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Chapter 31 - 30. La preparación

Al día siguiente, desde las primeras luces del alba, los participantes fueron convocados por Brastol, el experimentado herrero especializado en el trabajo con metales y acero, así como por el hábil armero encargado de las armaduras de cuero. La reunión anticipada indicaba que se avecinaba una jornada intensa de preparativos y equipamiento para los juegos de la gloria. Cada uno se dirigió hacia los talleres donde hacían fila, para ser dotados de nuevas ropas, pantalones, camisas o vestidos. Luego fueron donde los zapateros y les entregaron botas hechas en especial para su medida. Más tarde se dirigieron donde los artesanos. El estruendo de martillos y el resplandor del fuego forjaban un ambiente lleno de actividad. Brastol, con su destreza en la manipulación, con su compañero, el armero, que se especializaba en armaduras de cuero. Habían combinado sus saberes para el equipamiento de los hombres, haciendo una coraza de cuero marrón, con hombreras de metal, que se acoplaban a la perfección a ellos. Llegó el turno de las mujeres que también fueron arropadas por sus protectores. Lysandra guardaba una apariencia más varonil, mientras que Lara había usado un vestido, para mantener su feminidad, combinada con la de una guerrera.

Los dos ancianos estuvieron satisfechos con sus creaciones a los jóvenes del pueblo. Además, cada una fue dotado del arma de la competición en que participaría, asegurándose de que estuvieran listos para el combate. Herick con una lanza y dagas. Zack con arco y espada. Zeck, Zick, Lysandra y Lara con arcos, aljabas y flechas de parte de las gemelas Lasnath y Lesneth. Axes con una peligrosa hacha de batalla.

Hercus recibió una espada deslumbrante en una funda bien detallada, un par de dagas y un escudo circular de bronce con finos grabados. Se puso la larga hoja en la espalda, junto con la rodela. Se aseguró los cuchillos en ambas piernas, la de Heris le llevaba en el dorso, mientras que la lanza la llevaba en la diestra. Había asegurado el pañuelo y el anillo de Heris, que los mantenía con él. En su cuello había colocado una capucha grisácea que la mantenía, por ahora, como accesorio. Suspiró para tranquilizarse. Los extranjeros habían estado llegando en el transcurso de los días y cada uno le había rendido tributo a su majestad Hileane. Desde la realeza, hasta otros plebeyos, mercaderes y demás nobles. Otros habían venido solo para atestiguar el gran evento. Se había hecho público que su alteza real había construido una gigantesca arquitectura, un coliseo de hielo para las competiciones. El poder de la reina era tal, que parecía que no había nada imposible para ella. Su majestad era increíble e inalcanzable.

En fin, en las horas siguientes se dedicaron a acostumbrarse a sus nuevos equipamientos y probar sus armas nuevas antes de partir a la ciudad real donde gobernaba la monarca. De la fonda de su madre lees dieron de comer y de beber, para que estuvieran llenos de energía para el desafío próximo que estaban por realizar.

La señora Rue y el señor Ron conversaban con Herick, debido a que era su hijo consentido, pues lo habían tenido desde que era un bebé. Los demás padres también conversaban con sus vástagos de su carne, sangre y hueso. Hercus miró al cielo y recordó a los suyos propios. Por un instante sintió que estaban allí con él, para verlo cumplir los deseos que le habían dejado en su lecho de muerte. Su mano tembló de imaginar que estaría cerca de su majestad. Aquella mujer que era una bruja y estaba más allá de las nubes, como una estrella en el firmamento. ¿Ella lo recordaba? Había aparecido en medio del pueblo, para llevar a cabo un juicio, para salvarlo de la muerte. Su corazón de solo pensar en la reina se aceleraba de la emoción y del temor. Las dos emociones eran necesarias para mantener el equilibrio en su ser. Por algún motivo se sentía tan cercano a la reina, como si le pudiera hablar con naturalidad, verla a los ojos y hasta tocarla. No entendía el porqué, solo lo sentía, como una corazonada pulsante en su pecho, que le apretaba el torso. Sus piernas temblaron, por lo que debía volver a tranquilizarse. Estiró, para suavizar su armadura.

Hercus reunió a los jóvenes y les dedicó unas palabras de aliento, tomando la vocería como líder e instructor de ellos.

—Hemos trabajado duro. Confiemos en nosotros mismos y nuestras capacidades en el momento de realizar la competencia. En sus corazones está la grandeza y la nobleza. Báñense en la gloria y en el honor de su valentía —dijo Hercus con naturalidad. Leer tantos libros con Heris y al haber practicado con ella, habían desarrollado su oratoria—. Por sus padres, por sus hermanos, por su gente, por su pueblo, por su reino. Y por nuestra soberana. ¡Larga vida a la reina!

—¡Larga vida a la reina! —exclamaron todos en un grito de júbilo y emoción.

Los ancianos trajeron a Galand, ensillado, con una manta elegante sobre el lomo y una careta en su cara. Además, habían traído varias lanzas de madera sin puntas para las justas. El señor Royman había preparado su carroza. Antes de partir, avistaron a una caravana que venía para ver los juegos. Los siguieron desde atrás, el pueblo de Honor, quedándose los mayores y pocos más, para cuidar a los animales.

Heos también se había embarcado en el carruaje y era acariciado por Lara y Axes. Sier iba en el techo. Gleus estaba con su dueño, Herick. Vidwen cantaba historias al son de su lira, en coro con otros bardos. Hercus era el único que iba a caballo sobre Galand. El paso era suave, sin forzar a nadie. Pasaron por la plaza de los forasteros al frente de los muros. Así, junto con su grupo y una delegación de los pueblerinos de Honor, llegó a las imponentes murallas de hielo. La estructura era blanca y resplandeciente de azul, se alzaba de manera imponente como una creación de la magia de su majestad, que no se derretía nunca, creando una barrera impenetrable que dejaba entrever la magnificencia de la ciudad más allá a la que nunca había podido entrar. EN las alturas se pudieron observar kioscos con centinelas que vigilaban con atención, mientras guardias patrullaban las inmediaciones. La sensación de solemnidad y la magnitud de la defensa eran evidentes. Destacaban normes balistas gélidas, listas para ser desplegadas en caso de un ataque. El hielo de la reina, no solo funcionaba como una barrera visual, sino también como un elemento estratégico, resaltando la maestría de su alteza real en el diseño de tal obra artística. Hizo memoria de su conversación con Heris. Tales palabras en verdad podían ser dichas por su poderosa soberana.

—¿Por qué no me castiga, mi gran señora? He clamado a su nombre varias veces.

—Hercus de Glories. Yo, tu reina, te doy mi permiso que llames a mi nombre cuando y donde quieras sin ser enjuiciado

—¿Por qué su majestad me da tal privilegio?

—Es por el tiempo que hemos pasado juntos. Me siento bien al estar contigo. Has sido mi alumno y mi compañero en mi soledad.

—¿Por qué yo?

—Eres mi protegido. Me has declarado tu lealtad y quieres servirme como guardián.

Hercus y los demás colocaron sus manos en una piedra congelada que estaba a un lado de la puerta. Entonces, la información de su marca se reflejó en un pergamino de cristal que tenía el encargado del registro. Al hacerlos todos tuvieron el permiso para pasar. En una parte de la muralla, había una parte más cristalizada. Era el acceso hacia los fríos dominios de la enigmática y sobrenatural monarca.

Esa zona se elevó hacia arriba, dejando notar un largo pasillo que daba hacia otro lugar. Era ancho y alto, por lo que el carro pudo entrar sin ningún inconveniente. Hacía fresco y de sus bocas salía un humo blanco al respirar. Así, por fin emergieron del túnel y la ciudad real donde vivía su gran majestad se alzó ante su mirada.

Hercus vio un resplandor blanco y luego, todo el panorama se fue haciendo visible. Era como un nuevo mundo que se revelaba ante sus retinas. Aquel lugar al que a los de marca negra era difícil acceder. Ese territorio no solo estaba separado por los muros de hielo de la reina, también por los de las clases sociales y los colores en que brillaban sus símbolos en el reverso de su mano. Inclinó la cabeza hacia arriba. En todos los años de su vida, era el paso más importante que había dado hacía la grandeza, el honor… La gloria. Moldeó una sonrisa de orgullo y alegría en sus labios. Avanzó sin temor hacia su destino.