Chereads / Vendida al destino / Chapter 79 - 079. El peso del silencio

Chapter 79 - 079. El peso del silencio

El ambiente en la sala estaba cargado de una tensión sutil mientras los últimos restos de comida desaparecían de los platos. Cada uno de los presentes lidiaba con sus propios pensamientos, intentando asimilar las revelaciones y decisiones que acababan de discutirse. El silencio entre ellos no era incómodo, pero sí estaba lleno de una gravedad que pesaba sobre sus hombros.

Mei, siempre buscando un escape en la rutina, se levantó primero, dirigiéndose hacia la barra para preparar un ron con hielo. Sus manos, normalmente firmes, temblaban ligeramente mientras vertía el licor en el vaso. Amelia, notando la leve vacilación en su amiga, decidió seguir su ejemplo, pero optó por algo más fuerte: un vodka con limón. Li Wei, que aún procesaba lo que había oído, se decantó por un margarita, buscando en el sabor ácido del cóctel algo que la ayudara a despejar la niebla de confusión que la envolvía. Amelia y Li Wei necesitaban algo más fuerte, algo que las ayudara a asimilar la oscura verdad que pendía sobre ellas como una espada de Damocles.

De regreso a sus asientos, Amelia le tendió un vaso de whisky con hielo a Jason, quien aceptó el trago sin decir una palabra, sus ojos reflejaban una mezcla de cansancio y preocupación. Mientras el whisky rozaba sus labios, Amelia se dirigió con paso decidido hacia la mesa de billar, su mente viajaba al recuerdo de aquella primera noche en la que había jugado con Jason. Una noche en la que había sido derrotada rotundamente, pero que ahora parecía una vida entera atrás.

Con movimientos lentos y deliberados, Amelia comenzó a preparar las bolas en el triángulo de madera, alineándolas con una precisión que sugería algo más que simple distracción. Jason, intrigado y tal vez un poco molesto por la aparente indiferencia de Amelia hacia la gravedad de la situación, se acercó a ella, observando cada uno de sus movimientos con atención.

—¿Te parece oportuno jugar en lugar de planificar? —preguntó Jason, su tono llevaba una mezcla de indignación y desconcierto. La idea de desviar la atención hacia un juego en ese momento le resultaba casi insultante.

Amelia no respondió de inmediato. Con calma, levantó la mirada y le hizo una señal a Li Wei para que se uniera a ella en la mesa de billar. Cogió uno de los palos, lo sostuvo en sus manos durante unos segundos, sopesando su equilibrio, y finalmente se colocó en posición para golpear la bola blanca. Su rostro era una máscara de concentración, pero en sus ojos había una determinación fría, casi calculadora.

—No hay nada más que discutir —respondió Amelia finalmente, su voz era firme, dejando claro que no estaba dispuesta a debatir más—. Tú debes estudiar el ritual del gusano, Jason. Mei, tú te encargarás de buscar información en la red para vaciarle todas las cuentas a Sandro. Cuando sea liberado, lo secuestraremos, le daremos una paliza y lo encerraremos hasta el momento de introducirle el gusano. Li y yo no tenemos nada más que hacer ahora, así que jugaremos un rato.

La respuesta de Amelia dejó a Jason y a Mei momentáneamente sin palabras. La Amelia que conocían, la mujer que hasta hace poco había sido sumisa y casi frágil, acababa de tomar el control de la situación con una autoridad inesperada. Sus palabras, claras y sin lugar a interpretaciones, habían delineado un plan con una frialdad que sorprendió a ambos. Lo que más impactaba no era solo el contenido del plan, sino la forma en que Amelia lo había presentado, con una calma imperturbable que rozaba lo inquietante.

Jason y Mei se quedaron mirándola, tratando de reconciliar la imagen de la Amelia que habían conocido hasta ahora con la mujer que estaba frente a ellos, tomando decisiones con una firmeza que no admitía oposición. Amelia, por su parte, había dejado atrás cualquier rastro de duda. Llevaba en su interior una tormenta de emociones que se había acumulado a lo largo del día, y necesitaba, al menos por un momento, desconectar de los oscuros pensamientos que la habían acosado desde la noche anterior.

Mientras Amelia se preparaba para hacer el primer golpe, el eco de la bola blanca resonó en la sala, marcando no solo el inicio de la partida, sino también el inicio de una nueva etapa en su vida. Una etapa en la que ya no sería la que esperaba órdenes, sino la que las daba. El golpe de la bola contra las otras fue firme, decidido, y las esferas se dispersaron por la mesa, reflejando la determinación en los ojos de Amelia.

Jason, por su parte, se sentó en uno de los sillones cercanos, el cuaderno de la Señora Montalbán descansando en sus manos. Sus dedos acariciaron la piel negra de la cubierta, sintiendo el peso de lo que ese libro representaba. Con un suspiro, lo abrió, sus ojos recorriendo las extrañas grafías y símbolos que llenaban las páginas. Cada dibujo, cada círculo mágico, parecía susurrar secretos oscuros, y Jason sintió una mezcla de curiosidad y aprensión mientras intentaba descifrar el contenido.

Mei, que había estado observando desde detrás de él, se inclinó un poco más, tratando de entender lo que su hermano estaba leyendo. Las letras, aunque similares en apariencia a los caracteres chinos que había estudiado en su niñez, eran diferentes, ajenas, como si pertenecieran a un idioma antiguo y olvidado.

—¿Entiendes algo? —preguntó Mei, su voz reflejaba una curiosidad genuina, acompañada por una ligera preocupación. Había algo en ese libro que la inquietaba, como si contuviera más de lo que parecía a simple vista.

Jason asintió lentamente, sin apartar la vista de las páginas. Las runas y los símbolos empezaban a cobrar sentido, aunque de una manera que él mismo encontraba desconcertante. Era como si una parte de su mente pudiera leer el texto, mientras otra se resistía a comprender completamente su significado.

—Sí, pero no sé si me gusta lo que estoy entendiendo —respondió Jason con voz grave, su ceño fruncido mientras continuaba pasando las páginas, tratando de absorber toda la información que pudiera antes de que fuera demasiado tarde.

Con un suspiro de resignación, Mei se enderezó y decidió dejarlos concentrarse en su tarea. Salió de la biblioteca en silencio, dirigiéndose a su habitación en busca de su portátil. Sabía que tenía que actuar rápido para asegurarse de que todas las piezas del plan estuvieran en su lugar, y que el dinero de Sandro estuviera fuera de su alcance antes de que pudieran proceder con la siguiente fase.

Mientras Mei se alejaba, Amelia siguió concentrada en el juego, pero sus pensamientos estaban lejos de la mesa de billar. Sentía el temor de al gran maestro a fallar en el sucuestro, que , y aunque la incertidumbre la acechaba, sabía que no podía permitirse dudar. No ahora. Con otro golpe preciso, una bola cayó en la tronera, y Amelia sonrió levemente, más para sí misma que para nadie más.

-----

La mañana del lunes no fue benigna con Amelia. Al abrir los ojos, sintió el peso de una laguna en su memoria, un vacío inquietante que la hacía preguntarse qué había sucedido después de las primeras partidas de billar. Recordaba haber jugado varias veces con Li Wei, cada golpe en la mesa acompañando a un vaso de vodka con limón tras otro. Ahora, la resaca le taladraba la cabeza como un martillo implacable, y los acontecimientos del sábado por la noche volvían a atormentarla con la persistencia de una pesadilla recurrente.

Buscó a su lado, esperando encontrar a Jason, pero la cama estaba vacía. El espacio a su lado, frío y desolado, la llenó de una mezcla de frustración y soledad. ¿Dónde se había metido ese bastardo? ¿Cómo podía dejar a su "linda novia" sola en ese estado?

La luz que se filtraba a través de las cortinas era demasiado brillante, una agresión directa a sus sentidos aún embotados. Todo indicaba que la mañana ya estaba avanzada, mucho más de lo que había anticipado. Miró hacia la mesita de noche, buscando su smartphone. Al menos, ese pequeño dispositivo seguía ahí, como su único vínculo con el mundo exterior. Lo tomó con manos temblorosas y lo desplegó. Las cifras en la pantalla la miraron con frialdad: 10:27. Jason debía llevar horas en el trabajo. ¿Por qué no la había despertado?

Antes de poder procesar el pensamiento, su estómago se rebeló violentamente, obligándola a correr al baño. Se arrodilló frente a la taza del váter, vaciando su estómago con una mezcla de dolor y desesperación. Cuando finalmente pudo levantarse, se tambaleó hasta la ducha, dejando que el agua caliente lavara no solo el sudor y el malestar de su cuerpo, sino también la sensación de vulnerabilidad que la envolvía.

Se lavó los dientes con fuerza, intentando quitarse el sabor amargo de la boca y de su espíritu, y bebió varios vasos de agua para calmar la sed que la asfixiaba. Al salir del baño, se sentó en el borde de la cama, aún sintiendo el mareo que la resaca le había dejado como recuerdo de la noche anterior. Miró su teléfono, notando la serie de mensajes y correos electrónicos que se acumulaban en la pantalla.

Abrió la aplicación de mensajería, esperando encontrar algún mensaje de Mei, Li Wei o Jason. Pero no había nada. Ninguno de ellos se había molestado en dejarle una nota, un mensaje, ni siquiera un recordatorio de que existía. La sensación de abandono la golpeó con fuerza. Revisó la bandeja de entrada de su correo electrónico, donde un montón de correos del trabajo esperaban su atención, pero tampoco allí encontró señales de sus amigos.

La frustración creció en su pecho. ¿Por qué la habían dejado sola sin ninguna explicación? Pensó en llamar a Jason, en regañarlo por su indiferencia, pero el solo pensamiento de una pelea la hizo desistir. Su cabeza no estaba para soportar más estrés. Con un suspiro resignado, optó por enviar un mensaje.

Amelia: [¿Dónde estás? Estoy mal.]

Jason: [Solo tienes resaca. Tómate el día libre.]

Amelia: [Pero necesito mimitos.]

Jason: [Hay mucho trabajo.]

—Maldito Jason —susurró Amelia, tirando el smartphone a un lado con frustración.

Se tumbó en la cama, su mirada perdida en el techo de la habitación, mientras un vacío creciente llenaba su pecho. Tras un rato de mirar sin ver, la determinación comenzó a brotar dentro de ella. No iba a pasar todo el día en la cama, ahogándose en su propia autocompasión. Se levantó con esfuerzo, arreglándose lo mejor que pudo. Si Jason no estaba dispuesto a mimarla, ella encontraría su propio camino. Quizás iría a trabajar o, al menos, intentaría hacer algo productivo desde casa. Amelia se negó a dejar que este día se convirtiera en una derrota más.

Cuando se hubo arreglado, salió tambaleándose de la habitación. La cabeza le pesaba y el mundo parecía girar un poco más de lo habitual. El mayordomo Kai, siempre atento, la vio agarrarse a la barandilla de la escalera mientras intentaba descender. Con una rápida señal, un guardaespaldas se apresuró a su lado, ofreciéndole un apoyo firme y seguro mientras bajaba las escaleras. Con un suspiro, Kai observó cómo Amelia llegaba finalmente al pie de la escalera, su expresión reflejaba tanto preocupación como resignación.

—¿Se encuentra bien, señora? ¿Desea un desayuno contra la resaca? —preguntó Kai, su tono respetuoso pero cargado de una genuina preocupación.

La ironía no pasó desapercibida para Amelia. Un mayordomo y un guardaespaldas se preocupaban más por ella que su propio novio y sus amigas en ese momento. La amargura asomó brevemente en su expresión antes de que la reemplazara con una sonrisa cansada.

—Gracias, Kai, es usted muy amable. Si mi noble caballero —dijo, haciendo una ligera reverencia hacia el guardaespaldas— me puede llevar hasta la mesa del jardín junto a la piscina, y si pueden servirme allí el desayuno... y, por favor, que alguien me traiga mi portátil, ya sería fantástico.

Kai asintió con una reverencia de cabeza antes de marcharse a dar las órdenes pertinentes. El guardaespaldas, con un gesto que denotaba tanto respeto como comprensión, la levantó en brazos sin esfuerzo y la llevó hasta la mesa en el jardín. Amelia sabía que no necesitaba realmente ese tipo de asistencia, que habría llegado por sus propios medios, pero en ese momento, la comodidad de dejarse llevar resultaba una tentación irresistible.

Al llegar al jardín, el aire fresco de la mañana la envolvió, brindándole un leve consuelo. Amelia se acomodó en la silla, cerrando los ojos por un momento, permitiendo que la brisa suave acariciara su rostro. El sol, que comenzaba a elevarse lentamente en el cielo, proyectaba una cálida luz dorada que contrastaba con la frialdad que sentía en su interior.

Cuando finalmente llegó su portátil, lo abrió con manos temblorosas mientras devoraba su desayuno con poca convicción. Esperaba distraerse, perderse en las rutinas cotidianas, pero en cuanto las redes sociales se cargaron en la pantalla, la realidad la golpeó con una fuerza implacable. Las conversaciones todavía giraban en torno a lo ocurrido el sábado, una vorágine de rumores y especulaciones que no dejaban espacio para nada más.

El intento de violación y asesinato que había sufrido se había convertido en el tema de conversación principal, eclipsando cualquier otra cosa, incluso los detalles más triviales, como su vestido o los de las demás invitadas. Peor aún, fotos de su rostro demacrado y su cuerpo maltratado circulaban por las redes, una exhibición morbosa de su vulnerabilidad. No tenía dudas de quién estaba detrás de esa filtración: Laura Martínez, la "zorra", como la llamaba en su mente, había aprovechado la oportunidad para humillarla aún más.

Los comentarios variaban desde expresiones de solidaridad hasta crueles burlas. Amelia sintió un nudo en el estómago mientras leía, sus ojos recorriendo las palabras llenas de veneno y malicia. Finalmente, soltó un suspiro, cerró las redes sociales y decidió enfocarse en los correos electrónicos. Necesitaba alejarse de la tormenta que se había desatado a su alrededor, aunque solo fuera por un momento.

Sin embargo, concentrarse en el trabajo no resultó tan fácil como esperaba. Su mente estaba embotada, nublada por la ansiedad que crecía dentro de ella como una sombra imparable. Respondió a los correos uno por uno, pero la tarea, que normalmente era rutinaria, se sintió como escalar una montaña. Algunos mensajes eran simplemente muestras de preocupación por lo ocurrido el sábado, lo que la alivió un poco al no tener que entrar en detalles dolorosos.

Después de un par de horas de trabajo, Amelia decidió que era momento de responder también a los mensajes en su smartphone. Abrió la aplicación de mensajería y comenzó a contestar a quienes se habían preocupado por ella, tratando de tranquilizarlos aunque ella misma no se sentía nada tranquila. Pero había una conversación que no podía evitar, una que la llenaba de una mezcla de anticipación y miedo.

Con un suspiro tembloroso, pulsó sobre el contacto de Inmaculada Montalbán y escribió su mensaje:

Amelia: [Buenos días]

Inmaculada Montalbán: [Hola! Daremos una lección a ese tipo.]

El mensaje de su madrina hizo que Amelia esbozara una sonrisa forzada. Sabía que Inmaculada estaba tratando de tranquilizarla, pero la mención de Sandro la hizo sentir un escalofrío en la espalda. No quería hablar de él, no ahora. Había algo más que la inquietaba profundamente, algo que no podía sacarse de la cabeza.

Amelia: [¿Qué tengo de especial? ¿Por qué me quiere el Maestro?]

Inmaculada Montalbán: [...]

Amelia: [Por favor, dime algo.]

Inmaculada Montalbán: [No puedo decírtelo. Solo confía en nosotros.]

Amelia: [Tengo miedo.]

Inmaculada Montalbán: [Es comprensible. Estamos trabajando en ello.]

Amelia: [OK. Si no puedes decirme más...]

Inmaculada Montalbán: [No, pero te estamos protegiendo.]

Las respuestas de Inmaculada no hacían más que aumentar su angustia. Sabía que su madrina la estaba protegiendo, pero la falta de respuestas claras, la imposibilidad de comprender por qué el Maestro estaba interesado en ella, la dejaba en un estado de incertidumbre que la consumía. Cada palabra de Inmaculada parecía un muro que impedía a Amelia acceder a la verdad, y eso la aterraba más que cualquier otra cosa.

Amelia dejó caer el smartphone sobre la mesa, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Era un día despejado y caluroso de verano, el sol brillaba intensamente sobre el jardín, pero para ella, el mundo se había vuelto oscuro y frío. La sombra del Maestro, una presencia ominosa y desconocida, se cernía sobre su vida, y la sensación de que una tormenta se avecinaba se hacía cada vez más fuerte.

Se reclinó en la silla, mirando hacia el cielo, pero el brillo del sol no lograba penetrar la oscuridad que la envolvía. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, pero cada paso hacia adelante parecía llevarla más cerca del abismo.