Cuando abro los ojos esta vez, Lisa está echando una siesta en el sofá. El Grimorio, en forma de libro, está en el suelo delante de mí.
Al verlo en esa forma, me surge una pregunta en la mente, algo que había olvidado preguntarle en esa extraña dimensión mental-mágica. ¿Por qué me mandó al Magíster Orión y a la Sala de los Fae, si siente tan poco respeto por los magos?
Ese grueso cordón dentro de mí, el nuevo lazo que me une con el Grimorio, vibra intensamente, pareciendo casi irritado. Sin pensar, acaricio la cubierta del libro, tratando de calmar a este espíritu con ínfulas de perro que llevaba dentro.
En cuanto mis dedos tocan la cubierta, puedo oír su voz en mi cabeza, sonando como un niño enfurruñado y no como un imponente espíritu con llamas cubriendo su piel. Es curioso cómo no me quemaron, sin embargo.
—Tengo respeto por los magos —replica de mal humor—. Solo que a veces son idiotas.
—Ya. Muy respetuoso.
—El respeto se presenta de muchas formas.