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BAD LIFE +18

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Synopsis
Una historia basada en Romeo y Julieta. En el crepúsculo del siglo XIX, el año 1892, la historia de Paul Ackerman y Madeleyne Stone se despliega como un tapiz tejido con hilos de destino y tragedia. Paul, el enigmático líder de la mafia más temida del Imperio Alemán, es un hombre cuya presencia congela la sangre de sus enemigos y cuyo poder es tan vasto como el imperio mismo. Madeleyne, por otro lado, es una visión de fuego y determinación, una pelirroja deslumbrante que ha ascendido desde las sombras de la pobreza para convertirse en la reina indiscutible de los bajos fondos del Reino Unido. Su encuentro en New York, una ciudad de sueños y ambiciones, es un choque de mundos que ni el destino podría haber predicho. Bajo el velo de la anonimidad, sus corazones se entrelazan en un baile peligroso y apasionado, ajeno a la verdad que se cierne sobre ellos como una espada de Damocles. Cuando la realidad de sus identidades se revela, se encuentran atrapados en una encrucijada de amor y lealtad. Cada uno pertenece a un imperio criminal que exige su caída mutua, y sin embargo, su amor florece en medio de la tormenta, un amor tan ardiente y prohibido como el mismísimo infierno. La historia de Paul y Madeleyne es una odisea épica de corrupción, deseo y pecado, donde cada beso robado es un desafío al orden establecido y cada caricia es un acto de rebelión. En un mundo donde la traición y la tragedia son moneda corriente, su pasión se convierte en su más grande fortaleza y su posible perdición. Esta no es solo una historia de dos amantes desafortunados; es un relato de poder y supervivencia, de cómo el amor puede florecer en los lugares más oscuros y cómo incluso en la oscuridad más profunda, la luz del amor verdadero nunca se extingue por completo.

Table of contents

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Chapter 1 - PROLOGO

Max Bessel

En el año de gracia de 1871, cuando el Segundo Reich se alzaba majestuoso sobre las cenizas de la guerra franco-prusiana, yo era un niño de apenas diez años, testigo de la forja de un imperio. Las voces de la realeza proclamaban una era de prosperidad para Alemania, un espejismo dorado que no alcanzaba a tocar las vidas de aquellos en los estratos más bajos de la sociedad.

El mundo se encontraba en el umbral de la modernidad, con industrias emergiendo como titanes de hierro y vapor, destinadas a cimentar a Alemania como la potencia dominante de Europa. Sin embargo, para los desfavorecidos, esta nueva era no era más que una cadena más en su servidumbre, con jornadas extenuantes que les robaban el aliento por un salario que apenas les permitía subsistir.

Mi padre, un veterano marcado por las cicatrices invisibles del frente franco-prusiano, era un hombre quebrado por el estrés postraumático y la depresión. Su alma, consumida por los horrores de la guerra, buscaba refugio en los vicios más oscuros, dilapidando en alcohol y lujuria el escaso dinero que nuestras manos trabajadoras podían ganar.

Mi madre y yo, en un acto desesperado de supervivencia, nos sumergíamos en el mar de la miseria laboral, buscando cualquier trabajo que pudiera llenar nuestras estómagas vacías. Cada noche, la sombra de mi padre regresaba a casa, un espectro ebrio y colérico, desahogando su furia y frustración en mi madre, quien se convertía en el blanco de su ira, un saco de golpes que soportaba la tormenta de su desesperación.

Esta es la historia de un niño que creció en la sombra de un gigante herido, en un hogar donde el amor se entrelazaba con el dolor, y la esperanza era un susurro que luchaba por ser escuchado en medio del estruendo de un imperio en ascenso.

En el crepúsculo de cada día, la ira de mi padre se desataba como una tormenta implacable, azotando sin piedad a mi madre y a mí con una furia que parecía no conocer límites. Era una rutina cruel, un ciclo de violencia que se repetía con la regularidad de las mareas. Sin embargo, con cada noche que pasaba bajo ese yugo opresivo, mi corazón se endurecía, alimentado por un odio y rencor que crecían como maleza en un jardín abandonado. Anhelaba el día en que mi cuerpo alcanzara la plenitud de la madurez, el día en que pudiera enfrentar al monstruo que era mi padre y poner fin a su reinado de terror.

Pero llegó una noche en que mi paciencia, desgastada por años de sufrimiento, encontró su fin. Me hallaba en el refugio solitario del segundo piso, vertiendo mi alma en las páginas de un diario ajado, mientras mi madre, con manos temblorosas, preparaba la cena con las pocas monedas que había logrado ganar vendiendo periódicos en las esquinas polvorientas de la ciudad. Esa noche, mi padre regresó al hogar con una furia más voraz que nunca, una furia que se magnificó al ver que la humilde cena no cumplía con sus expectativas desmedidas.

— ¿Qué diablos es esto, mujer? ¿Qué clase de burla es esta? — rugió, su voz retumbando como truenos en la pequeña cocina.

Con una fuerza brutal, tomó a mi madre por el cabello y, como si fuera un muñeco de trapo, la arrojó a dos metros de distancia.

— ¡He estado trabajando dieciséis malditas horas! ¿Y me recibes con esto? ¿Con una sopa de patatas insípida? — su ira era un fuego que consumía todo a su paso.

Mi madre, con lágrimas surcando su rostro, se arrastró por el suelo intentando alejarse de él.

— Mi amor, lo siento, pero es todo lo que pude conseguir. No hay suficiente para comprar más — suplicó con una voz quebrada por el miedo.

— ¿Y qué hay del dinero que te doy para la comida? — acusó mi padre, aunque bien sabía que nunca aportaba nada a la casa, y cuando lo hacía, era una cantidad miserable — ¡Maldita sea! ¿En qué te gastas mi dinero? ¡Te enseñaré a respetarme!

Se abalanzó sobre ella con una violencia desenfrenada, propinándole patadas y puñetazos, levantándola solo para volver a tirarla al suelo y golpearla una y otra vez. Mi madre imploraba entre sollozos que se detuviera, pero sus súplicas solo avivaban la furia de la bestia.

Desde las sombras, observaba la escena con lágrimas de rabia y desesperación inundando mis ojos, mis dientes apretados en una promesa silenciosa de venganza. Mi paciencia se desvaneció cuando vi a mi padre asestar un golpe tan brutal que hizo que mi madre escupiera sangre.

— ¡Basta! — mi grito resonó con la fuerza de un trueno, lleno de una determinación férrea.

Salté de las sombras y, con un movimiento rápido, lancé un vaso de vidrio contra la cabeza de mi padre. El cristal estalló, dejando una herida sangrante en su cuero cabelludo. Aprovechando su momentánea distracción, corrí hacia la cocina y tomé un enorme cuchillo. Con una mirada firme y llena de lágrimas, como un ángel vengador, lo enfrenté, listo para la batalla.

— ¡Si vuelves a tocarla, te mataré, maldito! ¡Te juro que te mataré! — mi voz era un rugido desafiante.

Mi padre me miró, sorprendido y furioso por el dolor.

— Maldito niño... — gruñó con desprecio.

— Te voy a matar... — le desafié, aceptando que las probabilidades estaban en su favor, pero dispuesto a todo.

Desenvainó su cinturón como si fuera una espada y me amenazó con él. Decidido a enfrentarme, se lanzó hacia mí.

El miedo me recorría las venas, pero era superado por el deseo ardiente de poner fin a ese infierno. Apreté el cuchillo con todas mis fuerzas, me preparé para el enfrentamiento y corrí hacia él, decidido a cambiar nuestro destino.