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El maton

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Synopsis

Chapter 1 - Capítulo 1: El Despertar

Capítulo 1: El Despertar

Desperté con el sonido familiar de la voz de mi madre llamándome desde la cocina. Me froté los ojos y miré el reloj: 7:30 a.m. Era temprano, pero ella siempre se levantaba antes para asegurarse de que yo tuviera un buen desayuno antes de ir a la universidad. Me estiré en la cama, disfrutando por un momento de la calidez de las sábanas, antes de decidirme a comenzar el día.

Finalmente, me levanté y me dirigí al baño. La ducha caliente me ayudó a despejarme y a sacudirme el último vestigio de sueño. Después de secarme, me cepillé los dientes meticulosamente, apreciando la frescura de la pasta dental. Miré mi reflejo en el espejo y sonreí, sintiéndome listo para enfrentar el día.

Me vestí con mi uniforme habitual: un polo holgado, un jean suelto y unas zapatillas blancas de marca. Este conjunto, aunque informal, me hacía sentir cómodo y seguro. Al terminar de vestirme, miré mi reloj. Solo habían pasado 15 minutos desde que me levanté.

Finalmente, me dirigí a la cocina, donde el aroma del desayuno recién hecho ya impregnaba el aire.

Ahí estaba ella, Laura, mi madre de 1.75 metros, irradiando su típica belleza natural. Incluso a primera hora de la mañana, su presencia llenaba la cocina de una energía vibrante y seductora. Su cabello rubio, que caía en suaves ondas hasta su espalda, brillaba bajo la luz del sol que se filtraba por la ventana, denotando aún más el brillo de su cabello. Si piel blanca como la porcelana. Sus ojos azules, profundos y llenos de ternura, destellaban al verme, como si guardaran secretos y promesas de un amor incondicional.

Ella Llevaba un conjunto deportivo negro ajustado que resaltaba cada curva de su cuerpo tonificado y acentuaba su sensualidad natural. El top deportivo se adhiere a sus pechos grandes y firmes con ligeras protuberancias que eran sus pezones, llamando mi atención y manteniendo mi mirada fija en un trance. Cada movimiento de su torso revelaba la definición de su abdomen esculpido, mostrando un vientre plano y tonificado con músculos ligeros que se movían en armonía con cada respiración. 

Los leggings, perfectamente ceñidos a sus caderas y trasero, realzaban su figura voluptuosa, delineando cada contorno con una precisión que dejaba poco a la imaginación. Su trasero, redondo y firme, se movía con una cadencia hipnótica mientras se desplazaba por la cocina. Sus piernas largas y musculosas, envueltas en el material ajustado de los leggings, se movían con una gracia felina, revelando una fuerza y agilidad innatas que la hacían parecer una pantera en movimiento y cada paso que daba en sus zapatillas de deporte añadía un toque de casualidad sofisticada a su ya deslumbrante apariencia.

—Buenos días, Brad —dijo con una sonrisa, mientras colocaba un plato de panqueques y frutas en la mesa con una sensualidad innata. Cada vez que se agachaba para servir y poner los platos, su cuerpo se inclinaba en un ángulo perfecto de 90 grados, realzando sus curvas de una manera irresistiblemente provocativa—. Espero que hayas dormido bien.

Sus movimientos eran lentos y calculados, como si cada gesto estuviera diseñado para atraer la atención de manera seductora. El top deportivo se estiraba ligeramente cuando se inclinaba, acentuando sus pechos firmes y redondeados, y permitiéndome disfrutar de un breve momento de placer al ver su pronunciado escote en forma de V. Las mallas delineaban cada contorno de su trasero redondo y tonificado, y su postura confiada y sensual parecía invitar a la admiración.

—Sí, mamá. Gracias —respondí, sentándome a la mesa.

Laura era una mujer extremadamente amable e inteligente, siempre asegurándose de que yo estuviera bien. Su naturaleza desinteresada hacía que se preocupara más por los demás que por ella misma, brindando un apoyo constante y una calidez que hacían de ella un pilar en mi vida. Sin embargo, últimamente había notado algo extraño en su comportamiento, especialmente cuando hablaba de Carlos.

Carlos era un tipo mayor que yo, un antiguo compañero de secundaria que nunca me cayó bien. Siempre había sido un matón, y aunque ya había dejado la universidad, seguía rondando por el vecindario como una sombra persistente. Nunca entendí por qué seguía merodeando, pero lo que menos podía haber imaginado era que lograra entrar en la vida de mi madre.

El solo hecho de pensar en él cerca de ella me ponía nervioso. Carlos tenía una presencia imponente y una actitud que siempre me había resultado intimidante. Recordaba cómo solía intimidar a los más débiles en la escuela, y no podía evitar sentir una inquietud profunda al pensar que ahora estaba interactuando con mi madre como si fueran antiguos amigos.

Laura, con su amabilidad y su naturaleza confiada, parecía no ver el lado oscuro de Carlos que yo conocía tan bien. Cada vez que mencionaba su nombre, mi mente se llenaba de imágenes de su comportamiento en el pasado, y me resultaba difícil reconciliar la idea de que alguien así pudiera tener un lugar en su vida. Esta preocupación latente comenzó a consumir mis pensamientos, y sabía que debía averiguar más sobre lo que realmente estaba sucediendo entre ellos.

—¿Sabes? Carlos vino ayer por la tarde —dijo Laura con una sonrisa radiante en su rostro, mientras disfrutaba de su primer bocado de los deliciosos panqueques—. Me ayudó con las bolsas del supermercado. Es increíblemente amable y fuerte como para cargar esas pesantes bolsas.

Sus ojos azules brillaban con una mezcla de gratitud y admiración cuando mencionaba su nombre. Cada palabra que pronunciaba estaba impregnada de una genuina apreciación por su ayuda y compañía. Era evidente que Carlos había dejado una impresión positiva en ella, y su tono al hablar reflejaba una conexión especial que no había sentido antes.

Mientras Laura continuaba describiendo cómo Carlos se ofreció a ayudar sin que ella lo pidiera, su voz adquiría un tono cálido y cariñoso. Era como si estuviera redescubriendo a alguien a quien admiraba profundamente. Sus gestos al recordar su visita eran delicados y llenos de una ternura que rara vez mostraba hacia alguien más. Por no decir nadie aparte de mi.

La forma en que hablaba de él me ponía nervioso. Mi madre, tan perspicaz en otros aspectos como oratoria, matemáticas y ciencias, parecía no darse cuenta de quién era realmente Carlos. O tal vez lo sabía perfectamente, pero prefería ignorar sus antecedentes. En cualquier caso, no lograba entender por qué le permitía estar tan cerca de ella.

Cada vez que mencionaba a Carlos, sentía como si estuviera presenciando una especie de desconexión entre su percepción de él y la realidad que yo conocía. Era difícil reconciliar su imagen amable y elogiosa de él con el recuerdo de cómo era en el pasado. Su ceguera o su decisión de pasar por alto sus acciones pasadas me desconcertaba profundamente.

Me preocupaba que Laura estuviera siendo influenciada por su amabilidad innata, que quizás la llevaba a ver lo mejor en todos, incluso en aquellos que podrían no merecerlo. La idea de que Carlos pudiera aprovecharse de esa bondad me inquietaba aún más. Sentía la necesidad urgente de comprender mejor la dinámica entre ellos y proteger a mi madre de cualquier posible daño emocional o físico.

— Mamá, no creo que Carlos sea tan bueno como parece. Recuerdas aquella vez que me hablaste de las máscaras —dije, tratando de ser cuidadoso con mis palabras—. Solo ten cuidado con él, ¿vale?

Mis palabras salieron con un tono de preocupación que reflejaba mi incertidumbre y mi deseo de protegerla. Aunque lo último que dije parecía un poco desconectado de mi argumento anterior, estaba claro que la idea de Carlos me afectaba profundamente y me costaba expresar mis preocupaciones de manera coherente.

Esperaba que mi madre entendiera mi mensaje implícito: que no confiara plenamente en Carlos y que estuviera alerta ante cualquier señal de que pudiera no ser quien aparentaba ser. Mi mente estaba llena de pensamientos confusos y temores sobre su influencia en ella, y solo quería asegurarme de que ella estuviera a salvo.

Ella rió suavemente y, con un movimiento grácil, se levantó de la silla. Al inclinarse ligeramente hacia mí, permitió que mis ojos se perdieran por un momento en la generosidad de su escote por segunda vez. Su piel suave y radiante era un imán irresistible para mis sentidos. Con una sensualidad casi palpable, me dio una palmadita en el hombro, sus dedos rozando mi piel con una delicadeza electrizante, y me susurró en un tono suave y reconfortante que me calmara. Mentiría si dijera que no intenté apartar mi mirada, pero la tentación era simplemente demasiado poderosa para resistir. 

——Oh, Brad, siempre tan protector —dijo con una sonrisa juguetona y una chispa en los ojos—. No te preocupes, cariño. Carlos es un buen chico —añadió con un brillo especial en la mirada—. Solo ha pasado por tiempos difíciles. 

No quise seguir discutiendo. No quería arruinar la mañana con mis preocupaciones innecesarias, especialmente considerando cuánto se había esforzado Laura para prepararme un delicioso desayuno. El aroma del café recién hecho y el crujir de los panqueques me recordaron lo importante que era apreciar esos pequeños gestos de cariño. Además, tenía que enfocarme en prepararme para ir a la universidad y enfrentar otro día de clases, tareas y estudio. La jornada prometía ser larga.

Terminé de comer rápido, me levanté y le di un beso en la mejilla a mi madre. Sentí la suavidad única de su piel.

Me dirigí nuevamente a mi cuarto ya que tenía una hora más antes de que comenzaran las clases. Planeaba ir a pie y ya tenía todo listo en mi mochila desde la noche anterior. Sin embargo, me aseguré de empacar mis audífonos; caminar sin música simplemente no era lo mismo. Revisé una vez más que no me faltara nada, desde los libros hasta los apuntes, y me di cuenta de que todo estaba en su lugar.

Satisfecho, bajé las escaleras para despedirme de mi madre. La encontré en la cocina, ocupada con sus tareas cotidianas como limpiar y ordenar la casa.

—Gracias por el desayuno, mamá. Nos vemos más tarde.

Ella me sonrió y asintió.

—De nada, cariño. Que tengas un buen día.—dijo mi madre, con esa sonrisa que siempre lograba calmar mis preocupaciones.

Justo cuando me disponía a abrir la puerta para salir, el timbre sonó. Fruncí el ceño, no esperando a nadie tan temprano. Caminé hacia la puerta y la abrí. Para mi sorpresa, Carlos estaba allí, con esa sonrisa confiada que tanto me molestaba.

Carlos era alto, fácilmente alcanzando los seis pies de altura, y su complexión robusta y musculosa le daba un aspecto aún más intimidante. Su rostro reflejaba una vida de dureza, con piel áspera y cicatrices de viejas peleas. Su cabello oscuro y desordenado caía sobre sus ojos, y una barba rala cubría su mandíbula. Vestía una camiseta rasgada y sucia que alguna vez fue blanca, y unos jeans tan desgastados que tenían varios agujeros. Llevaba unas botas viejas y sucias, que evidentemente habían visto mejores días. Aqui

—Hola, Brad —dijo Carlos sin esperar respuesta. Antes de que pudiera reaccionar, levantó su mano izquierda y me dio un golpe en el hombro.

El golpe no fue lo suficientemente fuerte como para derribarme, pero sí lo suficiente para doler y dejarme sin aliento por un segundo. Apreté los dientes, intentando no mostrar debilidad frente a él. ¿Qué podría hacer yo frente a semejante mastodonte?

—¡Ay! —dije, frotándome el hombro y mirando a Carlos con una mezcla de enfado y desconfianza.

Mi madre, Laura, apareció detrás de mí, su rostro mostrando solo una ligera preocupación.

—Oh, Carlos, buenos días —dijo con una sonrisa radiante, su voz suave y melodiosa—, pero ¿no es un poco brusco lo que haces? La pregunta fue formulada con un poco de preocupación.

Carlos, ignorando mi mirada de advertencia, sonrió de vuelta a mi madre, mostrando una amabilidad que yo sabía era falsa.

—Buenos días, Laura. Solo estaba saludando a Brad como lo hacen los hombres. ¿Verdad, amigo? —dijo, dirigiéndose a mí con una sonrisa que solo yo interpretaba como una amenaza velada.

Mi madre, siempre tan inteligente y perspicaz en todo, parecía transformarse cuando estaba cerca de Carlos. Su sonrisa ingenua y su actitud despreocupada me resultaban inquietantes. Rió suavemente.. 

—Oh, chicos, siempre tan juguetones. Carlos, ¿te gustaría unirte al desayuno? Hice panqueques y todavía quedan unos cuantos. Ven, hay suficiente comida; estoy segura de que debes tener hambre.

—Me encantaría— dijo Carlos con una sonrisa victoriosa.

Entré de nuevo en la casa, decidido a proteger a mi madre de que no ocurriese nada inapropiado, ir a la universidad podía esperar, por tanto reuniendo toda mi fuerza de voluntad para aguantar la mirada de Carlos en mi espalda. El dolor en mi hombro era una molestia persistente, pero no quería preocupar a mi madre. Me senté de nuevo en la mesa, y Carlos tomó asiento frente a mí, justo al lado de Laura.

—Estos panqueques se ven deliciosos, Laura —dijo Carlos, sirviéndose una gran porción, fácilmente el doble de lo que yo comí, y guiñándole un ojo a mi madre—. Pero no son tan dulces como tú.

Mi madre rió, claramente halagada pero sin captar completamente la insinuación.

—Gracias, Carlos. Espero que te gusten; les puse mucho amor al cocinarlas.

Mientras Carlos comía, no perdía oportunidad de lanzar frases de ligoteo veladas a mi madre, quien aparentemente disfrutaba de la atención cada vez más. 

—Laura, ¿alguna vez te han dicho que tienes el cuerpo de una modelo de fitness? —dijo mientras ella le servía más café, su mirada recorriendo lentamente su figura.

Ella sonrió, esta vez con un brillo coqueto en los ojos.

—Ay, Carlos, estás exagerando, pero sigue así y quizás me lo empiece a creer —respondió, dándole una palmadita en el hombro mientras llenaba nuevamente su taza vacía.

Intenté concentrarme en mi segunda vuelta de desayuno, pero la escena frente a mí me resultaba difícil de ignorar. Carlos era persistente, y parecía que mi madre se dejaba llevar por el coqueteo cada vez más.

—Laura, ¿sabías que las mujeres que cocinan tan bien tienen un lugar especial en el corazón de los hombres? —dijo Carlos, arreglándose el cabello con una mano para impresionar.

—¿De verdad? —contestó ella, mirándolo con una sonrisa cómplice—. Entonces, ¿me estás diciendo que ya te he conquistado?

Carlos sonrió ampliamente.

—Diría que sí, Laura. Tienes habilidades que no cualquiera puede igualar. Tanto en la cocina como en físico.

Mi madre rió, esta vez con una risa que denotaba cierto grado de complicidad y coqueteo.

—Oh, qué cosas dices, Carlos. 

Cada vez que estaba a punto de intervenir, Carlos me lanzaba una mirada gélida que me hacía detenerme. Pero no podía soportar más verlo comportarse así con mi madre. Justo cuando estaba a punto de decir algo, Carlos se levantó bruscamente y me dio otro golpe en mi hombro dañado.

—Oye, Brad, el bus está a punto de llegar. No querrás llegar tarde, ¿verdad? —dijo con un tono que era claramente una orden más que una sugerencia.

Miré a mi madre desesperadamente, esperando que captara la situación, pero ella parecía ciega a la verdadera naturaleza de Carlos. En su lugar, me sonrió amablemente, aunque de forma un poco más coqueta al hablar de él.

—Deberías escuchar a Carlos, cariño. No quiero que llegues tarde a la universidad por segunda vez—dijo, y su voz tenía un leve matiz juguetón al mencionar a Carlos.

Carlos se volvió hacia ella con una sonrisa que apenas lograba ocultar su verdadera intención, pero luego hizo algo que me lleno de ira.

—Por segunda vez, Laura, esto es serio. No es bueno que Carlos llegue tarde. No tiene responsabilidades aparte de estudiar, y tú siempre le preparas el desayuno temprano. No hay excusa para que llegue tarde —dijo Carlos con fingida preocupación por mí. Solo lo hizo para parecer bueno a los ojos de mi madre.

Mi madre, al escucharlo, volteó su mirada hacia mí. Luego, dijo algo que me sorprendió y me dejó con la boca abierta:

—Carlos tiene razón. Ya es hora de que empieces a asumir más responsabilidad. A partir de mañana, te dormirás más temprano.

Aunque era un castigo leve, la humillación que recibí fue enorme. En todos mis años, nunca me habían castigado, pero ahora, después de solo una semana de que Carlos conociera a mi madre, él logró que ella me castigara por primera vez.

Me sentí traicionado y avergonzado. Mi madre siempre había confiado en mí, y ahora, por influencia de Carlos, esa confianza parecía haberse desvanecido.

—¡Ve rápido, Brad! Tu autobús llegará en unos minutos— dijo mi madre, levantándose y recogiendo los platos vacíos, excepto el de Carlos, quien todavía comía con tranquilidad. —Yo tengo que lavar los platos—

—No te preocupes, Laura. Yo me quedo para ayudarte a limpiar. 

Ella pareció gratamente sorprendida y su risa suave añadió un toque coqueto a la atmósfera.

—Oh, Carlos, eres tan considerado. Muchas gracias —dijo, y sus ojos brillaron un poco más de lo habitual cuando lo miró.

Sentí una ola de impotencia que me inundaba. No quería dejarla sola con él, pero no tenía otra opción. Asentí, resignado y sintiendo un nudo en el estómago.

—Está bien, mamá. Nos vemos más tarde.

Mientras salía de la casa, sentí la mirada de Carlos perforándome la espalda como un taladro. Tenía que encontrar una manera de proteger a mi madre, pero por ahora, tenía que concentrarme en llegar a la universidad. Mientras caminaba hacia la parada del autobús, no podía dejar de preocuparme por lo que podría suceder entre Carlos y mi madre en mi ausencia.

A medida que me alejaba, las imágenes de Carlos manipulando a mi madre se repetían una y otra vez en mi mente. Sabía que ella merecía algo mejor y que debía estar alerta para cualquier oportunidad de desenmascararlo. Mi amor por ella no me permitiría quedarme de brazos cruzados. Hoy sería la última vez que me miraría con este miedo paralizante.

El viaje en autobús hacia la universidad fue inquietante. No podía apartar de mi mente la imagen de Carlos junto a mi madre, su actitud posesiva y las insinuaciones que hacía. ¿Qué estaba planeando realmente? No confiaba en él ni un ápice, pero parecía tener a mi madre bajo su encanto de alguna manera inexplicable.

Al llegar a la universidad, me sumergí en mis clases tratando de distraerme, pero la preocupación persistía. Revisé mi teléfono varias veces durante las clases, esperando encontrar algún mensaje de mi madre. Nada.

Finalmente, durante el almuerzo, recibí una llamada. Era Laura.

—Hola, mamá. ¿Todo bien?

—Hola, cariño. Sí, todo bien. Carlos me ayudó a limpiar y luego se fue. Fue muy amable de su parte.

Su tono era tranquilo, pero no pude evitar sentir una punzada de ansiedad.

—¿Estás segura de que está bien, mamá? No confío en él.

—Brad, cariño, Carlos es una buena persona. No juzgues tan rápido.

No quería discutir con ella, así que cambié de tema.

—¿Qué tienes planeado para el resto del día?

—Nada especial. Quizás haga algunas compras. ¿Cómo te va en la universidad?

Hablamos un poco más y luego colgamos. Seguía preocupado, pero no podía hacer mucho desde la distancia. Decidí concentrarme en mis estudios el resto del día, aunque mi mente vagaba a menudo hacia la situación en casa.

Al regresar a casa esa tarde, encontré a Laura en la cocina, con un vestido de seda con tirantes que llegaba hasta los tobillos y dejaba ver un discreto escote. Llevaba unos tenis blancos mientras preparaba la cena. Parecía relajada y feliz, completamente ajena a mis preocupaciones.

—Hola, cariño. ¿Cómo fue tu día en la universidad? —dijo, sonriendo mientras revolvía una olla en la estufa.

—Bien, mamá. ¿Y el tuyo?

—Muy bien también. Carlos pasó un rato nuevamente y luego se fue. Fue muy amable de su parte ayudarme con algunas cosas del jardín.

Asentí, aunque seguía sintiendo una incomodidad persistente.

—Mamá, solo quiero que tengas cuidado con él. No me gusta cómo actúa.

Ella suspiró y me miró con ternura.

—Brad, entiendo que tengas tus reservas, pero Carlos es una persona decente ahora. Ha pasado por momentos difíciles y solo está tratando de ayudar.

No quise discutir más. Sabía que insistir solo empeoraría las cosas entre nosotros.

Cenamos juntos en silencio esa noche. Carlos no apareció, lo cual me alivió un poco. Pero no podía evitar sentir que esta calma era solo temporal.

Después de la cena, me retiré a mi habitación y traté de concentrarme en mis deberes, pero mi mente seguía regresando a la misma preocupación. ¿Cómo podría proteger a mi madre de alguien como Carlos sin parecer sobreprotector?

Esa noche, mientras me preparaba para dormir, decidí que tenía que estar más alerta y encontrar la manera adecuada de abordar esta situación delicada. Mi madre significaba todo para mí, y haría lo que fuera necesario para mantenerla a salvo, incluso si eso significaba enfrentarme a Carlos directamente.

Al día siguiente, al despertar, bajé a la cocina encontrándome a mi madre preparando el desayuno, llevaba el mismo conjunto de la mañana anterior pero de color turquesa. Mientras comíamos, ella rompió el silencio.

—Brad, mañana es sábado y pensé que podríamos hacer un almuerzo especial juntos para Carlos, como un agradecimiento por todo su apoyo incondicional. ¿Te gustaría ayudarme a prepararlo?

Su propuesta me sorprendió. No porque no disfrutara cocinar con ella, sino por el tratamiento especial hacia Carlos. Recordé cómo había insistido en que él la ayudara, mientras que nunca me había ofrecido algo similar.

—¿Un almuerzo especial? ¿En serio? ¿Acaso olvidaste que él me molestaba? —pregunté, sintiendo la punzada de resentimiento que había estado acumulándose y olvidando toda mi planeación del día anterior.

Ella pareció sorprendida por mi reacción y luego su expresión se endureció.

—Brad, eso es injusto. Carlos me ayuda cuando puede y tú sabes que siempre estás ocupado con la universidad y tus propios planes. No es personal.

Su respuesta me enfureció aún más.

—Pero él siempre está aquí, mamá. Siempre le invitamos a comer, y eso no es suficiente para ti.

Ella suspiró, visiblemente molesta por mi tono.

—Brad, no quiero discutir esto ahora. Si no quieres ayudar, está bien. Pero no hagas esto más difícil de lo que ya es. Aprecio a Carlos por su ayuda y su compañía.

Ella hizo una pausa, mirándome fijamente a los ojos.

—¡Pero mamá! —exclamé, frustrado por su respuesta.

—¡Eso es suficiente, Brad! —me interrumpió, su voz elevándose—. Estás castigado. Haré el almuerzo sola mañana. Ve a tu habitación y alístate para la universidad, pero hoy en la tarde no habrá televisión ni videojuegos.

—Está bien, mamá —murmuré, antes de levantarme y retirarme a mi habitación.

Pasé el resto del día en silencio, reflexionando sobre lo ocurrido. Aunque estaba enojado, también entendía que mi madre no merecía ser tratada de esa manera. Me sentía impotente ante la situación con Carlos y frustrado por no poder protegerla como quería.

Esa noche, mientras me acostaba en la cama, decidí que necesitaba abordar el problema de manera más calmada y racional. No podía permitir que mi resentimiento arruinara mi relación con mi madre. Prometí a mí mismo que encontraría una solución, una manera de hacerle ver a mi madre lo peligroso que podía ser Carlos sin perder su confianza. Decidí que hablaría con ella nuevamente al día siguiente, pero esta vez, de manera más tranquila y comprensiva.

La preocupación no me dejó dormir. Giraba y daba vueltas en la cama, pensando en cómo abordar el tema sin que mi madre sintiera que la estaba atacando. Finalmente, logré quedarme dormido, pero me desperté tarde. Cuando los rayos del sol ya estaban bien altos, miré el reloj y vi que eran las 11 a.m.

Me levanté rápidamente, aún con la mente llena de inquietudes, y al escuchar ruidos provenientes de la cocina, me dirigí hacia allí. El olor a desayuno llenaba la casa, pero lo que realmente me sorprendió fue ver a mi madre.

Ella Estaba de pie en la cocina, cocinando con una elegancia deslumbrante. Vestía un vestido azul, extremadamente corto, que apenas cubria la parte superior de sus gluteos, tenía una abertura lateral que dejaba entrever ligeramente su piel. El tejido era de una seda brillante y unica que reflejaba la luz del sol, creando un efecto casi hipnótico con cada uno de sus movimientos. El vestido tenía un corte entallado que realzaba cada curva de su figura esbelta y elegante. 

Ella estaba de pie en la cocina, cocinando con una elegancia deslumbrante que parecía hecha para seducir. Vestía un vestido azul intenso, extremadamente corto, que apenas cubría la parte superior de sus gluteos, dejando ver sus bien formadas piernas además de su piel suave y luminosa. El tejido era de una seda brillante y única que reflejaba la luz del sol, creando un efecto hipnótico con cada uno de sus movimientos.

El escote en V era profundo, casi hasta el ombligo, revelando la delicadeza de un colgante de plata que descansaba entre sus pechos. Los bordes del escote estaban adornados con pequeños encajes y diminutas perlas que añadían un toque sutilmente sofisticado y coqueto. La cintura del vestido estaba ceñida con una fina cinta de seda del mismo color, acentuando aún más su silueta estilizada. En la espalda, el vestido dejaba una amplia área descubierta, con tirantes cruzados que apenas sostenían la tela, añadiendo un aire de sensualidad.

Para completar el look, ella llevaba unos tacones altos, también azules, con correas finas que se enroscaban alrededor de sus tobillos, haciendo que cada uno de sus pasos se viera aún más elegante y seductor. Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo, con algunos mechones sueltos que caían suavemente sobre sus hombros, enmarcando su rostro con un aire de encanto despreocupado. 

Sus labios estaban pintados de un rojo profundo, contrastando sensualmente con el azul del vestido y sus ojos brillaban con una mezcla de tranquilidad y alegría. Todavía sorprendido por la escena, me quedé observándola, asombrado por su belleza y elegancia sin igual.

Me quedé sin palabras por un momento, no solo por su apariencia, sino también porque no recordaba que mi madre tuviera ese vestido. Su cabello, amarrado y ondulado, caía con suavidad sobre sus hombros, y su sonrisa radiante parecía iluminar toda la habitación. 

Estaba paralizado, sin saber qué decir ni hacer. La belleza que tenía delante era tan impresionante que me dejó sin habla. El vestido azul que llevaba era increíblemente sexy, y cada movimiento que hacía lo hacía aún más sexy. 

Me fijé en cómo el tejido se estiraba cuando se agachaba para recoger algo de la mesa, y pude ver fugazmente sus tangas de nailon acompañado de sus dos grandes glúteos bien formados en forma de melocoton. Me sentí un poco sorprendido, pero no era eso lo que me preocupaba. Lo que me preocupaba era que no sabía qué hacer si ella me veía mirándola.

Cuando ella se volteó con una bandeja de comida, sus cuidadas manos sosteniéndola con gracia, mis ojos se encontraron con algo que nunca creí que mi madre pasaría por alto. La cantidad de piel que mostraba era sorprendente. Hasta ahora, nunca había visto a mi madre vestir de una manera tan atrevida, y mucho menos imaginé que hubiera comprado un vestido tan revelador. 

La tela se ajustaba a su torso superior como si fuera una segunda piel, revelando los contornos perfectos de sus dos grandes senos. Me parecieron del tamaño DDD, pero en ese momento no pude evitar fijarme en la forma en que el vestido se tensaba sobre ellos, mostrándolos en todo su esplendor. El tejido era tan fino que podía ver cada curva y pliegue de sus pechos, y noté cómo mis ojos se detenían en los duros pezones que emergían con insistencia, como si estuvieran llamándo a ser liberados.

Cuando ella me vio, parecía un poco molesta. Evidentemente, seguía enojada conmigo por lo que había sucedido ayer. Sin embargo, algo extraño ocurrió: mi deseo desapareció de inmediato al ver su expresión.

—Buenos días, hijo —dijo con un tono que mostraba una mezcla de cansancio y descontento.

——Buenos días, madre. Parece que te despertaste temprano hoy —dije, intentando romper el incómodo silencio.

Fue un acto inútil, porque mi madre me interrumpió de inmediato.

—Ve a alistar la mesa —ordenó, sin mirarme, mientras colocaba una bandeja en la encimera.

Luego se dirigió al horno para sacar otra bandeja, moviéndose con una exageración que era imposible ignorar. Lo más sorprendente era que, a pesar de sus movimientos intensos, su vestido permanecía perfectamente en su lugar, sin subir ni un centímetro.

Fin de capitulo 1

"Se agradecen los consejos y sugerencias para mejorar"