La tormenta rugía fuera del viejo caserón de su abuela, sacudiendo las ventanas con furia y haciendo crujir las vigas del techo. Alejandro se encontraba en el ático, explorando con una linterna en mano. Nunca había prestado mucha atención a este lugar hasta que la reciente tormenta provocó una pequeña inundación, obligándolo a rescatar algunas pertenencias familiares.
Entre cajas polvorientas y muebles antiguos, sus dedos toparon con un objeto peculiar: un diario de cuero desgastado con un candado oxidado. Intrigado, Alejandro se sentó en un baúl cercano y lo abrió con cuidado. Las primeras páginas estaban llenas de garabatos indescifrables, pero pronto encontró algo que llamó su atención: un mapa rudimentario del pueblo con marcas y notas en los márgenes.
"Esto no puede ser real," murmuró para sí mismo mientras intentaba descifrar las palabras descoloridas. El diario pertenecía a un ancestro desconocido que hablaba de un tesoro escondido en Santa Catarina Mita. El corazón de Alejandro latía con fuerza mientras pasaba las páginas, encontrando más y más pistas sobre la ubicación del tesoro.
Decidido a saber más, bajó rápidamente del ático y se dirigió al salón donde su abuela estaba tejiendo junto al fuego.
"Abuela, encontré algo increíble en el ático," dijo, mostrando el diario.
La abuela lo miró con curiosidad y tomó el diario en sus manos arrugadas. "Este diario perteneció a tu tatarabuelo, Santiago," dijo después de un momento. "Siempre hablaba de un tesoro, pero nadie le creyó. Pensábamos que eran solo historias para niños."
Alejandro sintió una mezcla de emoción y escepticismo. "¿Crees que el tesoro realmente existe?"
"No lo sé, hijo. Pero si decides buscarlo, ten cuidado. Hay cosas en este pueblo que es mejor dejar enterradas."