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Marissa iba a reunirse con ambas mujeres después de tanto tiempo. No habían cambiado ni un poco. Aún así, la misma maldad las rodeaba.
—¿Qué pensaste? —Nina acercó su rostro a su oído—. ¿Vas a seguir viviendo con mi hijo y nosotras no nos enteraríamos?
Todo lo que Marissa quería era huir de ahí.
—R... Raf... Rafael... —Trató de pronunciar las palabras, pero no querían salir de su boca.
—¿Qué? ¿Llamando a mi esposo, amor? —Valerie deslizó su dedo por el brazo desnudo de Marissa—. Él sabe de nuestra presencia, querida. No te preocupes —se inclinó hacia su otro oído—, no le diremos nada acerca de los niños.
—¿Q... qué... h... haces... —¡Dios! ¿Por qué le costaba tanto pronunciar las palabras adecuadas?
—Rafael sabe que esos niños no son suyos —Nina dijo con una sonrisa burlona—, y no tiene problema con lo que queramos hacer contigo y tus pequeños ratones.
A Marissa no le gustaba que llamara ratones a sus hijos.