Nina estaba encorvada sobre la mesa, su cabeza descansaba sobre sus brazos. La pobre mujer estaba sumida en un sueño profundo y exhausto.
No había otros clientes allí. Solo un ligero zumbido del aire acondicionado y los camareros que la miraban con miradas extrañas.
La mujer parecía provenir de una buena familia, sin embargo, estaba durmiendo allí como si no tuviera cama en su casa.
Hubo un toque gentil, pero firme en su hombro que la sobresaltó y ella se levantó de un salto. Sin entender su entorno, miró a su alrededor y luego se frotó los ojos con los puños.
—¡Nina! —con un estado de ánimo confuso, Nina observó a la mujer.
—¿Geena? —murmuró Nina.
Un camarero estaba de pie junto a Geena que parecía preocupada al ver a su jefa así.
—Señora. Disculpe, —intentó hablar de la manera más educada posible—, estamos a punto de cerrar el restaurante.