Evacuen
Ya pasaron varios meses desde que estamos aquí dentro de este recinto pequeño donde se nos ha olvidado. Luego de dictarse la cuarentena, desalojaron varios lugares que mantenían una cierta cantidad de personas. El edificio de al lado de nuestra casa, quedó prácticamente deshabitado. Los vecinos de enfrente también decidieron marcharse. Aparentemente aquí corría cierto peligro de quedarnos por la masificación de aquella amenaza, sin embargo con mi esposa resolvimos permanecer.
No quisimos marcharnos, pues nos pareció una ideal pertinente no movernos de nuestra casa. La ciudad estaba completamente deshabitada, y los efectivos militares patrullaban de día, y noche intentando verificar si habían quedado personas en la ciudad. No comprendíamos bien lo sucedido con relación. La cuestión es que no nos iríamos de allí. Cerramos las puertas de ingreso central de nuestro edificio, y la de nuestra casa. Manteníamos las luces apagadas, para no generar sospechas de que había gente rondando todavía. Poca movilidad, al sentir presencia.
- ¡Espero ya se vayan! – le comenté a mi mujer -
- ¿No te parece extraño? – pregunta inquieta - ¿para qué evacuar la ciudad? –
- ¡El virus no es tan letal! – le exprese con tranquilidad – quizás por precaución –
Estaba oscureciendo, y desde nuestra ventana, veíamos las linternas. Tratábamos de no encender ni una lámpara, ya que llamaríamos a que nos descubran en plena evidencia.
Dos días han pasado, y con los suministros que teníamos en casa, más lo que otros departamentos poseían (ya que por el apuro dejaron muchas pertenencias, y puertas abiertas), nos podíamos mantener bien por un mes.
Una última llamada de voz de un megáfono con la misma nota de siempre. Desalojen la casas, calles, y diríjanse a la zona norte. Debemos evacuar la ciudad. ¡Urgente!
Al tercer día nuevamente las mismas misivas. Retírense. Reitero, retírense.
Todos los vehículos militares tomaron rumbo al norte. Al cabo de unas horas, solo podía oírse el chirrido de alguna chicharra, y el sonido del humo de los jeeps verdes.
Con mi esposa abrimos cuidadosamente la puerta central del inmueble de departamentos. El aire estaba ahí listo para nosotros. No percibimos que el virus ese, del que hablaban, pueda llegar a hacernos daños. Ya regresarían a la ciudad todas las personas. El plan del gobierno según un amigo que estaba trabajando en sus instituciones, era fumigar como lo hacen con el veneno que se lanza desde el avión, por ello me manifestó que él, se quedaría escondido como muchos otros.
Ni bien nos dimos a la fuga de la libertad, estuvimos en las calles casi deshabitadas. Pudimos avistar un pequeño puñado de personas. Intercambiamos saludos, y recorrimos los centros de comercio, parque, y demás. Comimos, recorrimos, y disfrutamos de aquella calma. Pronto, seguro arrojarían el líquido, según mi amigo que estaba con su mujer.
Miren allá a lo lejos. Un avión gigante sobrevolaba la ciudad. Sus compuertas se abrieron y del cielo podíamos ver asombrados como venía hacia nosotros con una fuerza motriz increíble.
Todo a un radio de 100 km a la redonda fue devastado. El virus era más letal de lo que se pensaba, y se había impregnado en la totalidad de aquella ciudad. A fin de evitar se expanda, las autoridades tomaron la decisión de arrojar aquella bomba como lo fue en Hiroshima, y Nagasaki. Esta vez para un germen, y no una guerra. Una vez más se veía el hongo en los cielos. El virus había sido destruido, y todo lo que a su alrededor se encontraba.
El caserón del Barrio de la Boca
Recibí una carta de mi amigo ya hacía un mes de su desaparición, después de que se supiera de la pandemia. Por el momento su control era parcial, por lo que se podía transitar por las calles, lo que me impulsó con ciertos cuidados a la búsqueda de mi coterráneo. La policía no encontraba explicación y todo sucedió cuando se mudó a la casa de al lado del terreno allá en el barrio de la Boca. Un caserón antiguo de esos que pertenecían a los conventillos endiablados de las épocas vetustas de la historia de la República Argentina. En aquellos tiempos oscuros de maleantes, compadritos, y esperanzas perdidas, la gente se instalaba en aquellos lugares a título de familia numerosa. El caserón a pesar de ello siempre estuvo disponible. Tenía, y tiene, ya que se niegan a retirarse por sí mismo, una infinidad de lámparas colgantes que se encienden como si se pusieran de acuerdo en este negocio de iluminar. Aquel proyecto de hotel, pues era muy similar aquellos complejos recibieron una infinidad de personajes que fueron desapareciendo. Hoy en día las ventanas hablan, y se empañan para resguardar las imágenes que no quieren ser vistas al ojo humano. Algún que otro mensaje se esconde en ellas, invocando historias para quien le apetezca sentarse unos minutos a conversar.
Sin explayar en tanto asunto. El viejo caserón dejó de recibir inmigrantes cuando se produjo un incendio que tuvo su origen de manera desconocida en la habitación veintitrés de la Señora Fiona Servic. La Loca para los que la conocían. Oriunda de los Balcanes. Algunos manifiestan que de bosnia, otros de Montenegro, o más abajo, si se quiere en Albania. La última opción es la más creíble en cuanto su piel era blanca como la leche que llegaba en botellas de vidrio. Y su pelo amarillo ranció. Los albinos son unos personajes muy característicos. Ella de todas maneras hablaba en el idioma de los gitanos. Y como todo aquel, desconfiaba de las apariencias de las personas de otros países. Sean italianos, españoles, o mismos argentinos. Era de un aspecto más bien cerrado y obtuso en personalidad. Conversaba con las paredes y las manchas de humedad, pues ella expresaba en sus cantos a la noche que estaba obligada a charlar, ya que se sentían solas.
¡No se sabe!, porqué de sus manos un día se escapó un fosforo que obligó a la mitad de los ocupantes a correr por sus vidas. Digo la mitad ya que la otra se quedó atrapada y atrapada continua. Ya llegaremos a ese punto. Quiero tocar otro tema interesante. Los Capristo. Italianos de origen, provenientes de Sicilia. Eran una familia normal como los Anselmo, del estado de Galicia, o los Rodríguez de Cataluña. Los Capristo, los de la habitación veintisiete, eran celebres en sus comidas familiares de pastas de los domingos. Y muy conocidos en su bondad de servir un plato a quien llegase, con la condición de darle a este el trato merecido. Eran una familia numerosa. Ellos conversaban con los platos. Las historias que contaban junto, y sus vasos y cubiertos, eran de la isla. Los platos ser enfadaban si antes el padre Don Pedro, no entablaba unos rezos católicos. Era una familia atípica, que siempre estaba en la mesa. Los platos los dominaban de tal forma
que ellos veían reflejada sus semblantes en ellos. Por eso quien se presentare como invitado debía el mayor respeto. La comida en aquella habitación de varios cuartos, no faltaba nunca. Eran trabajadores, pero su vida era salir. Realizar compras, trabajo, y luego el fetiche de la comida. Los platos los llamaban siempre con una voz tranquila. Vengan a la mesa. Los cuadros de sus cuartos eran imágenes de diferentes manjares del otro lado del Atlántico. Los Anselmo, de Galicia, no se quedaban atrás en lo referente a ritos y sortilegios paganos o elementos extraños de la mente distorsionada. Eran artistas. Todos escritores del género perdido. El género perdido, como lo cita. El mismo se desconoce. Es hasta el día de hoy que no se sabe para nada de qué trata, como comienza y a dónde quiere llegar. Si es romántico, ficción, la cruda realidad, o un montón de poemas y versos. Por ello le han puesto el género perdido que según las lenguas orales ya desaparecidas, sin poder transmitir, nace del idioma gallego en una iglesia escondida de la región de Vigo. Por toda la habitación veinticinco, las paredes estaban empapeladas. Las mesas, los pisos. Todo era papel, y todos los días escribirán y rescribían encima con otros papeles que ponían encima de ello, y así constantemente. Las palabras les eran fáciles, y las plumas de tinta estaban a la orden del día. Las palabras hablaban con acierto un día querían que el capítulo se terminase, y ellos obligados estaban a cumplir sus placeres. La habitación veinticinco se la llamo el gran libro. Pues en ella era toda una obra, que arrancaba desde que se cruza la puerta hasta llegar al baño comunicándose con los cuartos. El faro de la entrada alumbraba un cartel que exponía a sus visitantes el título de la obra. La entrada. Entonces a media luz comenzaba la aventura. Los Anselmo se quedaron a cumplir su destino el día del incendió. Es de mencionar que antes de aquel trágico hecho, quienes ingresaban siendo personajes desconocidos de la familia no podían entender la lengua de los muertos salvo que los papeles lo quisieran, y por eso, ello ha desaparecido. No pasaban más, los Anselmo, como un grupo de insanos, que relataban y escribían a toda hora, todos los días, y todo el año. Sus tareas eran normales para la sociedad, pero al traspasar la puerta con el lema de la obra desconocida, sin la licencia de los de adentro era un mensaje irreproducible, y un castigo. Los Rodríguez catalanes de la habitación de la puerta marrón sin número, ya que estaba borroso, y no se documentan registros de ello, eran músicos folclóricos de sonatas. Todos tocaban un instrumento especial. Todos los días comenzaba la serenata musical. La Armónica pedía lanzar sonidos en mí, y observaba a las cuerdas de una madera de guitarra gastada. Eran melodías que fusionaban con una pandereta, y el piano terminaba la obra en soledad. Lo significativo de este concierto para quienes han podido narrarlo, es que cada instrumento se tocaba desde un sector. El piano en el comedor, la pandereta en la cocina, armónica en una pieza, y la guitarra en soledad, en otro cuarto. Jamás se hablaban. Eran una familia muda en conversaciones, y sus charlas eran a través de la música. Entonces durante todo el santo día de gracia tocaban, y al abrirse la puerta de ingreso, se escapaban en el aire como hilos de un pentagrama, aquellas voces que se direccionaban en todos lados. Al acabar aquel aquelarre fantástico de conciertos proseguían su vida sin emitir sonido. No tenían la lengua catalana, o eso especifica algunas de otras familias catalanas que si lo hablaban, y por casualidad estaban en otro piso. La dama albina no soportaba aquellos negocios de las tres familias. Había más, y más, pero no eran el caso de explicar lo que ellas en el primer piso convivían.
Después del incendió, solo quedaron restos de paredes negras con figuras de sombras que parecían añadidas de las almas de quienes no lograron salir. El caserón cerró sus puertas y con ella sus leyendas que sobresalieron durante varios años resistiendo al tiempo a partir de aquellas luces del exterior de cada habitación que se encendía. Algunos lo tomaron como un descuido de la Compañía de electricidad que nunca cortó el suministro. El inmueble del barrio venció al tiempo, y fue testigo de diferentes acontecimientos de la historia luego de décadas infames, revoluciones, dictaduras y democracias. Y las voces de ella aún se oían, y las luces se encendían. Papeles, música, y el olor a comida. La casa estaba en vida, y maldita era su suerte. Ninguna inmobiliaria podía tener el honor de vender semejante lugar. Mi amigo la adquirió por un precio módico. Su manera empresarial de desarrollar negocios, lo llevaban a lo más alto en el mercado capitalista. Aquel sitio sería ideal para levantar un negocio de hoteles. Guardaba todos los estereotipos precios para ello. Este firmó el contrato con quien adquirió en su momento solo por el hecho de tener un capital fijo, aunque ya no le agradaba la idea de la casa. El vendedor motivado desarrollo toda una estrategia de venta cual araña teje para que alguna pobre mosca quede atrapada. Mi amigo recibió las llaves, y pasó una noche en ella. Preparo la habitación primera del hall de entrada. Amoldó a su forma de ser. Un rockero sesentoso con algún poster de Cream, y algo de los gatos. Coloco una cama, y se mudó ya que como todo comprador de una casa con departamentos, también fue vendedor de la suya. Los primeros días parecía todo perfecto. El misterio y los ruidos, eran parte de la vetustez de las grietas que precisaban arreglo. Alguna rata caminando y nidos de palomas por doquier. Solo una cuestión, el hedor del aire. Todavía, luego de años, todavía, podía sentirse el hedor a quemado y a carne asada. Dicen que por más que el tiempo se traslade las cosas quedan en su lugar como si no pudiesen moverse por sí misma. El aire ranció se percibía caliente. Quiso verificar concretamente la leyenda de las luces. En efecto la electricidad podía utilizarse, sin embargo los focos estaban en su totalidad quemados. Las habitaciones del primero, la veintitrés, veinticinco, veintisiete, y la marrón tenía sus puertas selladas. Con unos empleados albañiles contratados rompieron las mismas como las otras comenzando los trabajos de restauración. Estuvieron trabajando durante una semana. Las herramientas estaban acumuladas en un sector del pasillo. Los empleados luego de unos días subsiguientes a la semana no volvieron. Mi amigo intento comunicarse con uno de ellos, ya que sus elementos de trabajo permanecían aquí. No hubo caso. Nunca atendieron el teléfono. Tenía un viejo perro. El negro. Muy juguetón y travieso. Mañoso como él solo. Se metía en donde no podía escabullirse animal cualquiera. Recorría olfateando toda la casa constantemente llorando al mirar a mi amigo. Este le abrió las puertas de la calle, y el negro escapó como si las piernas no le dieran oportunidad para despedirse. No regreso. Algo ocurría con aquel lugar en el cual las partículas del aire se condensaban en un calor abrumante. Es aquí que mi amigo me envía la carta explicando la situación para que fuera a visitarlo, y me quedase unos días. Era tanto el trabajo que él solo no podía, y nadie quería venir a trabajar por la mala fama del recinto. Fue la primera carta, luego recibí otra y a los pocos días se esfumo como si no se pudiera entender el porqué.
....Querido amigo, la casa es rara. Algo no está bien. Siento las respiraciones de una multitud de personas. Los platos reflejan rostros. Se ríen de mí, y no entiendo que ocurre. Y la música constante resuena cuando las luces se encienden, y la locura me invade en cuanto leo las paredes de historias en otro idioma que no comprendo, ni razono. Hay papeles en el piso, y la vieja blanca se asoma a la ventana de la puerta me mira y se va. No logro llevarme con ellos. Son muy quisquillosos. Siento el deseo de largarme de aquí, pero no me dejan; me tienen preso. A penas salgo a comprar víveres, y cuando llego, las puertas se sellan con llave, porque no les gusta que salga, y ni entre nadie. El caserón a veces se prende de fiesta, y otras de miseria. El otro día asistí a la cena de los Capristo, y comí hasta reventar. Era una tortura. El estómago se me hincho casi a punto de estallar. Y estalló. Veía mis tripas como salían por todas partes, y los ojos desorbitados de mi rostro en cuanto el plato carcajeaba, y ellos no me permitían ir. Los intestinos regresaron, mi estómago se cerró, y nuevamente la comida pasaba por el cuerpo, y las lágrimas salían a salsa, y las manos violetas, y la sangre se coagulaba. La gula era un pecado original. Me largaron, y luego la música de la familia Rodríguez que espantaba mis oídos, y siempre en el cerebro se escuchaba sus voces en melodías, tan fuertes que sentí la enfermedad de la otitis picando los tímpanos. Continuaba. Era como si todo mi cuerpo fuera un instrumento, y el cerebro intentaba escapar de aquella pesadilla. Las paredes todas escritas y leer en lengua desconocida. Leer mi final, y escribir tanto como si la mano tuviera vida propia. La manos acalambradas de escribir algo que desconozco, y la vieja me mira, y le pido por favor con todas mis fuerzas que lance un fosforo y termine este sufrimiento. No puedo más, te pido vengas, y me saque de aquí....Atentamente....
Al leer su segunda carta, hice las maletas y me fui a la Ciudad de Buenos Aires. Llegué al viejo caserón. Toque varias veces la puerta. Un anciano paso al lado mío, y me susurro al oído. Es inútil, hace tiempo que no hay nadie aquí. Me di la vuelta de repente y no encontré persona alguna detrás de mí.
Empuje un poco la misma y logre abrirla. Todo estaba oscuro. Un pasillo conducía al hall central de la planta baja. Había tres puertas de un lado y tres puertas del otro. Luego podía verse el primer piso si miraba hacia arriba y las habitaciones de las familias. A la izquierda las escaleras en las paredes algunas fotos de personajes antiguos. Una litografía de San Martin, de Rosas y Peñaloza. Al fondo un cuadro de un jarrón verde con unas frutas a su alrededor. En la planta baja en la primera puerta se había ubicado mi amigo. Estaba abierta. Podía verse su molde y orden a su estilo. El grabador con la cinta puesta encendido. Una tercera carta.
....los siento, pero, soy parte de la casa...atentamente
Eran las horas indicadas de una mañana nublada. Aguardé a que llegase mi amigo si es que se había ido. El silenció caminaba por todo el caserón como su dueño original y alguna paloma volaba por el techo. Me instale en la habitación de al lado. Aguardé todo el día y nadie apareció. Al otro día coloque la cinta de música para escuchar un poco de rock. Inmediatamente la misma cantaba sonidos inentendibles y la voz de alguien hablando en italiano y luego en español y para terminar en el idioma de los Balcanes. Se
oían gritos y melodías de piano. Veinte minutos y terminó de rodar la cinta trabándose con el radio grabador. Saqué la misma, y di una infinidad de vueltas con una birome que tenía en mi bolso hasta quedar intacta. Salí rápido de aquel lugar y me fui a la comisaria a realizar la denuncia. No sabía que pasaba, más algo se produjo y mi amigo desapareció. Vino la policía y tomo datos requisando todo el lugar. Hable con el comisario y le presenté la prueba de la carta y el casete. Al poner la cinta se podía escuchar música de blues. El comisario creyó que le estaba tomando el pelo, a lo cual en mi declaración le hice saber fervientemente que no podía ser que sonara aquella música. Al irse los policías luego de investigar. Uno de años se me acercó y me dijo: le creo mi amigo, pero la casa no quiere que la moleste nadie, yo le digo que mejor es que se vaya de acá. Su amigo tal vez aparezca. ¿Cómo que tal vez aparezca? Lo que escuchó. Nosotros vamos a continuar la búsqueda, aunque le recomiendo que se vaya a otro lado, no se quede aquí. Luego de sus palabras ingresó en el patrullero, y se fueron. Ante lo manifestado. Arme un poco de valor y pase una noche más. Casi oscureciendo encendí las luces de la planta baja. Las de la primera planta no era preciso de todas maneras ascendí por las escaleras al primero. Luego trate de prender la luz de la puerta de la habitación veintitrés, pero no hubo caso, proseguí a la otra y tampoco. No había luz y como sin querer la cosa visualice un cuadro de un señor. Era un dibujo típico de un hombre de frac con el semblante del terror en su expresión magnifica y facial de no poder sonreír. Sentía que me miraba como si quisiera decirme algo, por lo que me le acerqué. De noche y sin ver bien, tomé el mismo camino a las escaleras. Las luces. Sí, esas lámparas de faros que cada puerta poseía, alumbraron. En un principio la paranoia del cuadro, y este imperfecto me transportaron al peor de mis miedos, cuando la psiquis humana no puede comprender. Y el ruido de una paloma que buscaba la salida desaparece en la bruma. El aire se complotó con esas luces. El calor y el hedor presentes. Por doquier. Una sombra a mi alrededor pasa rápidamente, no llego a captar que era aquello. Las puertas se abrieron con el chirrido del óxido de años sin poner aceite, y una guitarra suena. ¡Me asusté! El escalofrío me caló los huesos. Caminé despacio hasta las escaleras. Intente en mi cobardía de evitar el desastre descender, pero la curiosidad bendita me transportó a la primera puerta que tenía presente, y un sinfín de papeles volaban en el aire. Recogí al azar uno que paso frente a mí, en blanco. Escribe. Escribe ahora. Sin saber que sabía escribir, escribí con un bolígrafo guardado en el bolsillo del saco. Y no podía parar. Era como si estuviese compenetrado en ello. Y mi mano comenzó a temblar y el dolor era terrible. De las uñas la sangre se vertía sin razón y las líneas de los contornos de los dedos desaparecían, y las paredes se marcaban en lenguas que no podía discernir con la vista. En la tercera puerta era un libro gigante de los cuales rostros querían salir de él, hablando, gritando, y queriendo decir unas palabras. Y ahora escribía con mis manos en símbolos con la sangre de los moribundos dedos carcomidos, y un sonido de estruendo en mis oídos. Tan fuerte que parecía que hubieran puesto mi cabeza dentro de un instrumento. Y ahora el piano con cada tecla brutal, y luego la pandereta. Hipnotizado, alguien toma lo que resta de mí, y me ingresa por la segunda puerta, y toda una mesa preparada. Una comida me espera. Unos fideos como gusanos que son interminables, e infinitos, se introducen en mi boca, y solo puedo digerir y digerir. Quiero parar y no puedo, y la humedad del recinto escupe como si vomitara grandes masas de excremento, y los personajes se ríen ante el susto. Las piernas se me congelan
y los pies hinchan con la panza repleta, y todo estalla. Luego cada parte del cuerpo regresa. Y las burlas de los cubiertos jocosas se mofan. Me levantó, de la silla mareado. Veo una sombra que me empuja. Los familiares se enojan, y la persona de color negro me saca de ahí. Debo continuar le digo. ¡No!, esgrime de sus palabras. Tengo las manos temblando, y el cuerpo resentido de la destrucción y ensamble. La cosa de negro me arroja de allí hacía afuera, antes que la mujer de blanco me ponga las manos encima. El cuadro del hombre solo tiene un paisaje sin él. Me empuja hasta las escaleras. La casa se enfada y vuelve a ésta en interminables caminos de pasillos. Bajá, y no mires atrás. Descendí, y descendía. Y ellas parecían infinitas. Tal así que mis piernas se agotaban. Y caí rodando a gran velocidad como si nunca pudiese dejar de girar como una pelota que se golpea hasta que perdí el conocimiento.
Me desperté con una jaqueca terrible debido aquella caída. Era de día, y la noche se había esfumado. Ese tramo al primer piso eran solo unos metros. Creí que todo era una pesadilla y me fui al baño, y del lavatorio abrí el grifo del agua. Me lavé el rostro golpeado y herido. Luego la cerré, y me fui a la habitación de mi amigo. Encontré una última carta.
....querido amigo, siento lo ocurrido y haberte metido en este embrollo. Ya no se puede hacer mucho. Soy parte de la casa. Me dominó. Fui atraído por ella, y todos sus habitantes. No quería que te pasara lo mismo. Aquí las cosas son como son. En el tiempo la locura se esconde preparada para cazar a las almas que no sepan respetar los designios de la cordura. Yo no lo respeté, y la curiosidad me transportó al primero piso. Aquí son muy estrictos, y la anciana lleva los rieles de todas las vidas. Aquí comienza, y terminar todo. No vuelvas. Ándate hoy mismo del caserón. Las leyendas no mienten. Los demonios son los verdaderos dueños de la casa, y las familias lo saben. Solo te pido un favor, cerrá bien la puerta para que nadie nunca más vuelva a caer. Somos muchos los desgraciados que perdimos más que una vida por codicia y falta de entendimiento. Hay poderes con lo que no se juega. Cuídate y hazme caso. Atentamente...
Inmediatamente comprendiendo tristemente la perdida, me fui de esa casa. Al salir con las maletas, cerré las puertas con llave. Aquel anciano que me susurró, nuevamente dijo unas palabras: Tuviste suerte, otros no salen nunca de aquel nido de la muerte. Y desapareció. Nuevamente me di la vuelta, y no estaba. Me traslade a la policía para verificar los movimientos de la denuncia. Y la misma se había archivado. No tenía razón de ser mis dichos. Me fui desilusionado. El mismo policía que me habló aquella vez me dijo: lo siento por su amigo, pero lo mejor es hacer como que no ha pasado nada. Hay otro problema en las calles, y en la población, lo sé, y ¿Usted que piensa le digo? El Caserón de la boca es antiguo. Va a regresar a la inmobiliaria, y se mantendrá guardada ahí. Usted váyase de aquí. Es mi consejo. Me di la vuelta, y tomé el primer taxi a mi pueblo. Años después cuando ya todo había pasado con relación a la pandemia, me enteré que la casa continuaba sin comprador. Que los albañiles sintieron ruidos de personas que les hablaban, y que el perro percibió cuando había entrado en el agujero del averno las caricias de dolor del verdadero dueño del caserón. Y mi amigo era solo una figura de un cuadro.
La casa de los Pugliese
Apodado el mago de la estrategia y el engaño, Hermes tenía planeado el sistema justo de la casa de los sauces de la calle Desaguadero. Una fachada antigua perteneciente a los Pugliese. No se sabe a ciencia cierta que la misma ha quedado abandonada. Su último morador fue doña Alcira, que ya pasada de vetusta no se la vio nunca más por aquella mansión. Describiremos la casa de dos pisos y medio. Alrededor de ella un campo de sauces, y maleza de la altura de unos cincuenta centímetros sellada con una reja oxidada y chirriante. En medio aquel inmueble. Ventanas en sus contornos, una única puerta de madera y una decoración de mármol con la figura de una gárgola sonriendo al estilo del teatro italiano. Las paredes un tanto resquebrajadas por el pasado, el presente y tal vez el futuro. En el interior los que llegaron a verla expresaron que su estilo era más bien de los años del 1900, cuando la republica argentina recién adquiría una identidad como país y granero de la humanidad. Una escalera llevaba a la sala del segundo piso, en la cual se guardan las habitaciones con recelo. Hay otros que afirman en sus leyendas que las voces son recurrentes, que los cuadros hablan, que las cortinas bambolean al sonido del viento y que el foco de una luz se presenta intermitentemente. La figura de una adolecente en las ventanas que posa su palma. Hay pensadores y refutadores de aquellas historias de lo paranormal. Ahora bien, intrigante es que cada animal que pasa por aquellas puertas de rejas de metal lloran el desasosiego, y la premura de un miedo que genera rabia al mismo tiempo que desconsuelo. No se ve vida del otro lado como si la vida fuera un pecado en este recinto tan lúgubre en la cual los elementos inanimados quisieran tomar desde una inverosímil actitud el facsímil de los estamentos de los hombres y mujeres, cuando en realidad los antiguos moradores de la casona de dos pisos llamaron a la desesperación, cuando se les prohibió el ingreso al paraíso y el infierno.
Hermes el astuto, fraguó un plan maestro para poder ingresar, y cometer el delito del hurto y tomar con sus propias manos cuanto objeto de valor en sus alrededores se encuentre. Tenía todo pensando. Se había diseminado el miedo a raíz del virus de la gripe Covid-19, y al determinarse la cuarentena a fin de evitar los contagios, este aprovecho sus artimañas para pasar desapercibido en las calles. El estratega de años, planificó en la noche de los santos el robo. Era simple desde los techos como los gatos estarían ingresando hasta la habitación de los contornos de la derecha. Una ventana según sus fuentes se encontraba abierta y era cuestión de tiempo. Romper la barrera de la seguridad de una casa abandonada. Llego el día del juicio, y la entrada a los espectrales y seductoras corrientes de aire de la fachada Pugliese.
Hermes observó su reloj a la hora indicada, e ingreso con una treta lúdica especial a los perros de su vecino. Cuestión que desde un comienzo le pareció un tanto extraña. Su juego consistía en un pedazo de carne saborizada con alguna especia que mantenía ocupados a
los canes, aunque un tercero que no participó del evento, lo descubrió sin chistar con ladridos impertinentes que despertasen a la pareja de ancianos que descansaba. Nuestro amigo hizo de las suyas escalando los techos para luego pasarse al árbol del predio infestado de maleza y yerbas, y de aquel roble gigante de pura madera podrida y seca a la punta de las tejas de la azotea. El perro, aún observaba sin decir nada al respecto. El anciano se despierta en medio de la noche y llama a sus mascotas. Vengan aquí. No pierdan el tiempo. Vengan aquí. Los animales salieron corriendo para el interior de la casa, en cuanto el viejo abrió la puerta. Uno de ellos lloraba. Calma le dice y observa a la casa de al lado con una ademan negativo. El viento inmediatamente selló la puerta con llave. El astuto intenta el ultimo salto, como siendo empujado por alguna fuerza de la cual creía que era su habilidad para escalar. Ya impoluto en aquel tejado, la luna se convirtió en una masa amorfa, y unas nubes cobijaron su luz reflejada del sol quedando a merced el hombre, de la oscuridad que de susurros inventaba escenas de una paranoia que éste vislumbró al movimiento de las malezas en los suelos que parecían mofarse con ruidos escurridizos. Ladea la cabeza y vuelve en sí. Es solo una falacia originada por un miedo y punto. Camina hasta llegar al sitio de aquella ventana y lentamente termina de abrir sin pronunciar ruido alguno, arrojándose como una hoja de otoño que cae al suelo de la madera añeja y llena de polvo. Cuidadosamente encendió su linterna, y el primer movimiento de silueta apareció y desapareció sin pleno aviso ¡Claro está!, que no lo presintió, como tampoco el estridente movimiento de un mueble. Al salir de la habitación en el pasillo un cuadro del lado derecho un hombre con bigote clavo su vista, y él, le devolvió la mirada dentro del espacio gris de penumbra. Del lado izquierdo el espejo rajado de lustros, décadas y centenas del tiempo, apuntó la luz a éste sin notar nada, aunque el susurro del zumbido acarició su cuello. Inmediatamente se dio media vuelta al cuadro que aún de forma estoica guardaba su mirada, al voltearse una sombra detrás de él se esfumo en segundo. El susto del estratega fue que sus piernas se dirigieran a la sala de la planta baja descendiendo rápidamente las escaleras de origen primigenio. Un tropezón casi en la mitad del camino como si tocaran su talón de Aquiles lo depositó boca abajo contra el piso, al incorporarse en su soñolencia, podía notar una mujer de unos dieciséis años con ojos negros, y pálida, que abrió su boca de tal forma que intento tragarse al ladrón. Este se lanzó hacia atrás. El velador de una luz se encendió y se escucharon los pasos de las risas ajenas de una carcajada macabra que consumía sus oídos. Semi mareado. La cabeza del astuto daba vueltas, mientras una y otra vez sentía aparecía aquella mujer queriendo tragarse en cuerpo entero al ladrón. Y las risas de una vieja insolente y el movimiento de las cortinas, que parecían hablar hasta que nuestro amigo desvaneció en una silla de la sala. Sus ojos se desorbitaban al observar al costado de su derecha, una anciana muerde su mejilla y se mofa del dolor. El hombre no puedo ahora siquiera levantar su cuerpo de la silla. Está atrapado en aquel asiento y a su alrededor, las figuras de pesadilla lo maldicen con extrañas situaciones. La anciana vuelve a él y acaricia su cabello e introduce su dedo en el ojo derecho sacando este desde la córnea con un hilo, en cuanto el dolor de la figura humana paga el precio y la dama intenta devorar su carne y el hombre del cuadro no quita su vista y se lamenta. La luz se apaga y enciende y llega la bestia con el martillo. La anciana repite la operación quitando el otro ojo y dándoselo a la bestia del martillo como pago parcial, y éste entrega a la vieja un libro que
le otorga al astuto. Lee para mí, lee para mí. Hermes completamente ciego de vista y dolor, se niega, y el peso del martillo toca la punta de sus dedos que revientan. ¡No puedo, grita! Lee para mí y la señora toca su lóbulo del oído como rascando la piel, hasta que aquel cede, y toma aquel ejemplar escrito en puntos y leyó una historia de un ambicioso embustero y estratega. El título un nombre que él, conocía, y que ha de pasar su eternidad en el asilo de la mansión Pugliese leyendo lo que no puede ver, y torturado por un dolor que ya no puede percibir; siendo comido todas las veces posibles, y todo por un precio de codicia.
Los perros continúan llorando, y el viejo vecino le comenta a su mujer, pobre hombre me hubiera gustado advertirle que hay lugares a los que a veces es mejor no adentrarse. Una nueva leyenda de un borracho que no teme a nada, ni a una gripe, ni a las autoridades, ni a espíritus, en una esquina manifiesta, que un hombre invidente a veces sale por la noche, pero debe regresar. Da unas vueltas por ahí con su bastón, y un libro bajo el brazo. A muchos les da lástima, e intentan ayudarlo, aunque nadie puede hacerlo, e invita a la reflexión el hecho de que la curiosidad es hija de la desgracia cuando del bajo astral se trata. Cada noche una historia diferente sobre un hombre que intento burlar a los seres del otro lado.
No salgan de sus casas
¿Dónde estarán se preguntan todos? Mejor no preguntar. Mejor no tentar a la curiosidad. No vaya ser que los próximos seamos nosotros.
Fue en pleno otoño que se dictó el auto – medida restrictiva de mantenerse en sus casas. Una cuarentena, con estado de sitio para todas las personas de aquella nación pequeña. Era como un reinado bajo una presidencia de un electo ser. Se estableció que se les haría llegar a cada familia la comida, e insumos correspondientes para cubrir las necesidades básicas. Algunos no entendieron el concepto. La televisión exponía las noticias, conforme los dictados gubernamentales. El arbitrio de información era un nefasto certamen de mentiras. Decían muchos que mantenían comunicación por vía red de internet con otros lugares del mundo, hasta que se produjo un quiebre en ello también, y se cerraron los sitios más solicitados, reduciendo la capacidad al máximo.
Nadie absolutamente nadie, podría salir. Era cárceles domiciliarias. Cada día los helicópteros pasaban por todos los barrios, pueblos, ciudades, y esparcían un roció que llegaba en gotas a todos las casas. Un agente protector, e impermeable. -
- Voy a salir un poco. Esta cuarentena está volviéndome loco. – expresa aquel hombre.
- que mira a una ventana la ciudad desierta.
- Pero, ¡no dijeron que no podemos salir! – le comenta su mujer. -
- No me importa. Total es salir unos minutos.
- Bueno, ¿pero que no te vayan a sancionar si?
- Mujer no ocurre nada - manifiesta con claridad de razón su marido. –
Al descender de las escaleras de su departamento debido a un corte de luz del edificio, sin poder utilizar el ascensor, se dirige al portón de salida. Presiona la llave, y el aire de la calle en una brisa sopla en su oído en un susurro latente, y relajador.
Desde la ventana se veían, personas que miraban el atrevimiento de aquel rebelde sin causa. Caminó unas cuadras sin rumbo fijo. Al dar vuelta la esquina. Se esfumo en las diagonales. Cerca de un árbol de sauces seco del otoño. El viejo de bastón lo visualizó por la ventana.
- ¿Tú crees que deba ser prudente que salga? – comenta la hija a la madre.
- Hija, es mejor aguardar. Nos traerán, los elementos que precisamos, ya lo dijo el gobierno.
- No aguanto quedarme aquí todo el día.
- No hay personas, ni negocios abiertos en las calles. – reflexiona tratando de hacer entender a su hija. -
- ¿Y que con ello? – replica la adolecente. –
- No salgas, y listo. ¿Si? – con enojo transforma su rostro aquella mujer. –
Al pasar unas horas, en el transcurso de la siesta, la niña sale a las calles. La otrora capacidad de sufrimiento en su rostro era la razón de no querer permanecer un segundo más en este lugar de cuatro paredes. Cuidadosamente giro la perilla de su puerta. Al sobrepasar aquella línea entre lo prohibido, y permitido, se entusiasmó bailando en toda la cuadra, hasta llegar a la plaza principal. Donde redobló por una curva. Allí observaba una joven mujer de pelo negro, que no podía moverse de su ventana.
Saldré debo verla a ella. Él, estaba desesperado por su dama, pues no tenían comunicación. Ella embarazada de cinco meses. Esperaban un retoño, y el día de la cuarentena no dieron tiempo a juntarse, por lo que permanece en la casa de su madre.
Se dijo por dentro, ¿y que si me encuentran? –
- ¿Acaso pueden reprimirme? – continua su vocinglería interna
- Es una ley tonta, de esas que quieren implementar los corruptos, pues así ha sido toda la vida, y así será en este mundo nefasto de capitalismo salvaje, carroñero, e inquisidor. Pues que vengan los pretores de la justicia. Y ante ellos verán mi enfado.
– Al terminar su soliloquio, aquel anarquista, se vistió informal, con unos jeans, zapatillas, y una camiseta. La puerta se abrió instantáneamente. El aire siempre era un susurro. Un aviso. Una calma.
Al caminar presintió la comodidad de su cuerpo al movimiento. Sus músculos estáticos en cierto punto retomaron la tarea física olvidada en el encierro. Experimentó en sentimiento de libertad. Durante varios minutos fue percibiendo los latidos de su corazón tal vez por el miedo, a salir, al virus, tal vez por extrañarse el hecho de poder ejercer un derecho reprimido.
En la esquina fueron sus pasos. Desde la ventana otro joven miraba sin expresión alguna.
Han pasado muchas horas. Y multitudes han padecido el encierro en sus casas, y departamentos. Esto produjo un pálpito mal habido en esa mujer que esperaba a su novio, por lo que se vistió como para salir a la calle. Bajo las escaleras cuidadosamente, y en el portón al llegar, en donde había una base de hierro semi oxidado, percibió una aroma, de cenizas. ¿O solo era su imaginación, por la situación? Al abrir aquella, el aire acarició su rostro. Se dirigió por la cuadra de las diagonales, al avistar el sauce, continuo rumbo. En seguida en el suelo pudo encontrar un efecto de su novio. Su billetera. ¿Qué raro? El miedo la invadió pensando que lo habían asaltado. ¿Estará bien? Camino por media hora, tiempo máximo donde no se veía ni siquiera a la brisa del aire transitar. Todo era un espacio de vacío total. La preocupación fue su límite. De repente por atrás alguien le pone
una bolsa en su cabeza, e intenta asfixiarla para dejarla inconsciente, ella por esas casualidades, y con razones de seguridad, tenía un cuchillo en su mano. Con las pocas fuerzas que pudo rescatar, lo recoge de su sacón, y acierta en la parte de las costillas del atacante. Aquel agresor cayó en el suelo. Ella se zafa de aquel plástico quitándoselo desesperada, y se arrodilla tosiendo tratando de poder respirar nuevamente. Cuando vuelve en sí, ve retorciéndose a un hombre con la expresión desfigurada de su rostro, y los ojos completamente rojos. Se levanta y comienza a correr, al llegar a la primera casa, golpea fuertemente la puerta.
- ¡Auxilio! ¡necesito ayuda! ¡auxilio! – grita desesperada – ¡Auxilio! Un anciano con un bastón abre aquella puerta cuidadosamente
- ¿Qué ocurre? – trata de calmarla aquel hombre
- ¡Alguien quiso atacarme! – se expresa con nervios la mujer
- Tranquila pase – le dice aquel viejo. -
- ¡Gracias!
- ¿Quiere algo de agua? - pregunta. -
- Si, ¡por favor! – asiente ella. -
Al regresar, le da el vaso de agua, y toma asiento en una silla mecedora. Y le comenta,
¿porque violo el toque de queda? Ella aclaró que no fue intencional, solo fue a buscar a su novio que salió por la mañana. ¿Porque violo el toque de queda? Mientras se mece con cautela. Ella vuelve a contestar con la misma respuesta. ¿Porque violo el toque de queda? La mujer, lo miró fijo, y se quedó muda sin decir palabra alguna. El viejo parecía poseído.
- ¿Porque violo el toque de queda? – vuelve una y otra vez a preguntar - ¿Porque violo el toque de queda? - ¿Porque violo el toque de queda?
La mujer se levantó cuidadosamente. El anciano permanecía preguntando sin cesar sentado, y luego se levantó y se dirigió a la ventana.
- Las puertas se hicieron para eso, para permanecer cerradas. Para eso sí hicieron. Las puertas deben estar cerradas. Cerradas. Cerradas – el eco de la casa se sentía sin cesar.
Ella camino hacia atrás sin voltear para no perder de vista al viejo, y abrió la puerta de ingreso.
- LAS PUERTAS DEBEN ESTAR CERRADAS. – grita el anciano.
La mujer corrió desesperada ante la locura de aquel engendro. Al salir de la casa, recibe un golpe fuerte en su cabeza, produciendo el desmayo. Al despertar a su lado el cadáver de su novio descuartizado. Ella lo vio, y comenzó a gritar de la desesperación. Su cabeza la observaba fijamente con esos ojos perdidos que contenían un mensaje de pánico. Ella no paraba de gritar. Era un calabozo totalmente sellado. Del otro lado los alaridos de diferentes seres humanos agonizando. De instantes se abrió la reja de barrotes oxidados con el chirrido resquebrajador. Salió de allí corriendo. Nuevamente sintió un golpe en su cabeza, y se desplomó en el suelo.
Al regresar de una vez más. Se encontraba en un laboratorio.
- ¿Ocurre? – comenta ella con el dolor de cabeza, y un mareo. –
- Nada en absoluto. Les dijimos que no salgan a las calles-
- ¿Cómo?
- Les dijimos que no salgan. Que no rompan el toque de queda.
- La infección es inminente.
- ¿No entiendo?
- Nadie lo entiende, y por ello están aquí.
La mujer estaba atada en la cama de aquel tugurio de investigaciones. Se le inyecto un suero. Lentamente ella se durmió. Sus ojos se estaban poniendo color rojo. Se les avisó a las personas que no salgan. Al lado de ella su atacante maniatado. Ella, cerró los ojos lentamente, hasta desvanecerse por aquel comprimido. El aquel hombre de ciencia comenzó con estudios, para encontrar la vacuna.
El virus se detuvo luego de un tiempo significativo. Las investigaciones fueron precisas. La cantidad de muertos considerable al número tal. La de desaparecidos, nunca se confirmó. Mucho tiempo después, saldrá a luz. El informe x. teníamos más de cien civiles infectados, de los cuales se los utilizó para estudios de los laboratorios. Los síntomas producían locura, ataque psicótico, canibalismo. A la mayoría, los más fuertes se le hicieron diferentes pruebas. Se encontraron mutaciones. Ninguno resistió los elementos proporcionados generando deformaciones. Fueron descuartizados, y cremados para evitar contagios. El virus respondió considerablemente. La vacuna posterior también. Los cuerpos fueron anotados. Las pérdidas mínimas. El efecto coactivo de la feromona del roció implementado en el aire, y sobre las personas tuvo consecuencias efectivas, produciendo los resultados esperados en los que salieron de sus casas para uso científico. Fin del informe. -
Del laboratorio algunos escaparon, y caminan hasta ser encontrados.
Un grafiti en la pared decía en aquel entonces: "No salgan de sus casas. Todo es una trampa".
Carta de mi deceso
Querida mi deceso fue terrible lo sé, y hasta calamitoso, e inusual, empero fue original. No quise terminar con la clásica soga al cuello; después te ibas a preguntar el porqué de esos ojos desorbitados y una lengua tan rancia con la que propinaba besos. Ojo, tené presente que luego de muerto el cuerpo se descompone y la lengua no podría ser menos. De todas maneras elegí luego el tren y lo ví pasar atestado de gente por lo que desistí, también me da fiaca tirarme, y que mi cuerpo se despedace. No quiero ni pensar que pasaría si el pene termina con un pedazo de cadera por ahí y continúa como alimento de perros y gatos. Dios que dolor y que vergüenza, riéndose la muchedumbre de mi virilidad por los diminutos músculos que de pereza crecen en un tamaño promedio. Se me paso por la cabeza la idea de la pileta. Era fantástica. Arrojarme y dejar que el agua haga lo suyo. Podes creer que el hijo de puta del dueño de la piscina del hotel donde me hospedé para tal plan, le puso más cloro que agua. Me ardían los ojos y salí cagando de ahí. La bronca fue el dineral que gasté por alquilar habitación con piscina. Perdón, vos me conoces soy una cloaca para expresarme a veces. Buenos he pensado una infinidad de alternativas. La del agua la volví a probar en el rio de la plata. Viste que es un pozo sin fondo, aunque tengo miedo que sea un abismo al infierno. Esas aguas de sedimento marrón oscuro que no se sabe que hay abajo. Lo que me faltaba terminar en la casa del demonio. ¡Si, yo quiero ir al cielo! Al final de cuentas lo conseguí, y me fui para el otro lado. Te va parecer graciosa la maniobra aplicada. Fue así, no había vino en casa y me había preparado un estofado de esos que sino caes hoy, será mañana, y me dije no puede ser no hay alcohol, y encontré una botella de Aceite para motores del Chevy que teníamos
¿te acordás?. Si era una auto destartalado, ¡aunque bien que te subías!. La cuestión que me agarre una descompostura y fui saltando obstáculos al baño en una velocidad, arrojándome al trono de mármol como un cesto de básquet, o Green en hoyo uno. Cuando me quise acordar, entre la fermentación ambigua de los gases y lo sucedido corrió una suerte de bomba química. Hubo daños soy consciente de aquello. De los caídos en combate, las bajas eran las siguientes: el pájaro jilguero (mejor me tenía podrido cantando a las cinco de la mañana), el gato del vecino, el vecino, y yo. Las pericias médicas y criminalísticas manifestaron en la declaratoria oficial que se había creado una bomba casera. Tuvieron que venir los bomberos y personal del Ceamse (instituto experto en recolección de residuos) con sus carros atmosféricos. Una mierda todo este asunto. La proliferación de heces se expandió como gas metano por la ciudad y tuvieron que evacuar la zona por epidemia tras un virus que se generó en mis intestinos y que según la ciencia era altamente toxico. ¡Carajo! ¿Lo que puede hacer el cuerpo humano no?. ¡Algunos dirán que cagada!, aunque pudo ser peor. Decretaron la Emergencia Nacional en Buenos Aires, proximidades de la provincia, y luego el país, hasta concluir en una pandemia mundial que poco a poco se fue retirando, salvo en la zona donde el hecho ocurrió. Un desastre. Fue semejante en un principio, como en la región de los montes cerca de los Cárpatos, Ucrania Chernóbil en los años 80. Aquí ha pasado tiempo, y algunas plantas y animales, mutaron de forma irracional. Ahora bien, es extraño, pero la ciudad permanece en mejores condiciones sin humanos. No comprendo bien estos asuntos, aunque la naturaleza y la barrera de radiación prohibieron el ingreso, y ahora está libre de eso que llaman corrupción, que según aquí en el cielo es la verdadera enfermedad incurable que nos tiene mal. Puedo expresar que es bastante agradable aquí, igual me parece que me van a echar del paraíso. Es que estaba en la fila para trámites burocráticos. Son dos filas de cinco personas. Lo agrupan de forma ordenada, y se ve que en una había un jugador de fútbol, y tiro una bocha. Pintó picado. Hasta San Pedro se prendió. Y en una parte. Pero te juro es cierto, mí compañero, al cual le dicen dentadura (No tiene un puto diente en la boca, por ello no comprendo el apodo) mete un cambio de frente, y me elevo tipo Van Basten en sus mejores épocas en el Milán con una chilena milagrosa. Ya la había hecho una vez en Rio de Janeiro en la playa. Te voy a contar también de aquel episodio. La anécdota es que la agarre de aire, y se la puse en un ángulo a Pedrito. Me levante eufórico, y le grite Goooolll!! La conc de tu madre!!!, ¡¿para qué?! Me tuvieron en capilla unos cuantos días, y encima averiguaron que me quise suicidar; igual estoy planeando una treta legal (El tipo es vivo) para hacerlo pasar como accidente por mi torpeza. Digamos, impericia y negligencia. Uno puede alegar su estupidez. No como la teoría de los actos propios que hay en la Argentina. Bien luego te contaré como continua esta historia. Saludos discretos, Atte...