Marissa pensó que estaba soñando. Había soñado con él durante tanto tiempo en los últimos cuatro años. Acostado junto a ella y diciéndole cosas que anhelaba escuchar en su realidad pero que no podía.
No llevaba camisa, y su torso desnudo y tonificado estaba tan cerca de ella que fácilmente podría moverse hacia adelante y lamerlo. Podía tocarlo y sentirlo. Justo como solía hacer cuando estaban juntos.
Se apoyó en un codo y lo miró con incertidumbre.
—¿Qué estás mirando? —murmuró él mirándole a los ojos. Su mano se levantó y sujetó el largo mechón de pelo negro en su agarre que tocaba su mejilla.
—Estoy tratando de entender si esto es un sueño o la realidad —ella intentaba controlar sus lágrimas—. Te extrañé tanto.
—Yo también te extrañé —su mano se alzó para sostener su barbilla—. Te extrañé también, fresa…
Sus labios se curvaron en una sonrisa y él no pudo apartar sus ojos de su rostro —Eres tan hermosa.
Ella no respondió y comenzó a inclinarse lentamente.