—¿Estás enojada conmigo? —El susurro vacilante de Selene provoca cosquillas en el fondo de mi mente, incluso mientras su aliento de perro asalta mi cara.
—Abriendo un párpado a regañadientes, miro de reojo —Estoy durmiendo, Selene.
—No, no lo estás. Puedo escucharte pensar.
—Resoplando, me entierro más profundo en la calidez y suavidad de mi cama. El empujón insistente de Selene lo hace imposible, su cuerpo peludo presionado contra el mío hasta que me siento sofocada por su calor.
—Demasiado calor—musito, intentando apartarla. Pero ella es un muro inamovible de pelo y músculo.
—Gime, apoyando su barbilla en mi mejilla. Su aliento, que evoca imágenes de comida para perros y sardinas, me baña la cara —¿Estás enojada conmigo, Ava?
—No, no estoy enojada—Suspiro, resignada a que esta conversación ocurra, quiera o no.
—Suenas enojada.