La corte se encontraba en silencio, sus miradas fijas en Clei, quien luchaba contra la tormenta de emociones que rugía en su interior. Los ancianos, con sus rostros arrugados y ojos cansados, esperaban su respuesta. La pregunta resonaba en su mente como un eco doloroso: ¿había sido él quien había arrojado a Nat por las escaleras?
Clei sabía que mentir sería una traición a sí mismo y a los que amaba. Pero también comprendía que la verdad podría desencadenar consecuencias devastadoras. Sus alas, una mezcla de amor y compromiso, temblaron involuntariamente.
Finalmente, con voz temblorosa, Clei asintió. "Sí, fui yo", admitió. El peso de sus palabras se hundió en su pecho, como si una espada lo atravesara. Las miradas acusadoras de sus "hermanos", especialmente Deymon, lo perforaban.
Deymon, con sus ojos ardientes de ira, no pudo contenerse. "¿Por qué, Clei? ¿Por qué arrebatar mi sueño?", preguntó. Su voz era un susurro cargado de dolor y traición.
Clei cerró los ojos, sintiendo el abismo entre ellos. "Celos", murmuró. Pero no eran celos hacia Nat ni Deymon. sino hacia la libertad que estaba a punto de perder. La libertad que Clei anhelaba ahora
Los ancianos intercambiaron miradas. El más antiguo, con su barba plateada, habló solemnemente. "Hablaremos de tu castigo, Clei. Pero recuerda que tu posición como príncipe no te exime de las consecuencias. La corte puede arrebatarte la corona o imponerte un castigo severo".
Clei asintió, su corazón enredado en una maraña de culpa y miedo. Buscaba redención, comprensión y, sobre todo, la verdad. Pero en ese momento, la verdad parecía más peligrosa que cualquier mentira. Y así, el joven príncipe enfrentó su destino, atrapado entre el cielo y el infierno.