Rudolf con paso acelerado hacia la ciudad en llamas se dirige y en cuanto se acerca lo suficiente algo inusual encuentra.. Un grupo de hombres de armaduras negras y rostro cubierto no le permiten la salida a nadie, todo el que lo intente muere por el filo de sus espadas.
Una pila de cuerpos los rodea, en ellos la piedad no existe pues a todo el que se acerca le espera el mismo final. Hombres, ancianos, mujeres y niños a sus pies con su sangre la tierra recubren.
Rudolf indigando la empuñadura aprieta y piensa mientras sin su marcha detener: '¡Traidores.. esos son esbirros de los titanes. Yo pensé que solo eran vagas historias pero es verdad.. No importa.. les voy a matar igual que a sus queridos dioses!' Y con rabia desenfrenada hacia ellos arremete.
Su grito de guerra lo delata y a los enemigos alerta; más eso no importa porque para su espada sangrienta ellos no son rival.
Como el mismo rayo el se mueve y con su letalidad de un solo golpe a cada uno elimina. Son diez los enemigos que en segundos a sus víctimas acompañan.
La batalla no termina y sin tomar un respiro otros más se aproximan.. pero igual no son nada. Rudolf con su izquierda una espada recoge, como lanza la arroja y al pecho de un traidor fácil encuentra. Corre, la vuelve a tomar y lo repite para una cabeza atravesar.
El último es bien grande, a un gigante se asemeja y con un gran martillo lo intenta alcanzar. Más muy lento y Rudolf su brazo ataca pero para su sorpresa este del todo no corta, solo una ligera herida es lo que logra hacer.
'Parece que este tiene algún truco.. pero no creo que su cuello resista igual.'
El combate continúa y un ataque tras otro el guerrero escapa hasta que viendo una apertura a la garganta del gigante se lanza. A su sorpresa una enorme mano el arma atrapa y aunque sangrando esta la logra retener. Igual Rudolf no se detiene y da un salto para la empuñadura patear; dedos cortados como gotas al suelo caen seguidos por un flujo de sangre rojo vino que en el suelo se reúnen.
Ya no hay más enemigos y guardando su arma a prestar ayuda se dispone.
Ve un bebedero para caballos y todo un balde se derrama para de inmediato a las llamas asaltar.
Las casas caen sobre sus cimientos, el espeso humo apenas deja respirar y la carne quemada a el estómago incomoda. Cuerpos de carbón las calles llenan, así como los heridos que sus familias intentan salvar. Gritos de dolor y tristeza son la melodía de esta tragedia. El feroz fuego a toda la ciudad ha atrapado y no hay un solo lugar en el que de su calor no se pueda escapar que si demasiado se acerca la piel como asado te deja.
El guardián demasiado no logra hacer y a un pobre hombre de abajo de unos escombros rescata para después con impotencia ver como a cenizas todo se reduce.
Todos se creen fuera del peligro y en sus lamentos se refugian a la vez que el camino recorren; pero esto todavía no termina y de entre el mar de llamas una criatura con forma de demonio emerge que a algunos por sorpresa atrapa con su aliento infernal.
Las personas estallan en pánico y corren despavoridos pero Rudolf se da la vuelta y listo a pelear a su nuevo rival le grita: "¡A ellos no, a mí, maldito cobarde. Ven que te voy a enviar de vuelta al infierno del que vienes!."