LISA
En el momento en que salgo del coche, un escalofrío recorre mi columna que no tiene nada que ver con la temperatura. Algo no está bien.
La gente se apresura a cruzar el estacionamiento, con la mirada baja y los hombros encorvados. Los carritos de compra retumban al pasar, apilados hasta arriba con agua embotellada y papel higiénico. Es como si todos se estuvieran preparando para algún desastre inminente.
—¿Qué está pasando? —murmuro.
Kellan aparece a mi lado. —Tú también lo sientes, ¿eh? —pregunta.
Asiento con la cabeza, observando cómo una madre pasa apresurada con dos niños pequeños a cuestas, su rostro tenso por la preocupación. —Esto no es normal, ¿verdad? Pensé que estos pueblos se suponía que eran... no sé, ajenos a todo —comento.
Él sacude la cabeza sombríamente. —Parece que ya no hay lugar seguro.