Cuando llegaron a la mansión, el ambiente era pesado, cargado de una tensión casi palpable. Jason se dirigió directamente a la biblioteca, acompañado por Mei y Amelia, quienes lo seguían en silencio, preocupadas por la actitud hosca de Jason. Al entrar en la imponente estancia, las paredes revestidas de madera oscura y los altos estantes llenos de libros antiguos parecían cerrar el espacio, intensificando la sensación de inquietud que se cernía sobre ellos.
Jason comenzó a caminar de un lado a otro, su figura alta proyectando sombras largas bajo la luz tenue de las lámparas. Había un aire de agitación en sus movimientos, una energía contenida que no lograba encontrar una salida adecuada. Mientras tanto, Amelia y Mei lo observaban desde sus asientos, sintiendo cómo la ansiedad crecía en su interior. Ninguna de las dos se atrevía a romper el silencio, temiendo desencadenar la tormenta que intuían se estaba gestando.
Mei, normalmente segura y confiada, jugaba nerviosamente con el reposabrazos del sillón orejero en el que estaba sentada. Sus dedos recorrían la suave superficie de cuero una y otra vez, en un intento por calmar la tensión que sentía en cada fibra de su ser. Amelia, por su parte, se sentía atrapada. Había intentado levantarse y dirigirse hacia la barra, buscando una distracción en el fondo de un vaso, pero una mirada fulminante de Jason la hizo detenerse en seco. Resignada, se volvió a sentar, su cuerpo rígido y tenso, mientras fingía mirar su smartphone, aunque no lograba concentrarse en la pantalla.
El silencio era ensordecedor, roto solo por los pasos de Jason, que resonaban en la habitación como el tic-tac de un reloj que marca el tiempo que se agota. Sabía que tenía que hablar con ellas, especialmente con Amelia, pero las palabras se le atascaban en la garganta. No quería asustarlas más de lo que ya estaban, pero la preocupación que lo carcomía desde dentro era un monstruo que crecía con cada minuto de silencio.
Jason se acercó a la chimenea apagada, su mirada fija en la diana de dardos que colgaba sobre ella. Tomó los dardos, uno a uno, y los lanzó con precisión hacia el centro, como si con cada lanzamiento intentara desterrar los temores que lo asediaban. Los dardos golpeaban la diana con un ruido seco, un sonido que parecía resonar en el pecho de Amelia y Mei, haciéndolas estremecerse ligeramente.
El aire en la biblioteca era denso, casi sofocante, y la atmósfera estaba cargada de un miedo que ninguno de los tres se atrevía a nombrar. La extraña nota que Jason había recibido era como una sombra que se cernía sobre ellos, y aunque nadie lo mencionaba, todos sabían que algo oscuro y peligroso se estaba acercando. Amelia sintió un nudo formarse en su estómago, mientras Mei apretaba los labios, consciente de que lo peor aún estaba por venir.
Jason sabía que no podía seguir postergando la conversación. Con un último dardo, que voló con fuerza y se clavó en el centro de la diana, se giró hacia ellas, dispuesto a enfrentar sus propios temores y a compartirlos con las dos mujeres que confiaban en él.
El silencio en la habitación era asfixiante, tan denso que parecía envolverlos en una neblina de tensión. Jason inhaló profundamente, preparándose para romper el muro invisible que los mantenía atrapados en una espera insoportable. Cada segundo que pasaba hacía que la presión en sus pechos se incrementara, como si el aire mismo se hubiera vuelto pesado y difícil de respirar.
De repente, Mei se levantó del sillón con un movimiento brusco, su ceño fruncido y sus ojos lanzando dagas hacia Jason.
—¡¿Quieres soltarlo de una vez?! —exclamó, su voz cargada de frustración y enojo. La paciencia que había intentado mantener se desvanecía rápidamente ante la aparente indecisión de su hermano.
Jason detuvo su andar, sus ojos oscuros se fijaron en los de Mei, y tras unos instantes, exhaló lentamente. Sabía que lo que iba a decir no sería fácil de digerir.
—No vamos a matar a Sandro —dijo, su voz baja pero firme—. Solo lo convertiremos en mujer y lo llevaremos a Suryavanti. Si tenemos suerte...
Las últimas palabras de Jason cayeron como un martillo sobre el corazón de Amelia y Mei. La frialdad en su tono contrastaba con la desolación que sus palabras transmitían. Había algo oculto en esa declaración, una sombra de duda y miedo que no lograba disimular del todo. Las dos mujeres quisieron protestar, exigir respuestas, pero algo en la expresión de Jason las detuvo. Sabían que su deseo de venganza contra Sandro era feroz, un fuego que había ardido en su interior desde hacía tiempo. Sin embargo, la pregunta que las atormentaba era: ¿Por qué no simplemente torturarlo y matarlo, acabar con su miserable existencia? ¿Qué fuerza invisible estaba impidiendo que Jason tomara la justicia en sus manos?
Jason se movió hacia la barra, dejando a las mujeres con sus pensamientos oscuros. Amelia, que había abierto la boca para pedir su cóctel habitual, cerró los labios de nuevo al ver cómo Jason agarraba una botella de whisky y bebía directamente de ella, un trago largo y amargo. La visión de su amado, normalmente tan controlado, recurriendo al alcohol de esa manera solo aumentó su propia inquietud. Tras el primer trago, Jason sirvió una generosa copa de whisky con hielo antes de comenzar a preparar un "Sex on the Beach" para Amelia, agitó la coctelera con una precisión mecánica, casi como si sus manos estuvieran actuando por reflejo, y decoró el vaso con una cáscara de naranja y un par de arándanos.
Mientras Jason se ocupaba en la barra, tras la puerta de la biblioteca, Li Wei permanecía indecisa. Había seguido a Jason, Amelia y Mei hasta la biblioteca, sus pasos amortiguados por el grueso tapiz del pasillo, pero cuando vio cómo Jason cerraba la puerta de golpe, se detuvo, dudando. Sus dedos rozaron los intrincados relieves de la madera, su mente dividida entre la curiosidad y el miedo. La idea de involucrarse en esta venganza la aterrorizaba, pero algo en las palabras de Jason que había alcanzado a escuchar la mantenía inquieta. Algo iba mal, terriblemente mal, y no estaba segura de si permanecer fuera de la habitación era lo más seguro.
Li Wei apretó los labios, su mente luchando contra la creciente sensación de peligro que se arremolinaba en su interior. Había querido mantenerse al margen, no ver hasta dónde podían llegar Amelia, Mei y Jason en su deseo de venganza, pero la incertidumbre era peor que cualquier horror que pudiera presenciar. Finalmente, la decisión la venció, y con un suspiro tembloroso, giró el picaporte, abriendo la puerta justo a tiempo para ver a Jason decorando la copa de Amelia.
—Toma asiento también —dijo Jason, sin molestarse en disimular el sarcasmo en su voz—. Al fin y al cabo, una más, ¿qué más da?
Li Wei vaciló por un momento, pero luego obedeció, entrando en la habitación y cerrando la puerta tras de sí. Se sentó con cautela, sus ojos recorriendo los rostros tensos de los presentes.
—¿Qué vais a tomar vosotras dos? —preguntó Jason, su tono brusco mientras miraba a Li Wei y Mei.
Li Wei, aún desconcertada, se decidió por pedir lo mismo que Amelia, mientras que Mei, con un leve encogimiento de hombros, pidió un ron añejo con hielo. Jason preparó las bebidas con una atención casi obsesiva, como si el simple acto de mezclarlas le proporcionara un ancla a la realidad. Dos viajes más tarde, entregó las copas a cada una de las mujeres y finalmente se dejó caer en un cuarto sillón, enfrentándose a ellas con una expresión que combinaba cansancio y resolución.
—No vamos a matar ni violar a Sandro —repitió Jason con una parsimonia que helaba la sangre, su voz era baja pero cargada de una firmeza inquebrantable—. Vamos a hacer algo peor.
Las palabras flotaron en el aire, cargadas de un peso insoportable. Li Wei, sentada en el borde de su asiento, sintió que el suelo bajo sus pies se volvía inestable, como si el mundo mismo estuviera a punto de desmoronarse. Mei apretó el vaso entre sus manos, sus nudillos blancos, mientras una chispa de comprensión oscura comenzaba a encenderse en su mente. Amelia, por su parte, se mordió el labio, luchando por mantener la calma mientras la sombra de lo que Jason estaba insinuando se hacía más clara y más aterradora.
El miedo, la incertidumbre y la oscura promesa de lo que estaba por venir envolvieron la habitación como un manto de sombras, sofocando cualquier intento de réplica. Cada uno de ellos sentía la inminente caída hacia un abismo que no podían evitar, una caída que amenazaba con arrastrarlos a todos sin remedio. El destino de Sandro, y quizás el de todos ellos, parecía haberse sellado en ese momento, y el peso de esa realidad les aplastaba el alma.
Jason, con los ojos inyectados en una mezcla de dolor y determinación, finalmente rompió el silencio, su voz era baja pero cargada de una fatalidad que hizo que el aire se espesara aún más.
—Vamos a convertirlo en mujer con el gusano y entregarlo al Maestro —dijo, sus palabras eran como una sentencia ineludible—. Quizás así salvemos a Amelia.
Las palabras se deslizaron por la habitación como un veneno lento, impregnando los corazones de las mujeres presentes. Li Wei, que hasta ese momento había permanecido en un estado de confusión, frunció el ceño, su mente luchando por comprender el significado de lo que acababa de oír. Convertirlo en mujer con un gusano... Las palabras resonaban en su mente, pero no tenían sentido. Mei, por otro lado, se quedó paralizada, sus pensamientos tropezando con una nueva pregunta: ¿Quién era el Maestro? La mera mención de ese nombre la hacía estremecerse, un nombre que parecía estar envuelto en un poder oscuro e insondable. Y luego estaba Amelia, que temblaba al recordar las veces que Inmaculada había mencionado al Maestro con un terror que helaba la sangre. Las tres mujeres se dieron cuenta, casi al mismo tiempo, de la aterradora implicación de la última frase de Jason: "Quizás así salvemos a Amelia." La idea de que un peligro mortal acechara a Amelia era una revelación que llenó la sala de un temor aún más profundo. ¿El Maestro quería la muerte de Amelia? ¿Y entregar a Sandro era la única forma de obtener su ayuda?
Li Wei, con la voz temblorosa y llena de una mezcla de miedo y desesperación, fue la primera en romper el espeso silencio que había caído sobre ellos.
—¿Convertirlo en mujer con un gusano? ¿Salvar a Amelia? —preguntó, su tono era vacilante, casi suplicante, buscando una explicación que le permitiera darle sentido a todo.
Jason, con el peso del mundo sobre sus hombros, bebió un largo trago de su copa, intentando ahogar en whisky el dolor que lo carcomía. Cuando finalmente habló, lo hizo con una resignación que reflejaba la desesperanza de su situación.
—Trataré de explicarlo todo —comenzó, su voz era áspera, como si cada palabra le costara un esfuerzo titánico—. Esto solo lo desconoces tú, Li Wei, pero existen unos gusanos... con ellos se puede convertir a un hombre en mujer. Amelia... Amelia era un hombre antes.
Li Wei, incrédula, negó con la cabeza, sus ojos llenos de escepticismo pasaron de Jason a Amelia. La idea le parecía tan absurda, tan imposible, que se negaba a aceptarla.
—¿Amelia era un hombre? —repitió, su voz cargada de incredulidad—. Eso es imposible. No tiene nuez de Adán, sus rasgos son inconfundiblemente femeninos, incluso sin maquillaje. No puede ser verdad...
Pero antes de que Li Wei pudiera seguir protestando, Amelia la interrumpió, su voz era tranquila pero impregnada de una verdad que pesaba como una losa sobre su alma.
—Sin embargo, lo fui —dijo Amelia, sus palabras cortaron el aire como una cuchilla afilada—. Es indiferente que lo creas o no, tanto tú como Mei. —Sus ojos se encontraron con los de Mei, y en ellos había una mezcla de dolor y aceptación—. Si no me hubiera pasado a mí, yo tampoco lo creería.
El silencio que siguió a la confesión de Amelia se tornó aún más denso, como si el aire mismo se hubiera vuelto plomo, aplastando cualquier esperanza de encontrar una salida fácil. Las revelaciones, tan impactantes como incomprensibles, colgaban en el ambiente, sumergiendo a todos en un torbellino de emociones que giraban entre la incredulidad, el miedo y una creciente desesperación. Las miradas de Li Wei y Mei se cruzaron, reflejando la tormenta interna que cada una enfrentaba, mientras la sombra de lo desconocido y lo ominoso se cernía sobre ellos, amenazando con engullirlos.
Jason, visiblemente luchando por mantener la calma, intentó desviar la atención de la desconcertante revelación sobre los gusanos. Su tono fue casi indiferente, como si esa parte del plan fuera trivial en comparación con lo que estaba por venir.
—Prepararé alguna forma para que podáis corroborar mis palabras sobre los gusanos cuando lo apliquemos en Sandro —dijo, intentando restar importancia a la revelación.
Pero las palabras de Jason no lograron disipar el escepticismo que nublaba las mentes de Mei y Li Wei. ¿Un gusano capaz de transformar el sexo de una persona? La idea era tan absurda que bordeaba lo surrealista, y sin embargo, en la situación en la que se encontraban, la realidad parecía haberse distorsionado de maneras inimaginables. A pesar de todo, Amelia había demostrado ser digna de su confianza, y aunque sus corazones se resistían a aceptar la verdad, sabían que su origen no podía cambiar lo que sentían por ella.
El ambiente en la habitación se volvió más espeso, cargado de una tensión que solo aumentaba con cada segundo que pasaba. Jason, visiblemente afectado, luchaba por encontrar las palabras adecuadas. El verdadero problema no era el gusano, sino algo mucho más siniestro y aterrador.
—El problema es el Maestro. Amelia... —Jason se mordió el labio, una señal clara de su propia incertidumbre. La dificultad de lo que estaba a punto de decir lo paralizaba, el miedo brillaba en sus ojos, palpable para las tres mujeres que lo observaban con creciente inquietud.
El rostro de Jason reflejaba un terror tan profundo que Mei y Li Wei sintieron un escalofrío recorrer sus espinas dorsales. Si Jason, el hombre que habían visto enfrentar situaciones imposibles con una determinación inquebrantable, estaba tan asustado, ¿qué clase de ser era ese "Maestro" que lo aterrorizaba tanto? Y peor aún, ¿qué relación tenía con Amelia?
Mei, incapaz de soportar el silencio opresivo, decidió enfrentar la cuestión directamente, su voz era firme pero cargada de una tensión que delataba su temor.
—¿Conoces al Maestro? —preguntó Mei, sus palabras rompieron el silencio como una cuchilla, dirigiendo su mirada hacia Amelia, buscando desesperadamente una respuesta.
Amelia levantó la cabeza del suelo al escuchar la pregunta de Mei, su rostro pálido y sus ojos llenos de una mezcla de miedo e incertidumbre. Observó a Jason, quien había terminado el resto de su whisky de un solo trago y se dirigía nuevamente a la barra, buscando en el alcohol una forma de mitigar el terror que lo consumía. A este ritmo, pensó Amelia con un nudo en el estómago, terminaría ahogando sus temores en la bebida.
—No, solo de oídas —respondió Amelia, su voz era apenas un susurro, como si la mera mención del Maestro pudiera invocar su presencia—. Mi creadora, la Señora Montalbán, le tiene un terror atroz, y ahora veo que Jason también. Pero... ¿qué he hecho yo al Maestro? ¿Cómo he podido ofenderle?
Las palabras de Amelia flotaron en el aire, impregnadas de una angustia palpable. La desesperación en su voz era un reflejo de la sombra que ahora colgaba sobre ellos. La idea de haber ofendido a un ser tan temido era más de lo que Amelia podía soportar, y el temor de que el Maestro deseara su muerte la abrumaba.
Jason, incapaz de responder de inmediato, enjuagó su vaso en el fregadero de la barra con movimientos mecánicos, su mente enredada en una maraña de pensamientos oscuros. Llenó el vaso nuevamente con una generosa porción de whisky, sus manos temblaban ligeramente mientras lo hacía. Regresó a su asiento, su rostro reflejaba el peso de una decisión que sabía, podría costarles todo.
—Existir —murmuró Jason finalmente, su voz era un susurro cargado de una fatalidad que hizo que las tres mujeres se estremecieran.
Esa única palabra parecía contener todo el horror que Jason no podía expresar con más claridad. Las tres mujeres intercambiaron miradas llenas de confusión y miedo, buscando en los ojos de las demás alguna respuesta, alguna certeza que las ayudara a comprender lo que Jason intentaba decir.
Jason jugueteó con la copa en su mano, sus ojos fijos en los hielos que giraban en el líquido ámbar. Finalmente, sin levantar la mirada, continuó hablando, su voz era baja y monótona, como si el esfuerzo de explicar lo incomprensible lo estuviera agotando.
—El Maestro desea conocerte, Amelia. Tienes una característica muy especial. Me he fijado en las otras cuatro... Ninguna de ellas la tiene. Mi única esperanza es repetir las condiciones excepcionales de tu gusano.
El silencio que siguió fue abrumador. Jason no tenía todas las respuestas, y eso era lo que más lo aterrorizaba. No sabía si Sandro adquiriría esa "característica especial" o si su plan fallaría, condenando a Amelia y quizás a todos ellos. Sus ojos, llenos de preocupación, se posaron en Amelia, su rostro era una máscara de desesperanza contenida. Si no lograba lo imposible, sabía que perdería a Amelia, y con ella, todo lo que había llegado a significar para él.
Las tres mujeres se miraron entre sí, sus corazones latiendo al unísono, llenos de preguntas sin respuesta, de miedos que no se atrevían a expresar. El abismo que se abría ante ellos era insondable, y el camino que estaban a punto de recorrer era tan oscuro como incierto. Pero, pese a todo, estaban juntos en esto, y aunque el miedo los envolvía como una niebla espesa, sabían que no tenían otra opción más que seguir adelante, enfrentando al Maestro, al destino, y a las sombras que amenazaban con devorarlos.