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Después de varias rondas de Jericho exigiendo que atacáramos, solo para terminar en el suelo con nuevos moretones cada vez, colapsé en el polvoriento suelo, pecho agitado, pulmones gritando por aire. El sudor baja por mi cara, picándome los ojos. Lisa yace a mi lado, igual de empapada, su respiración con jadeos entrecortados.
Jericho se cierne sobre nosotros, su rostro con cicatrices impasible.
—Patético. Estarían muertos en el momento en que un lobo los mirara mal.
Miro hacia él con el ceño fruncido, demasiado sin aliento para replicar. Él hace un gesto con la cabeza, indicándonos que nos levantemos.
—En pie. Síganme.
De alguna manera, me pongo en pie tambaleándome, mis músculos temblando por el agotamiento. Lisa se queja mientras se levanta, su rostro enrojecido y el cabello pegado a su frente.
Jericho nos guía hacia la pista, su caminar decidido.