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Chapter 9 - Capítulo 8

Toqué la puerta de la casa de Marceline y esperé pacientemente, estoy segura de que mi sorpresa le encantaría.

Hoy es la fiesta donde se supone que estará Salvador, el momento y lugar perfecto para saber mas de lo que sucedió entre él y Kathe. Marceline había ideado un plan que no parecía muy legal, pero que seguro funcionaría si teníamos tan solo un poco de suerte.

La puerta se abrió y pude ver como Marceline de verdad necesitaba mi ayuda, no dejaría a mi amiga ir a una fiesta de universitarios con aquellas fachas tan horribles, sin ofender, claro está.

—¿Qué haces aquí tan temprano?, ¿no dijimos que nos reuniríamos a las 8? —mi amiga miró el reloj de su sala y dijo con desesperación en su voz— Apenas son las 6 de la tarde, Alexis.

—Perdona me amiga, pero tu necesitas ayuda con eso —dije señalándola de pies a cabeza como si fuese evidente para todos, para todos menos Marceline, eso era evidente—. Yo seré tu chaleco salvavidas en este mar llamado mal gusto que te ahoga por completo.

Como Juan por mi casa la hice a un lado con mi bolsa llena de maquillaje, y entré en su hogar dirigiéndome a su habitación. Escuché sus pasos yendo rápidamente detrás de mi como siempre, sus cortas piernas tenían que trabajar doblemente si querían alcanzarme, nada nuevo.

—¡Espera, Alexis!, ¿a que carajos te refieres con chaleco salvavidas y mar del mal gusto? —era muy tonta (cosa que para nada era creíble) o de plano se estaba haciendo (quiero creer que si se está haciendo).

Abrí la puerta de su cuarto y empujándola adentro le dije con tono de diseñadora de modas recién llegada de París.

—¡Amiga!, te hace falta un buen cambio de look, y hoy es el día perfecto para que eso ocurra, ¡te vas a ver perrisima! —chillé con tal entusiasmo que mi amiga me regalo su mejor cara de asco.

Puse mi bolsa de maquillaje en su tocador y comencé a sacar mis pinzas para arreglar sus cejas.

La aparición de las pinzas exaltaron a mi amiga, rápidamente se acercó a mi y me dijo con una cara llena de miedo absoluto.

—¿Que vas a hacer con eso?

—Limpiar tus cejas —exclamé casualmente.

Sin previo aviso Marceline tomó las pinzas y las arrojó al otro lado de la habitación.

—¡¿Que haces, loca?! —le grité mientras fui corriendo en la dirección en la que arrojó las pinzas, tenía esperanzas de que aun se encontrarán en una sola pieza.

—Aleja esa herramienta de tortura de mi —ahora si que había cruzado los limites de mi paciencia, parecía que había nacido en la época de las cavernas y no conocía la depilación.

—¡Hay por favor, Marceline!, duele mas ir al dentista que depilar se las cejas —le aseguré con desesperación.

Cuando me di la vuelta con las pinzas aun en buen estado, pude ver como mi amiga había abierto la trampilla del ático y trepado hasta quedar sentada al borde del agujero en su techo, las escalerillas retraídas evitaban que llegara hasta ella, por lo que solo podíamos mirarnos la una a la otra desafiantemente.

—Sabes que si busco una silla puedo alcanzarte ¿no? —las piernas de mi amiga dejaron de colgar ya que las recogió para asegurarse de que no la alcanzara.

— Alejate de mi, hermana de Slenderman.

Tardé mas de media hora en convencer a Marceline para que bajara y pudiese arreglarla y arreglarme. Aunque si soy sincera, mi amiga no necesitó de mucho para lucir como una diosa.

***

Marceline se veía increíble, después de amarrarla para depilar le las cejas, maquillarla no fue tan difícil, y obligarla a usar ropa que nunca había usado y que se encontraba al fondo de su armario fue demasiado fácil a pesar de la lucha que aquello implicó.

El timbre de la puerta principal nos hizo mirar la hora, 7:30 para ser exactos, ese debía ser Román.

Salí corriendo de la habitación para abrir la puerta antes de que Paula lo hiciera, estaba segura de que no permitiría que un chico entrara en la habitación de Marceline.

Justo antes de llegar a la puerta de la entrada me encontré con la susodicha, quien sostenía una toalla entre sus manos, mas bien se secaba las manos con aquella toalla.

—No te preocupes Paula, yo abro, probablemente son Eva y Cristal —dije sonrientemente mientras caminaba hacia la puerta lentamente asegurando terreno para que la ama de llaves de mi amiga no abriera la puerta.

—Esta bien, si necesitan algo estaré en la cocina —entró en la cocina aparentemente sin sospechar nada.

Misión cumplida, ahora solo faltaba meter a Román en la casa sin que se diera cuenta, y después salir todos, también sin que se diera cuenta. Pan comido, claro que si.

Román estaba parado en el umbral de la puerta con una sudadera negra y una mochila a sus espaldas del mismo color, para nada pasaba inadvertido en un barrio de ricachones, si alguien lo veía podría pensar que venía a robar casas.

—¡Rápido, entra! —le susurré mientras lo jalaba dentro de la casa.

Al parecer Román entendió la situación en la que estábamos ya que no dijo ni pío.

Caminamos sigilosamente hasta la habitación de mi amiga y abrí la puerta rápidamente para empujar a Román dentro de ella. Estábamos a salvo por el momento, eso si Paula no decidía que debía venir a revisar como estaba la hija de sus patrones.

Un silencio prolongado me hizo mirar a los dos tórtolos repetidamente para darme cuenta de que los dos se miraban de manera rara, claro, la razón era Marceline y su cambio de imagen, si lo podía llamar así.

Estaba a punto de hacer un comentario gracioso para que los dos salieran del transe en el que se encontraban, pero Román se me adelantó, y su comentario fue para nada gracioso.

—¿Que te pasó, Marcela? —nunca vi venir aquella pregunta, esperaba cualquier otra reacción de su parte, menos esa.

—¿Como? —le pregunté indignada. Marceline, mi pobre amiga, no dijo nada solo lo miraba con ojos de Bambi, avergonzados y tristes.

Román parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de decir, se puso totalmente rojo de la vergüenza y comenzó a musitar:

—No es a lo que me refería, yo solo pienso que te ves muy diferente, te ves bonita —después de las palabras de Román, la que estaba roja era Marceline, incluso podía ver un leve brillo de ilusión en sus ojos.

Si seguíamos como ahora, con Román y Marceline coqueteando y siendo tímidos, nunca saldremos de esta casa para averiguar que pasó con mi difunta amiga.

—Bueno —dije alargando la ultima "o" para llamar la atención de los dos— ¿Por qué no mejor me pones el micrófono y nos vamos a mi casa para esperar a que Rafael pase por nosotras?

Román asintió con la cabeza y murmuro un "si" entre dientes, puso la mochila sobre la cama de Marceline y comenzó a sacar cables y mas cables.

Tardó un rato en desenredarlos todos y después aferrándose a una cinta blanca dijo:

—Necesito que te quites la blusa para poder pegar el micrófono —ahora yo era la roja como tomate, ¿que acaso estábamos jugando al ping pong de la vergüenza?

Román parecía mas relajado que antes, incluso cuando me dijo que me quitara la blusa. El chico era completamente raro, se sonrojaba al ver una chica linda, pero no lo hacia cuando le pedía a otra que se quitara la blusa. En conclusión, ¿Román es de este mundo?

—¿Así nada mas? —le pregunté aun con la cara hirviendo.

Marceline permanecía sin hablar delante de la cama, mirando fijamente a Román, no se si era por el echo de que me había pedido que me quitara la blusa, o por que estaba sorprendida por la cantidad de cables dentro de su mochila.

—Yo tengo una blusa básica que podrías usar debajo de tu ropa, yo digo que servirá para que a Román se le facilite poner el micrófono —claro, solo por eso quiere prestarme su blusa.

Contuve la risa al ver como Marceline buscaba excusas para que yo no permaneciera semi desnuda frente a su novio, aquello no se veía todos los días con una persona como Marceline.

Finalmente me puse la bendita blusa de Marceline y Román me pegó el micrófono, Marceline tenía razón, la blusa había ayudado a que el micrófono no se cayera, después de todo, los celos no eran los únicos que habían hablado cuando mencionó la blusa.

—Tienes que asegurarte de que él esté lo suficientemente cerca de ti como para que el micrófono alcance a captar todo lo que te diga, y me temo que tendrás que llevarlo a un lugar sin ruido —me explicó Román mientras yo me ponía lo que antes llevaba encima.

—¡Va a parecer que me trato de ligar al ex novio de mi difunta amiga! —exclamé horrorizada mientras acomodaba mi ropa.

—Eso no es todo —¡¿había mas?!—. Tengo que estar cerca de ti todo el tiempo para no perder la señal del micrófono.

Este plan cada vez se pone mejor.

—No te preocupes, he hecho cálculos y creo que si me quedo en el auto afuera de la casa donde será la fiesta podré conectar tu micrófono a mi computadora.

Tendríamos que hacer malabares para que las cosas funcionaran, pero aun así no me daría por vencida.

Salimos de la casa de Marceline dejando la luz de su cuarto encendida junto con la televisión, pusimos almohadas debajo de las cobijas de su cama como en las películas gringas, y procedimos a ir hasta la puerta de la entrada.

Caminamos tranquilos hasta la entrada de la casa rezando por que Paula no decidiera aparecer en ese preciso momento, pero cuando Marceline tuvo su mano sobre la perilla de la puerta escuchamos los pasos de Paula venir rápidamente desde la cocina, el aire dejó mis pulmones rápidamente, y sin saber que hacer, abrí la puerta de la entrada y empuje a Román y Marceline fuera para que Paula no los viera.

—Alexis, ¿que haces aquí?, ¿hay alguien en la puerta? —me preguntó encaminándose para abrirla. Mi mano voló a su ante brazo y dije tratando de parecer lo mas tranquila posible:

—¡NO!, no hay nadie, solo acompañé a Eva y Cristal hasta afuera —escupí las palabras gracias a la falta de aire por mi nerviosismo, ¿que haríamos si nos descubrieran?

—Ok, en un rato estará la cena, dile a Marceline —¡MEYDAY, repito MEYDAY!, nuestro plan estaba a punto de irse a la mierda gracias a una cena a la que Marceline y yo no podríamos asistir.

—De hecho Eva y Cristal trajeron pizza, ya cenamos —improvisé rápidamente ayudada de la adrenalina de ser atrapada.

—Entonces tendré que cenar yo sola —dijo acompañada de un movimiento de hombros—. Buenas noches.

Paula no dijo nada mas y espero a que yo regresara a la habitación de Marceline.

Cuando vio que me encaminaba a la habitación ella regresó a la cocina, yo por fin pude respirar con normalidad.

De camino al cuarto de Marceline me di cuenta de que tendría que llamarla para decirle que había un ligero cambió de planes.

—Gracias a Dios ere tu, ¿que sucedió? ¿Paula nos descubrió? —Marceline estaba asustada del otro lado del teléfono.

—Tranquila, conseguí convencerla de que las que habían salido por la puerta eran Eva y Cristal, pero yo tuve que regresar a tu habitación, tendré que salir por la ventana.

—Te vas a romper una pierna —la poca fe de mi amiga en mi me hizo recapacitar, tenía razón, yo para nada soy atlética, solía caminar y hacer ejercicio, pero eso se terminó hace un par de semanas.

—Es la única manera de que salga de tu casa, si se vuelve a abrir la puerta de la entrada de tu casa Paula lo notará —esa señora tenía ojos en la espalda y podía escuchar a kilómetros de distancia.

Me armé de valor y dije con tono de héroe de película Hollywoodense:

—No tenemos otra opción, oh salgo por la ventana o no salgo de tu casa —caminé hasta la ventana y la abrí lentamente, como si alguien me fuese a escuchar. Aun que no pareciera, Paula no era realmente Superman.

Al no escuchar respuesta de parte de Marceline y Román, procedí a colgarles y tratar de lanzarme por la ventana sin morir en el proceso.

Puse un pie fuera de la ventana y cuando estaba apunto de dar un salto para salir de la habitación vi a los tórtolos viniendo hacia mi. Al menos se preocupaban por mi aun y cuando estaban ocupados babeando el uno por el otro.

Los tórtolos me ayudaron a bajar sin huesos rotos, el árbol al lado de la ventana también me había sido de mucha ayuda, por un momento me abracé de él como un bebé Koala.

Llegamos a mi casa gracias a Román y el auto de su abuela, quedamos en que él permanecería en las sombras y nosotras no hablaríamos de nuestro plan con Rafael, por esta ultima razón esperaríamos a Rafael en mi casa como si nunca hubiese venido a la casa de mi amiga para que su novio no oficial me instalara un micrófono.

Mi madre estaba dormida en la sala cuando llegamos, por lo que entrar a hurtadillas fue sencillo, ahora solo quedaba tener suerte para que mi madre no despertara.

Permanecimos en mi habitación hasta que mi teléfono comenzó a vibrar, Marceline y yo repasábamos lo que podría hacer o decir para sacar información de Salvador, contesté y le dije que bajaríamos en un minuto.

Para nuestra suerte mi madre seguía dormida y mi padre aun no llegaba de la reunión con sus amigos del trabajo, hasta ahora todo iba bien.

***

Cuando llegamos a la casa donde sería la fiesta me sorprendió ver que no estaba tan llena como pensaba, había al menos 10 personas, algunas sentadas en los sillones conversando y embriagándose, unas cuantas mas en la mesa de la cocina y en el patio había mas personas fumando y bebiendo. La música inundaba la casa, pero solo lo suficientemente alto como para que todos en el lugar pudieran hablar.

Podía ver la incomodidad en la cara de Marceline, era evidente que para nada era su ambiente favorito, y si le sumábamos a eso la ropa que no era su estilo, la pobre chica estaba arrinconada y sufriendo. Sería mejor que comenzáramos a buscar a Salvador para terminar con el calvario de mi amiga.

Rafael tomó mi mano y me guío hasta un chico en la sala.

—Rafael, que bueno que viniste, y al parecer vienes bien acompañado —exclamó el chico de barba negra, robusto y que parecía un osito junto a todas las personas sentadas en el mismo sillón que él.

El chico oso tomó varias cerveza sin abrir y nos las ofreció, la sonrisa amable del tipo me incitaba a ser amable también y tomarlas, pero era perjudicial para nuestro plan.

Rafael me extendió una, y para ser sincera, la mirada y sonrisa que me daba junto con la cerveza eran imposibles de rechazar, la tomé y con calma la bebí, esa cerveza duró hasta que encontré a Salvador entre la multitud, multitud que fue creciendo conforme pasaba el tiempo.

Salvador parecía estar muy sobrio, por lo que desde un rincón de la casa me atuve a verlo embriagarse. Pasadas las 10 de la noche decidí que nunca estaría lo suficientemente borracho para que yo le hiciera las preguntas que tenía que hacerle, así que le dije a Marceline en voz muy baja:

—Creo que es momento de que Román traiga la botella adulterada —mi amiga asintió y sacó su teléfono.

Minutos después puede ver a Román caminando hasta nosotras con una botella de tequila, era aquí cuando debía ir al baño a prender el micrófono.

Román le dio la botella a Marceline con una sonrisa de complicidad que abría derretido un iglú por completo. Cuando el novio no oficial de mi amiga salió de la casa supe que era el momento de ir al baño.

Prendí el micrófono y le envié un mensaje a Román para saber si estaba conectado al micrófono.

"Listo, escucho todo lo que tu escuchas", brilló el mensaje en la pantalla de mi teléfono.

Ahora todo dependía de mi.