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El terror que me había apretado tan fuerte finalmente comienza a soltarse, lavado por la emocionante sensación de mis pies golpeando contra el suelo, el mundo pasando rápidamente en mi periferia.
Es un ritmo simple.
Un pie delante del otro.
Salto sobre un obstáculo. Virar para evitar un árbol.
El viento contra mi piel es duro, como mil látigos helados azotando mis mejillas. Pero el dolor es casi eufórico.
Mis pies golpean el suelo del bosque, cada paso alimentando el fuego de la libertad que arde dentro de mí.
Es una sensación como ninguna que he experimentado: poder puro, una energía casi frenética, zumbando a través de mi cuerpo con una intensidad que me roba el aliento. Los árboles pasan rápido en manchas de sombra.