—Ven aquí, niña, puedo enseñarte tu futuro.
—No, gracias. No llevo dinero dinero encima —La muchacha rechazó la oferta de la vidente y aceleró el paso haciendo ver que iba con prisa.
No era la primera vez que una señora con una bola mágica y promesas de un futuro próspero la paraba por la calle. Era algo muy típico en Nueva Orleans, pero a decir verdad y después de dos años viviendo en la ciudad, Blair aún no acababa de acostumbrarse a todos esos rollos voodoos.
—No necesito tu dinero, ven. Ven conmigo, dame tu mano.
Sin darle tiempo a replicar, la vidente la agarró del brazo. Colocó la palma de la muchacha boca arriba y observó cada detalle en ella.
—¿Ve algo? —Resignada y escéptica, preguntó Blair al cabo de unos largos segundos de espera. Vaya si tenía fuerza la señora, seguramente de ahí saldría un cardenal.
—Muchacha, tienes que acompañarme adentro.
Blair frunció el ceño, ¿adentro dónde?
De nuevo, sin dejar que se oponga, la vidente arrastró a Blair al interior de un local ubicado a espaldas de ambas.
El lugar le puso los pelos de punta a Blair nada más meter un pie dentro. Era oscuro y con un intenso olor a incienso que le produjo un revoltijo en el estómago. Vio varios símbolos raros pintados a tiza en las paredes, los cuales le recordaron a los que se mostraban en los ritos satánicos de las películas de terror. También había montones de estanterías con baldas llenas de libros antiguos y vitrinas con objetos tan extraños como cráneos de aves y un ojo de cristal que, esperaba Blair, fuera de mentira.
Mientras escaneaba el lugar, escuchaba el brusco abrir y cerrar de los cajones de una cómoda. La vidente revolvía en ella con una impaciencia que Blair no comprendía. Y por no comprender, tampoco comprendía porque no se había marchado ya aprovechando que la vidente estaba tan ensimismada buscando a saber qué.
Sin hacer mucho ruido, dio un paso hacia la puerta.
—¡Aquí está! —exclamó la vidente.
La mujer giró hacia Blair con un pequeño objeto en las manos. Un anillo.
—Póntelo y no te lo quites. Esto te protegerá de ellos —Se lo entregó en mano y le dio un fuerte apretón—. Hoy habrá luna azul, eso activará su poder. Ten mucho cuidado con cualquiera que se te acerque.
—¿Disculpe? —Blair alzó una ceja. La muchacha no entendía nada.
—Esta noche es la noche —respondió como si fuera obvio. Al ver que Blair no entendía, dijo alto y claro:— Si no haces caso a lo que te digo, morirás.
—Vale… —Blair dio otro paso más atrás. Ya había oído demasiadas tonterías— lo siento mucho, pero es que tengo que irme a un sitio. Gracias por la charla, eh. Que tenga muy buen día.
Blair salió por patas de la tienda y tomó calle arriba sin volver a mirar hacia atrás.
—¡Hazme caso, intento ponerte a salvo de esos monstruos! —La escuchó gritar.
Blair no se detuvo en su camino e hizo como si no la hubiera oído.
Al llegar a casa, se quedó observando el anillo. ¿Debía tirarlo a la basura y olvidarse de todo lo que le había dicho aquella mujer? Quiso pensar que todo ese cuento había sido para asustarla. Seguro que quería venderle algo. Pero, fuera como fuera, esa noche Blair durmió con el anillo debajo de la almohada.
Al día siguiente las cosas no dejaron de ponerse raras. Daphne Erikson, una compañera de la universidad con la que nunca había intercambiado más de dos palabras en todo el curso, se acercó a hablarle en el intercambio de clases como si hubieran sido amigas de toda la vida, lo que la incomodó un poco.
—Estaría bien que vinieras hoy a mi casa a estudiar —dijo mientras se limaba las uñas sentada sobre el pupitre de Blair. Le daba vergüenza pedirle que se bajara porque no tenía espacio para poner sus libros, así que no lo hizo—. No estarán mis hermanos, así que no nos molestarán, no te preocupes.
—Ya… —Blair le contestó sin saber que decirle. ¿Qué le podía decir?
—Entonces, ¿eso es un sí?
Blair removió la cabeza sin dejar del todo clara su respuesta, primero tenía que pensar una excusa.
—Es que tengo demasiadas tareas —dijo finalmente. Vio que Daphne abría la boca para replicar, así que se adelantó—. Historia. No compartimos esa asignatura. Lo siento, quizá otro día. Si no entrego mi trabajo a tiempo, el señor Gibbens me suspenderá.
Daphne sonrió con suficiencia.
—Puedo ayudarte. Te sorprendería lo mucho que sé de historia. En mi casa a las cuatro.
—Pero…
Daphne se le arrimó a un palmo de la cara, haciéndola callar en el momento.
—Vendrás —La miró profundamente a los ojos. Blair no pudo apartar la mirada—. A las cuatro en mi casa. Estudiaremos y luego pasaremos la tarde juntas.
Blair cambió de parecer. Ir a la casa de los Erikson le pareció una idea maravillosa.
—Claro. Allí estaré, ¡será divertido!
Después de haber terminado las clases y de haberse pasado primero por casa para comer algo, Blair se presentó en la casa de los Erikson a las cuatro en punto, tal y como había acordado con Daphne.
La casa era un precioso edificio de tres plantas de estilo gótico, como un pequeño castillo británico que han metido en medio de la ciudad. Muy imponente, muy Daphne Erikson.
Golpeó la aldaba y esperó a que la recibieran. Una señora mayor que se presentó como la ama de llaves le abrió la puerta y la dejó pasar.
—La señorita Erikson me avisó de que vendría una invitada —La guió a través del pasillo largo y estrecho que era el recibidor hasta llegar a un espacioso salón ubicado al fondo de la primera planta—. Puede quedarse aquí mientras espera. Iré a avisar de que ya ha llegado.
La ama de llaves se fue escaleras arriba y Blair aprovechó ese tiempo a solas para admirar la estancia por dentro. Se dedicó a curiosear en la librería y cayó en la cuenta de que varios de esos tomos —por no decir todos— eran primeras ediciones que podrían venderse como colección por varios millones de dólares.
—¡No toques eso! —El grito la tomó tan desprevenida que se le escapó un libro de las manos.
Varias hojas se desprendieron y se esparcieron por el suelo. Blair se agachó a recogerlas lo más rápido que pudo.
—Lo siento. Lo siento. Lo siento —Arrugó algunas de las hojas sin darse cuenta mientras las apilaba. Estaba nerviosa, sintió como si hubiera roto la pieza de un museo. Aunque más o menos así era, no podría pagarlo así si se lo pidieran—. No debería… no… perdón, yo solo… se me cayó. Lo siento muchísimo, no quería.
Cuando se puso en pie, el chico le quitó el libro y le preguntó de malas maneras:
—¿Sabes lo que me costó convencer a Shakespeare de que me lo vendiese? —Lo abrió para hojearlo— ¡Me has desordenado las páginas!
—Disculpa…
—Tus disculpas no arreglarán mi manuscrito.
—Nathan, hermano, ¿te importaría dejar de molestar a mi invitada?
Daphne estaba en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Blair suspiró con cierto alivio, al menos ella no parecía enfadada.
—Tu invitada no lleva aquí ni cinco minutos y ya se ha cargado un libro de cuatrocientos años.
Daphne se encogió de hombros.
—Estaba viejo ya. Había que tirarlo, te ha hecho un favor —Ignoró la cara de incredulidad que puso su hermano y subió las escaleras—. Estaremos en mi cuarto, ni se te ocurra venir a molestarnos.
Blair musitó unas últimas disculpas — a lo que Nathan puso mala cara— y siguió a Daphne. La habitación de Daphne estaba en la última planta, en el altillo. A comparación del resto de la vivienda, los muebles eran sencillos: todo era madera. El toque tan rústico le recordó a Blair la casita de Heidi en los Alpes, aunque no parecía el estilo de Daphne.
—No me gusta lo ostentoso —dijo Daphne, adivinando lo que Blair pensaba—. Quiero aprender a vivir con poco. Esta habitación la pagué yo sola con mi primer salario —Miró alrededor con orgullo—, no ha quedado tan mal. Cuando termine la semana me compraré el espejo, es lo único que me falta.
—No sabía que trabajaras.
—De lunes a viernes en una tienda de ropa del centro.
Daphne se quitó los zapatos y se sentó en la cama. Blair se acomodó en la silla del escritorio.
—Por cierto, disculpa a mi hermano, a veces es un grano en el culo. Pensé que se había ido con Ulrick y Ben.
—¿Ulrick y Ben son tus otros hermanos?
Daphne asintió.
—Ahora están en Virginia arreglando unos asuntos.
—Virginia es un lugar bonito, estuve allí cuando era niña —dijo Blair. Pasó allí un verano estupendo a los seis años—. Y no tienes que disculparte por lo de… ¿Nathan? —Así escuchó llamarlo Daphne— Fue culpa mía, tenía razón para enfadarse ya que rompí su libro. Era muy caro, ¿verdad? —preguntó con temor.
—No te preocupes por eso, le da más importancia de la que tiene.
—Comentó algo sobre Shakespeare —recordó en ese momento—, que se lo había vendido o algo así.
Daphne pensó antes de contestar.
—Sí, no le hagas mucho caso, es que tiene problemas.
—¿Problemas?
—Mentales.
—Ah.
—¿Qué tal si te ayudo con historia? —Cambió completamente de tema y dio un par de palmaditas al lugar vacío junto a ella para que Blair se acomodara a su lado, cosa que hizo. La silla era demasiado incómoda— El señor Gibbens no tiene ni idea de cómo dar una clase.
Horas más tarde, Blair caminaba de vuelta a casa. Lo había pasado bien con Daphne, sonrió al pensar que quizá había hecho una nueva amiga.
—¡Ya estoy en casa! —exclamó atravesando el umbral. El tío Dean estaba en la cocina. La casa entera olía a pizza recién horneada.
El tío Dean salió con el delantal puesto y con la comisura del labio manchada de salsa de tomate.
Traición.
—¿Empezaste sin mí? —Blair se hizo la ofendida, llevándose la mano al pecho— Es viernes, viernes de pizza. No puedes empezar sin mí.
El tío Dean puso los ojos en blanco.
—No seas dramática y guarda tu mochila en el cuarto. Ya va a empezar Friends, hoy te toca poner la mesa.
Los viernes era el único día que el tío Dean no trabajaba, así que para ellos era especial, uno de los pocos momentos de la semana que tenían para pasar tiempo en familia.
—Hoy he ido a comer con la jefa —comentó Dean, ya con la mesa puesta y mientras mordisqueaba un trozo de pizza. Blair también se sentó a su lado en el sofá y puso el canal siete, estaban dando el capítulo de la boda de Chandler y Mónica—, creo que me ascenderá pronto.
—Ya era hora, porque te estás comiendo todos los turnos de noche.
—Eso no importa mientras consiga el puesto. Podremos pagar un apartamento nuevo —Miró las paredes desconchadas y los marcos rotos de las ventanas. Eso era a lo que podían aspirar con el sueldo de cajero de supermercado 24 horas—, este se cae a pedazos. Pero bueno, dime, ¿qué tal fue tu día?
—Estuve en casa de Daphne.
Dean se mostró confundido, no había escuchado a su sobrina hablar nunca de ninguna Daphne.
—Es una chica de la universidad —aclaró Blair— y me invitó a estudiar juntas en la tarde.
Dean asintió satisfecho y pegó un trago al botellín de cerveza.
—Así me gusta, que salgas con tus amigos. Por cierto, mañana…
Alguien llamó a la puerta.
Blair miró el reloj sobre el mueble del televisor, que marcaba las once y veinte. ¿Quién podía ser a esa hora?
Dean se levantó a abrir.
—Hola —Escuchó que decía el tío Dean al invitado inesperado—. ¿Tú eres…?
—Nathan Erikson, señor. Estoy buscando a Blair, ¿puedo pasar?