—¡Marissa! Pequeña Greene —la suave voz de Rafael llegó a sus oídos—, abre los ojos.
La oscuridad que la envolvía comenzó a disiparse lentamente.
Marissa seguía llorando y rechinando los dientes, pero ese suave y familiar tacto estaba ahora en sus mejillas, secando las lágrimas.
—Vamos, mi valiente niña. Intenta despertar —sintió los labios familiares en su rostro besando sus lágrimas. Con un hipido, abrió los ojos y lo encontró mirándola preocupado.
—¡Marissa!
—Raf… Rafael… ¿dónde… estabas? —sollozó, con la voz quebrada.
—Estaba aquí. Estuve contigo todo el tiempo —sus dedos secaban suavemente la humedad de sus mejillas.
—N…No… no estabas… ¿por… por qué… —sollozó y sintió cómo él la apretaba más fuerte en sus brazos.
—Shh. Duerme. Estoy justo aquí contigo —podía sentir su áspera mejilla contra la suya y cerró los ojos.
—No… no te vayas… no … me … dejes… Ra… Rafael… —le susurró a él.