—¡Han pasado tres malditos días y aún no hay señales de mi esposo! —gritó Marissa enfurecida. Sus manos estaban apretadas en puños a sus costados—. Era un ser humano completo, no un simple insecto o una mosca que no pudieran localizar.
—Señora Sinclair —el jefe de policía le ofreció un paquete de Kleenex y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando, sentada en la maldita comisaría.
Agarró algunos con enojo en sus puños y comenzó a limpiarse la cara bruscamente.
—Señora Sinclair. Entendemos cómo debe estar sintiéndose...
—¡No, no lo entienden! —les espetó—. No entienden lo que siento porque no son ustedes los que enfrentan a sus hijos. ¿Cómo pueden explicarles a niños de cinco años que su padre... él está... desaparecido?
El oficial bajó la mirada. Él podía entender el dolor y estaba haciendo lo mejor que podía.
—Señora Sinclair. Se lo prometo. Tendremos algo positivo esta tarde. Se lo prometo.
Ella se sonó la nariz —Me dijiste lo mismo hace tres días.