Inclinándome hacia adelante, miro al espíritu, que parece desconcertado por la intensidad de mi mirada.
—¿Qué? —suena defensivo por primera vez.
—No te gustan los hechiceros o magos, ¿verdad?
Frunce el ceño. —No me gustan los humanos, humano.
—Te dije, soy Licano —algo así.
—Hmm. —No parecen convencidos. Supongo que no puedo culparlos. No es como si pudiera transformarme.
—Eres Grimorio, ¿verdad?
Entre un parpadeo y el siguiente, ahora están de pie frente a mí, los pies firmemente plantados contra el suelo y más altos que antes. ¿Qué tan alto? ¿Siete pies? ¿Ocho?
¿Son esas llamas las que veo titilando sobre su piel? Sí. Sí, lo son.
Se ha ido el ser etéreo y andrógino. En su lugar hay una figura imponente, llamas danzando sobre una piel que parece sólida e intangible. Su pelo es rojo como la sangre, sus ojos plata perturbadora, y es sin duda hombre.
Mantengo mis ojos en su rostro.