Amelia estaba de pie junto a la mesa de trabajo de Jason, mirando por la ventana. Sus manos temblaban levemente, pero mantenía una postura erguida y la expresión serena. Sabía que esta conversación no sería fácil, pero había tomado una decisión y no iba a titubear.
Jason, sentado tras el escritorio, revisaba un dossier lleno de informes e imágenes con una atención inquietante. Su rostro era una máscara de concentración, y su mandíbula permanecía apretada. Cuando terminó de hojear la última página, levantó la vista hacia Amelia, observándola con una mirada que parecía evaluar más de lo que mostraba.
—El fotógrafo —dijo Jason, rompiendo el silencio de la sala—. Trabajaba con Diego, pero al parecer no era la primera vez que se involucraba en situaciones como esta. Mei descubrió que ha sido responsable de encubrir otras agresiones y chantajes a través de sus fotos y vídeos.
Amelia asintió, aunque internamente, la mención de los crímenes previos del fotógrafo le revolvió el estómago. Sabía que no se enfrentaban a un simple cómplice, sino a alguien que había aprovechado su posición para arruinar vidas. La idea de que alguien pudiera manejar su cámara como un arma le producía una ira que no podía ignorar.
—¿Qué sugieres que hagamos con él? —preguntó Amelia, con un tono firme, aunque la tensión en sus hombros era visible. Se volvió hacia Jason, enfrentando su mirada directa.
Jason se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa, y entrelazó los dedos. Observó a Amelia durante unos segundos, como si estuviera evaluando sus intenciones antes de responder.
—Tengo varias opciones —dijo finalmente, con un tono que no escondía su dureza—. Puedo hacer que desaparezca o dejar que sus propios errores lo consuman, llevándolo a la ruina de una forma más… discreta. —Hizo una pausa, evaluando la reacción de Amelia—. ¿Qué prefieres?
Amelia sintió un nudo en la garganta. Parte de ella quería ver al fotógrafo sufrir por todo lo que había hecho, pagar por cada persona a la que había dañado. Sin embargo, también entendía que tomar decisiones basadas en la ira y el resentimiento solo perpetuaría el ciclo de violencia y oscuridad del que intentaba escapar. Inspiró profundamente y, manteniendo el control de su voz, respondió:
—Arruínale la vida, pero no dejes que se convierta en un mártir —dijo Amelia, sin apartar los ojos de Jason—. Quiero que todo lo que ha hecho salga a la luz, que su reputación quede destruida y que cada persona que alguna vez confió en él lo vea como lo que realmente es.
Jason dejó escapar una pequeña sonrisa, no de satisfacción, sino de reconocimiento. Admiraba esa firmeza en Amelia, esa capacidad de mantenerse fría incluso en medio de una tormenta.
—Eres más implacable de lo que pensé —comentó Jason, en un tono que contenía una mezcla de aprobación y curiosidad.
Amelia esbozó una media sonrisa irónica. —No creo en la venganza ciega, Jason. Pero sí creo en la justicia, y a veces, la justicia significa arruinar a una persona sin matarla. —Hizo una pausa, bajando la mirada hacia los documentos sobre el escritorio—. Si él desaparece, siempre habrá alguien que quiera llenar su vacío. Pero si destruimos su reputación, nadie confiará en él ni en quienes sean como él.
Jason se levantó de su asiento y se acercó a Amelia. Había una suavidad en su expresión que rara vez mostraba, una señal de que la comprendía y respetaba sus razones. Colocó una mano sobre el hombro de Amelia, en un gesto de apoyo.
—Muy bien —dijo Jason—. Haré lo necesario para que su vida se derrumbe. Expondremos sus crímenes y sus secretos de una manera que no deje lugar a dudas sobre quién es y qué ha hecho.
Amelia asintió, sintiendo un alivio mezclado con una leve culpa. Era difícil aceptar que había tomado la decisión correcta cuando aún tenía dudas en su interior, pero debía confiar en su juicio. No podía permitir que las emociones la llevaran por un camino del que luego no pudiera salir.
—Gracias —murmuró Amelia, sinceramente.
Jason retiró su mano y volvió a su escritorio, como si la conversación hubiera llegado a su fin. Sin embargo, antes de que Amelia pudiera retirarse, él hizo una última pregunta.
—Amelia, ¿qué es lo que te da fuerzas para tomar decisiones tan duras? —preguntó Jason, en un tono más personal, una rareza en él.
Amelia tardó un momento en responder, buscando las palabras correctas. Finalmente, lo miró a los ojos y, con una voz que sonaba más firme de lo que esperaba, respondió:
—Saber que mi destino ahora está en mis propias manos.
Jason asintió lentamente, sus ojos reflejaban una mezcla de respeto y algo más profundo, algo que aún no había expresado en palabras. Era evidente que su confianza en Amelia estaba creciendo, al igual que su admiración por su capacidad para enfrentarse a cada desafío.
—Aun así, tu destino nunca será tuyo por completo —advirtió Jason, su tono grave—. Hay fuerzas poderosas a tu alrededor, algunas de las cuales podrían destruirte o dominar tu destino.
Las palabras de Jason resonaron en la mente de Amelia. Inmaculada la había convertido en mujer, Jason la había comprado y convertido en su pareja, el padre de Jason no la aceptaba y el Maestro se vislumbraba como una fuerza descomunal dispuesta a arrebatarle su vida.
—Tienes razón, Jason —admitió Amelia—, pero puedo navegar entre esas fuerzas para conseguir el mejor futuro posible.
Jason asintió de nuevo, esta vez más lento, como un reconocimiento silencioso de la lucha que Amelia estaba librando. Sus ojos, generalmente fríos y calculadores, mostraron un destello de algo cercano a la preocupación, un sentimiento que rara vez permitía emerger.
—Entonces, navega bien, Amelia —dijo, su voz baja, casi un susurro cargado de advertencia—. Porque estas aguas no son solo peligrosas, están llenas de tiburones que detectan el más leve rastro de sangre.
Amelia mantuvo la mirada fija en él, absorbiendo la intensidad de sus palabras. Sintió una corriente de adrenalina recorrer su cuerpo, una mezcla de miedo y determinación. La referencia a los tiburones no era meramente figurativa; las intrigas que los rodeaban, los secretos que manejaban y las vidas que controlaban eran la verdadera esencia del poder en el mundo de Jason Xiting. Pero Amelia ya no era la presa; ahora, había aprendido a moverse en esas aguas, a observar y a detectar a aquellos que podrían acecharla.
—Lo haré —respondió Amelia finalmente, su voz cargada de firmeza—. No me subestimes.
Jason esbozó una leve sonrisa, una de esas sonrisas que rara vez mostraba, como si confirmara para sí mismo que había hecho bien en elegirla. Amelia se giró y se dirigió hacia la puerta, sintiendo la mirada de Jason clavada en su espalda, como un recordatorio constante de la lucha en la que ambos estaban envueltos. Al salir, cerró la puerta tras de sí, y por un momento, el peso de la conversación cayó sobre sus hombros.
Amelia recorrió los pasillos de la mansión, respirando profundamente para calmar sus nervios. Aunque la decisión sobre Diego ya estaba tomada, el peso de lo que estaban a punto de hacer no dejaba de resonar en su mente. Mei la esperaba en una pequeña sala contigua al despacho de Jason, un lugar apartado y discreto, donde podían discutir los detalles sin interrupciones.
Mei estaba de pie junto a una mesa, con un cuaderno de notas abierto delante de ella y un mapa extendido mostrando varios puntos de la ciudad. Su expresión era concentrada, pero Amelia pudo notar una ligera tensión en la forma en que Mei movía su bolígrafo de un lado a otro.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Mei, sin levantar la vista de sus notas.
Amelia cerró la puerta tras de sí y se acercó a la mesa, tomando asiento con un suspiro contenido. La luz suave del lugar y la atmósfera cerrada del pequeño despacho acentuaban la seriedad del momento.
—Está hecho. Jason se encargará de todo con el fotógrafo —respondió Amelia, su tono era firme, pero no ocultaba el cansancio que sentía.
Mei asintió, soltando un leve suspiro de alivio. A pesar de lo decidido que podía ser Jason en situaciones así, siempre había un riesgo, y ahora esa preocupación se había desvanecido al menos en una parte. Pero sabían que aún quedaba el asunto de Diego, y este era el más delicado de todos.
—Diego ya está asegurado y bajo vigilancia —dijo Mei, mientras giraba el cuaderno hacia Amelia para mostrarle las notas que había tomado—. Todo está listo para que comencemos con los preparativos del ritual, tal como acordamos.
Amelia examinó las notas en silencio, repasando cada detalle que habían planeado con precisión. La mención del ritual hacía que un nudo se formara en su estómago. Sabía que este no era un simple castigo; era una prueba en la que estaban poniendo en juego algo mucho más grande que la vida de Diego. Sus ojos recorrieron las anotaciones y símbolos que Mei había copiado de las antiguas instrucciones que Inmaculada les había dejado.
—Entonces, todo está preparado para seguir los mismos pasos que se usaron conmigo —dijo Amelia, su voz apenas un murmullo.
Mei levantó la mirada hacia su amiga, asintiendo con un leve gesto. Ambas eran conscientes de la gravedad de lo que estaban a punto de hacer. Si bien el objetivo era replicar el ritual para complacer al Maestro y salvaguardar la libertad de Amelia, la incertidumbre de los resultados y la carga moral de sus acciones pesaban sobre ellas.
—Entiendo si tienes dudas, Amelia —dijo Mei, su tono era más suave, casi empático—. Pero esta vez no tenemos margen de error. Si Diego se convierte en una nueva Amelia, el Maestro obtendrá lo que busca y tú podrás quedarte con tu vida y tu libertad.
Amelia permaneció en silencio por un momento, procesando las palabras de Mei. La idea de ser "reemplazada" de alguna forma le producía una sensación de incomodidad, pero era consciente de que esa era la única forma de asegurar un trato justo y de proteger su vida. Sabía que Diego merecía el castigo, y que esto iba más allá de una simple venganza. Era una necesidad estratégica, pues aun no sabían si Sandro habría desarrollado las características de Amelia.
—Lo sé —respondió Amelia finalmente, su tono era firme pero ligeramente apagado—. Y no es solo por mí. Hay más en juego de lo que parece. Diego ha cruzado demasiadas líneas, ha hecho sufrir a demasiadas personas… No podemos dejar que su presencia siga contaminando este mundo.
Mei observó a Amelia, leyendo en su mirada la mezcla de determinación y miedo que ambas compartían. Aunque Mei no comprendía completamente la profundidad de la magia involucrada, sabía lo suficiente para darse cuenta de que estaban lidiando con fuerzas que no podían controlar del todo.
—Hemos seguido cada instrucción de Inmaculada al pie de la letra —dijo Mei, volviendo a sus notas—. Si todo sale según lo planeado, Diego y Sandro serán entregados al Maestro en Suryavanti, y entonces… todo dependerá de él.
Amelia se pasó una mano por el cabello, su mente recorriendo los últimos meses y las revelaciones que habían ido descubriendo poco a poco sobre Inmaculada, Jason y el Maestro. La idea de que su vida dependiera de una figura tan enigmática y poderosa era aterradora, pero también había aprendido que no podía permitirse mostrar debilidad.
—Esto debe salir bien, Mei —dijo Amelia, su tono se volvió más severo, casi como una orden—. No podemos permitir errores esta vez. No cuando nuestra seguridad y nuestro futuro están en juego.
Mei asintió con seriedad, aceptando la responsabilidad que compartían. Ambas sabían que las decisiones que estaban tomando ahora no solo afectarían sus vidas, sino también el curso de los eventos futuros en Suryavanti y más allá. Diego era una pieza en un tablero mucho más grande, y debían moverlo con cautela.
—Entonces, procederemos según lo planeado —dijo Mei, cerrando el cuaderno con un golpe suave—. Avisaré a los hombres de Jason para que aseguren el lugar del ritual y mantengan todo bajo control.
Amelia la observó con detenimiento antes de levantarse de su asiento. Sabía que el camino que estaban recorriendo era oscuro y peligroso, pero también comprendía que no podían permitirse retroceder ahora.
Ambas mujeres intercambiaron una mirada de entendimiento, sellando el pacto silencioso que compartían, y salieron juntas de la pequeña sala para enfrentarse al siguiente paso en su plan.