El Sol atravesaba entre las hojas del extenso bosque, el canto de las aves adornaba el lugar, hasta donde alcanzaba la vista era un pasto fresco de un verde brillante, los peces nadaban por el cristalino rio, todo era muy tranquilo.
Pero dentro de esta naturalidad, algo perturbaba este paisaje, un rayo de luz solar llegaba hasta la orilla del rio, chocando con una esfera de un color antinatural para el lugar que se encontraba, era poco más grande que un huevo de gallina, esta esfera era de color blanco adornado con unas rayas similares a las que contenían las cebras, pero a diferencia de estas, las rayas eran de color morado.
Más que una esfera, era un huevo como de un reptil, de la nada, este empieza a sacudirse como si tratara de abrirse, justo en ese momento el huevo es arrastrado por la corriente del rio, este se desliza entre las rocas por la corriente durante varios kilómetros hasta que cayó por una cascada para seguir su camino unos kilómetros más hasta llegar a la orilla de un pueblo de campesinos.
El huevo que era poco más grande que un huevo de gallina, más allá de sus colores característicos, blanco y morado, por esto, hacía que destacara más de lo necesario en el ambiente del campo, gracias a esto, llamo la atención de un niño del pueblo.
El chico de unos 10 años, delgado, de piel blanca, ojos de color café oscuro, al igual a su cabello, algo característico era su amplia frente. Llego corriendo, agarro el huevo con ambas manos, le quito la mugre y lo metió en su bolsa de tela que tenía colgando de su cuello.
El salió corriendo devuelta a su casa ubicada en el pueblo de Alkmaaru, él vivía en una casa de madera, esta tenía dos pisos, y era de aspecto humilde, subió las escaleras directo a su habitación, pero antes escucho el llamado de una mujer.
-Daegal, no te olvides de lavarte las manos antes de comer, ya voy a servir el almuerzo.
-¡Si madre!
Era la madre del chico, una mujer de 1.60 metros, de aproximadamente unos 35 años, piel blanca, cabello castaño y ojos claros, una sonrisa amable y la mirada que tendría una madre que adora a su hijo.
Una vez el chico le respondió a su madre, siguió subiendo hasta su habitación, una vez ahí, cerró la puerta y se sentó sobre su cama, saco de la bolsa de tela unas rocas, una concha, un gusano de tierra y por supuesto el huevo de color morado, esto era lo que más llamaba su atención de tan colorida colección.
El niño Daegal acerco una vela encendida que tenía en una mesa para poder ver mejor el huevo, a la luz de la vela se notaba más que el huevo tenía algunas partes quebradas por el continuo impacto contra las rocas en su travesía de varios kilómetros rio abajo. Daegal acerco su rostro al huevo de reptil, para verlo mejor, justo en ese momento, su madre le grita desde el comedor del primer piso.
-¡Daegal, el almuerzo está listo!
A lo que Daegal le responde: -¡Ya voy mamá!
Deja el huevo en la mesa al lado de la vela y se va a comer con su madre, justo en ese momento el huevo se sacude nuevamente como ya lo había hecho, la cascara del huevo se abrió, y de este salió un reptil, era como una serpiente regordeta, brazos cortos y piernas largas, una cara algo ovalada, con un par de ojos grandes, uno a cada lado de la cara, con unas pupilas tan negras como el espacio infinito, un par de alas similares a las de un murciélago, su piel escamosa era de color morado, y con unas espinas que salían de su cabeza como una corona la cual destacaban un par de cuernos que sobresalían más que el resto, era un dragón.