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Las clases transcurrieron normales; yo estaba realmente frustrado; la mitad del día me había tocado a Miranda; ella se pegaba a mi lada como pegatina. Lo peor de todo era que no podía zafarme de ella. Las clases que me tocaban junto a Adina, aunque intenté que quedáramos cerca o incluso entablar una conversación, no podía. Ella se acercaba y evitaba que habláramos. En una clase incluso la insultó. Miranda sí que era una persona horrible.
No podía quedarme de brazos cruzados y al final de nuestra penúltima clase me acerqué a ella.
—Miranda, tenemos que hablar —comenté en tono serio y profundo. Ella se volteó a mí, me sonrió e intentó tomar mi mano. Yo negué con la cabeza y la tomé por los hombros.
—¿Qué pasa, amor?
—No quiero que me llames amor, cariño o algo que sufriera que estamos en una relación.
—Es por la piojosa esa ¿verdad? Ya verá cuándo la vuelva a ver. — Estaba a punto de alejarse, pero la sostuve más fuerte y obligué a que me mirara.
—No, Miranda, tú y yo no somos nada, no somos pareja, ni novios, es más, a mí no me gustas. No te amo. — No supe si lo que acababa de decir lo había dicho de la manera correcta. Solo quería sacarme ese peso de encima. Supe que ni aunque lo hubiera dicho de la forma más amable o correctamente posible, la reacción de Miranda sería la misma.
Ella palideció. Y desplomo al suelo. Apresure a auxiliarla, pero Miranda no daba ninguna respuesta; ella estaba inconsciente. La tomé en brazos y la llevé a la enfermería de la escuela. Estaba preocupado. Jamás había pensado que su reacción fuera de esa forma. Ni en un millón de años me había encontrado en una situación parecida.
Al llegar a la enfermería con Miranda en brazos, me apoyaron en recostarla en una camilla que tenían para nosotros. Al recostarla la doctora se acercó a ella y comenzó a revisarla. Preguntaba sobre su condición, lo que había hecho antes o si tenía algún incidente que la hubiera podido dejar ahí. Pero no había nada. Fue espontáneo.
Estaba a punto de retirarme. Tenía la última clase y el proyecto con Adina. Luego, un calor extra se propagó por mis dedos. Sentía ese tacto, un tanto incómodo. Al notar que era, vi la mano de Miranda tratando de tomar la mía.
—¡Miranda! —la doctora se acercó a ella y la revisó.
—Estoy bien, creo que no comí lo suficiente.
—¿Te sientes mejor? —preguntó la doctora.
—Un poco, pero me siento mareada.
La Dorotea asistió. —Me alegro de que estés mejor. Sugiero que se queden aquí un rato. Cuando se sienta mejor pueden irse. —La miré sorprendida.
—¿Me podré retirar?
—No creo que a tu pareja le sienta bien que te alejes. Mejor quédate aquí en lo que se siente mejor. — Ahora no podía zafarme; miré a Miranda, quién me miraba con desdén. Solté un suspiro y asentí. La doctora fue muy amable en acercarme un banco para sentarme junto a ella.
El tiempo pasaba y mirando no soltaba mi mano; empezaba a sentirla sudorosa y quería simplemente alejarme. Creo que ya puedes soltarme —mencioné intentando girar de mi mano.
—Nuestro amor me ayuda a mejorar rápido, quédate aquí conmigo —ella comenzaba a acomodarse placidamente en la camilla. Cerré los ojos, ¿cómo podía hablar con ella? Ella lo único que hacía era ver lo que le parecía. Me acerqué a ella.
—Miranda, por favor. No puedes obligarme a amarte, podemos ser amigos, pero no una pareja. No puedo obligarme a amarte sabiendo que no amo a nadie. — Ya era tarde, la última clase iba a acabar, y podía sentir la vibración de mi celular en el bolsillo. Me apuraba que Adina pensara que la iba a dejar sola. Y yo jamás rompo mi promesa.
Ella se acomodó y me muró. —Yo jamás pierdo, y si crees que algún día terminarás conmigo, estás equivocado. Y si de alguna manera existe alguien que se haya robado tu atención, se la verá conmigo. Tú y yo, somos almas gemelas. —De golpe se levantó, como si milagrosamente estuviera curada, y salió de la enfermería. La tensión que había dejado era palpable en cierto sentido. No tenía buena espina de lo que había comentado.
Con ese sabor amargo, salí rumbo a la entrada. El celular vibró nuevamente y era Adina quien me había texteado que estaba esperando en la entrada principal. Sonreí tras guardar nuevamente el celular en el bolsillo y apresuré el paso para no hacerla esperar. Cuando al fin llegué, sin aliento, la vi parada viendo su celular en el árbol que estaba a un costado de la entrada. Grité su nombre, ella levantó su vista y me saludó con una dulce sonrisa. Corrí a ella.
—Lamento haberte hecho esperar.
—Me preocupé al no verte en la última clase. Pero me alegro verte aquí. Creí que me dejarías plantada.
—Yo jamás haría eso, estaba ansioso por llegar —mencioné con una sonrisa nerviosa.
Ella asintió: —Mi departamento queda cerca, espero no tengas auto, el estacionamiento está lleno y no me gustaría que lo dejaras…
—No tengo actualmente, se descompuso y necesito otro, pero no ahora, no tengo ningún problema en estirar las piernas.
Ella rió; la miré asombrado. Era una risa que jamás había escuchado. Era floja y silenciosa. Me reí con ella y seguimos caminando.
—Me voy a confesar, tu novia me da miedo —la miré con el entrecejo fruncido.
—En primer lugar, no es mi novia, y en segundo, a mí también me da miedo. No creo que sea sano para ella.
—¿No es tu novia? Lo grita a los cuatro vientos. Es irritante escucharla: "Zayran, mi amor" —imitó a Miranda en un tono agudo.
—De alguna forma se pegó a mí, por más que intente hablar no puedo dejar que me deje, pero espero no me moleste más.
—De igual manera, es escalofriante.
Caminamos un rato más en silencio; una que otra vez comentábamos sobre nosotros. Cuando llegamos a un edificio nuevo en la zona, ella mencionó que ella estaba viviendo en un departamento de ahí. Así que ella me guió hasta su puerta. Pero había una señora, de buena fachada y de presencia impotente. Como si fuera de clase. Adina la miró confundida. Pero la señora la miró con dulzura y su mirada se deslizó hacia mí, con odio. Cosa que me dejo con la sangre helada: jamás me había mirado así.
—Así que traes hombres a tu departamento, —comentó mirándome de arriba a abajo. Analizándome.
—Yo no traigo hombres; es un compañero de la escuela, viene a hacer un reporte conmigo. —ella se hizo paso entre la señora y abrió la puerta. La señora intentó pasar, pero Adina evitó su paso colocando su brazo extendido entre la puerta.
—¿No vas a dejar pasar a tu madre? —quedé sin palabras. No parecía que Adina fuera su hija, sin intentar insultar a alguien. Era asombrosa la diferencia entre las dos.
Adina la mira, cambiando toda su personalidad y su presencia. Era una persona totalmente diferente. ¿Debería meterme y cotar el ambiente?
—Lamento que no puedas entrar, madre, pero hay un desastre; no quiero que entres a un lugar desastroso.
—Solo quiero hablar sobre el trato que tenemos.
—No voy a hablar de nada hasta el próximo año. Ese es nuestro trato. Y los dos me iban a dejar en paz.
—Adina… —mencionó su madre.
—Disculpe, pero realmente necesito terminar el proyecto antes; debo recoger a mi hermana de sus clases. Mentí; mi madre iba a recogerla, pero qué más podía hacer. La señora me miro disgustada, no solo de mi introversión; me miro como si le diera asco.
Ella regresó su mirada a Adina. No olvides tu parte del trato, porque estás dejando de lado el primer punto, querida.
Ella se alejó y caminó hacia las escaleras. Yo miré a Adina que estaba frunciendo el entrecejo. Estaba molesta, y me miró. Su expresión se relajó y ahora perecía apenada.
—Lamentó que hayas visto eso, pero es un momento familiar que detesto, pasa…
—No te disculpes, lo entiendo la verdad. Comenté mientras pasaba a su departamento.
Era impresionante; el departamento estaba totalmente solo; había hermosos muebles que le daban un toque amplio y moderno. Los colores los tenía muy bien; ya me sentía un crítico hablando sobre esto.
—¿Vives sola? —yo y mi bocota vimos cómo me miró. Era claro que vivía sola. Su familia no estaba aquí.
—Por el momento sí —ella dejó sus cosas y me pidió que me acomodara en la sala. Deje mis cosas a un costado donde me había sentado y comencé a observarla, ella estaba sacando vasos y una bebida roja del refrigerador.
Me recosté en el respaldo y comencé a observar el lugar. Había fotos de ella con un hermoso perro negro con manchas cafés. Y luego vi una. Ella estaba abrazando a un hombre joven; parecían tener la misma edad. Ella se acercó a mí con un vaso de agua roja (es fresa). Olía muy rico. Me encantaba, agradecí y ella se sentó a mi lado.
—Está muy rica el agua. —Dije tratando de esfumar el silencio incómodo.
—Me alegró que te gustara; la hice ayer en la noche.
Sonreí mientras bebía más del vaso. Tienes algo en mente para el proyecto. Podemos hacer un folleto digital y entregarlo antes de empezar.
—Me agrada esa idea, podemos hacerlo para complementarlo con la presentación. El informe podría venir en conjunto. — Me encantaba como fluía el tema, aunque claro era solo para un proyecto. Prestaba atención y de alguna manera me concentraba en sus gestos. Cada que pensaba se mordía el labio inferior, dejando ver un hermoso hoyuelo a su costado.
La conversación del proyecto había surcado los cielos y llegado a la realidad; comenzamos a enviar el formato y compartirlo para trabajar en ello; saqué mi computadora y empecé a teclear. Ella se levantó y trajo la suya, dejó un cojín en el suelo y sacó una mesa pequeña para recargar la computadora que tenía.
—Tal vez sonaré muy chismoso, pero, qué era eso del trato que tienes con tu mamá —pensé en voz alta, la mire y ella seguía tecleando, hasta que paré y me miré—. Claro, que si no quieres contestar está bien. Sé que suelo ser muy entrometido.
—Sin problema, hablamos sobre comenzar a formar lazos para el futuro, y era tanta la presión que me imponía que decidí hacer el trato: Si para mi cumpleaños decidía volver a casa, comenzaría a centrarme en mi futuro.
—¿Cuál es la otra parte?
—Si demostraba que los lazos no eran necesarios, podría hacer lo que quisiera.
—¿Cómo piensas demostrar eso? Para mí suena complicado. —Comenté mientras apagaba y cerraba la computadora.
—Ya lo estoy haciendo. Te tengo a ti, a Tyrone, Dalia y Nadia. No son muchos, pero identifico que a la larga van a hacer algo increíble.
Me sorprendí, parecía adivina —. Debo decir que mi futuro es incierto, pero planeó dejar mi huella. —Ella sonrió y se sentó a mi lado.
—Todo se puede si lo deseas con fuerzas. ¿Cómo fue que llegaste al área de artes y humanidades?
Mi corazón se aceleraba; era una pregunta que tenía repasada una y otra vez. Me encanta la música; planeo, un día, poder compartirla con el mundo.
Ella abrió los ojos. —Eso es asombroso, a mí me encantaría poder conducir y encender la radio y poder escuchar una de tus canciones. ¿Tienes alguna que me muestres?
Yo asentí —. Pero las mostraré cuando tenga un poco más de confianza.
—Bien; yo entiendo. Seguiré insistiendo.
Me reí. Jamás me había sentido así; era como si la presión de Miranda se desvaneciera y al fin pudiera encontrar el momento no asfixiante.
—¿Cuándo es tú cumpleaños? —era algo que tenía que preguntar.
—Es el 18 de enero. Aún falta mucho y es mucho después del baile de invierno. ¿El tuyo?
—Me anoto la fecha. EL mío es el 31 de julio.
—Es a la vuelta de la esquina. Me encanta invitarte algo así, que ponme en tu agenda ese día.
Le agradecí y luego pensé: mañana mi hermana tendría su recital de baile y tengo una entrada extra. Ella se levantó y tomó su computadora; agarré valor y hablé: —¿Mañana estás libre?
Ella me miró con curiosidad y después asintió: —Mañana soy un pájaro libre. Le hablé sobre el recital y ella aceptó con emoción. Sonreí.
—¿Nos vamos juntos tras la escuela? —Pregunté emocionado. No sé de donde desbordaba tanta emoción; era incluso desconocido para mí. Ella asintió y cerró la puerta con delicadeza.
Era tiempo de irme, habíamos avanzado en el proyecto y en nosotros mismos (eso pensaba), y salí contento de su departamento sin antes volver a confirmar la salida. Ahora sí volvía más que alegremente a mi casa.