Dentro de la habitación, Amanecer encontró a Cenit durmiendo profundamente. Se veía cansado con algunos pergaminos esparcidos sobre la mesa frente a él. Ella echó un vistazo y notó que eran de diferentes continentes, escritos en diferentes idiomas.
—¿Cuántos idiomas podrá hablar? —murmuró Amanecer para sí misma al ver que Cenit aún no había tocado su comida.
Cenit se recostaba en el respaldo de su lujosa silla, cerró los ojos y respiró profundamente.
Ella contempló la idea de despertarlo por un momento, pero luego decidió no hacerlo. Tal vez necesitaba más ese descanso, así que dejó su plato en la mesa y fue a buscar una manta para él.
—Espero que te enfermes, así no tengo que pasar por ese estúpido entrenamiento, pero sería cruel desearte mala suerte —dijo Amanecer para sí misma, mientras le colocaba la manta sobre el cuerpo—. Realmente estaba desprevenido…