantó su mano, y con tan solo dos de sus dedos extendidos estos comenzaron a irradiar una luz dorada— Tu perseverancia y valentía te llevaron muy lejos, tanto, que no solo por mi decisión, si no por petición de todos los aquí presentes te has ganado el puesto que te mereces.
Extendió su mano hacia ella, y aquella luz se extendió como un aura que la envolvió.
— A partir de ahora, serás quien se alzará por encima de todos los ángeles, aquella que decide entre lo bueno y lo malo, la única capaz de representar las voluntades de todos los ángeles; a partir de ahora, serás la primera Arcángel del Edén.
De ese modo, sus piernas, actúan por cuenta propia levantándose. El brillo del aura se combinó con el blanco de sus alas, que al mismo tiempo que sus piernas se levantan en contra de su voluntad, estas se abrían...
—Los salvarás... Estoy... Se...gu...ro... —y con cada palabra, la voz del hombre se hacía más distante y su figura se nublaba— Sál...va...los...
Sus plumas se tiñen con el dorado del eterno, y cuando ella volvió a sus cinco sentidos para ver al hombre este ya se había disipado entre el destello incandescente.
...
Lágrimas comenzaron a despedirse de los ojos de la Arcángel, quien nuevamente cayó de rodillas en presencia de todo su pueblo.
— ¿Salvarlos...? —susurró.
...
La siguiente escena es el nombre de ella siendo gritado por Cinnabar, quien corre para abrazarla desde atrás, y, consiguiente, todos los demás ángeles acercándose para festejar el surgimiento de su nueva reina.
—¡Señorita Hanllelyne! ¡Señorita Hanllelyne! ¿Se encuentra bien?
—Yo... No lo sé.
Intercambiaron esas simples palabras, mientras todos los ángeles gritaban el nombre de Hanllelyne.