En la pelea de lanzas entre Herick y Lars Wins, ambos combatientes se enfrentaron con la misma arma con una mezcla de habilidad táctica y destreza física. Ninguno era un hechicero o brujo, por lo que todo dependía de sus propios talentos naturales y de los que habían desarrollado hasta la fecha. Herick, con su lanza en mano, adoptó una postura defensiva inicial, manteniendo una firme posición mientras evaluaba los movimientos de su oponente. Siempre había sido apresurado y despreocupado por las cosas. Pero en este momento quería dar todo de sí y avanzar a la última instancia por su princesa. Recibía los ataques agresivos del príncipe Lars Wind, como buscando brechas en su guardia. Sin embargo, su cuerpo estaba ardiendo por la intensidad de su deseo.
La pelea siguió con movimientos rápidos y precisos por parte de ambos contendientes. La técnica de ambos era fluida y elegante. A pesar de que pertenecían a estratos sociales distintos, podían comunicarse de manera refinada con el arte de la batalla. Herick aprovechaba la longitud de su lanza para mantener a Lars Wind a distancia, mientras buscaba oportunidades para contraatacar. Cada uno esquivaba en su defensa y realizaba ofensivas. La lucha parecía igualada. Pasaron varias banderas al concluir el tiempo el reloj de arena. Los dos se notaban más cansados, por lo que todo dependía de quién tuviera más resistencia. Herick bebió un trago de agua para hidratarse y lo mismo hizo Lars Wind, que había resultado ser un contrincante complicado. Ninguno parecía darse por vencido. Muchas rondas más se hicieron. El cielo se había tornado de anaranjado. Fue el Herick de Glories que se mantuvo en pie, después del largo enfrentamiento. Fue corriendo a donde el príncipe Lars Wind y lo ayudó a colocarse de pie. Hizo una reverencia a la reina Hileane y a la princesa Hilianis, para retirarse caminando por la plataforma de cristal. Pero estaba cansado, como para continuar.
Hercus fue a toda prisa a ayudar a su hermano, mientras que la princesa Lisene Winds, apareció en medio de una humarada blanca, para ser soporte de Lars Wind. El público de Glories del centro de Grandlia y los ciudadanos de Aerionis de las tierras del oeste se pusieron en pie para aplaudir a sus dos combatientes, que había hecho una honorable pelea hasta su conclusión.
—El ganador y quien avanza es Herick de Glories. Se enfrentará en la final a Sir Dalión, capitán de los caballeros —dijo el pregonero.
—Felicitaciones, Herick —dijo Hercus con orgullo y ojos cristalizados. Tenía el vivo recuerdo de cuando había nacido su hermano. Aquel llanto de un bebé eran el anuncio de un nuevo ser que había llegado a este mundo.
Hercus fue arropado por una humarada blanca y apareció en la estancia de donde se estaban alojando el reino del oeste. La princesa Lisene Wind lo había transportado a ese lugar. Había un grupo de médicos y se dispuso otra cama, para que Herick descansara, mientras era atendido. Jamás había intercambiado ni una sola palabra con la bruja de viento albina. Pero sentía que podía confiar en ella. Le hizo una reverencia con la cabeza.
—Gracias —dijo Hercus con sinceridad.
Hercus se quedó sentado en una silla, mientras vigilaba a su hermano. Heos había recorrido las calles, junto al Gleus rastreándolos, y la gente de Aerinois al conocerlos, lo dejaron entrar a la recámara. El perro se puso a sus pies y el gato se subió a la cama, cada uno con sus amos. Le acarició la cabeza y a su fiel amigo. Herick era su único pariente de sangre que le quedaba. Sus mascotas eran más que sus amigos, eran sus familiares. Miró al techo y sus parpados empezaron a cerrarse, mientras era invadido por el sueño. Así, pudo continuar recordando lo que había pasado años atrás, luego de que la princesa Hileane lo salvara del guardia, por haberse atrevido a hacerle una propuesta de matrimonio cuando era un niño que no conocía el significado de sus palabras.
Al casi ser ejecutado por el custodio, había sido llevado por su padre en brazos hacia su casa. Había dejado caer la flor que había tomado para darle a la princesa recién llegada al reino, que pasaba por el pueblo. En ese entonces, escuchó que era una bruja, pero no entendía muy bien que era eso. Pero se había sorprendido como había atestiguado como ese soldado se había congelado de la nada. ¿Qué le había pasado? Era algo que estaba fuera de la comprensión hasta de los adultos y ancianos, y mucho más para un pequeño. Fue colocado en la cama por su padre, mientras permanecía inmóvil por la impresión y el susto que había tenido. Pero al recuperarse a la mañana siguiente, todo empeoraría, aunque no para él.
Hercus estaba revisando los corrales de los animales, cuando decidió visitar a su padre en el campo, ya que era la hora del almuerzo. El sol era intenso y muy ardiente. Pero había una nube que parecía seguirlo y le daba sombra. El señor Herodias se encontraba arando, como de costumbre. Era un diestro campesino y líder de los hombres en el cultivo.
—¡Padre, padre! —exclamaba Hercus en búsqueda de su padre en medio de los surcos de la tierra, aradas. Frunció el ceño al notar a alguien en la distancia. Al acercarse y al verlo tirado en el suelo, su semblante se llenó de angustia y preocupación—. ¡Padre, padre! ¿Qué tienes? —Lo movió para despertarlo, pero él seguía quieto y con los ojos cerrados—. ¡Ayuda, ayuda!
Un grupo de campesinos escucharon sus gritos y se arremolinaron a su alrededor. Dos hombres lo levantaron, para llevarlo a su vivienda.
—¡Rápido, acuéstenlo! —dijo la madre de Hercus, exaltada al verlos llegar—. Pero, ¿qué pasó?
—Estaba tirado en el suelo. Su hijo empezó a gritar y fuimos a ayudarlos —explicó uno de ellos.
La multitud se quedó reunido en el interior de la casa por varios minutos, hasta que se marcharon del sitio.
—Gracias por ayudar a mi marido —respondió la señora Ligia que se había puesto pálida. Cuando todos abandonaron la choza, siguió con los cuidados a su esposo. Había tocado la cabeza de su marido—. Está muy caliente. Hercus, busca algunos trapos, mójalos y tráemelos.
—Sí, madre —respondió él. Se dispuso a reunir lo que su madre había ordenado. Ella se los colocó en la frente y en el pecho y su padre estornudó sangre.
—Ligia, ¿qué le paso a Herodias? —preguntó una pareja que eran allegados a ellos. La mujer que entró al sitio con mayor preocupación.
—Eres tú, Rue y Ron —dijo la señora Ligia, preocupada y con su cara, manchada de lágrimas—. Está muy caliente y tiene bastante tos. Y… Y… —Empezó a llorar de manera descontrolada, mientras era consolada por la joven Rue.