—Qué gatita tan traviesa —murmura el vampiro, frunciendo el ceño de una forma que borra la belleza de su rostro.
El agarre del vampiro se aprieta, aplastando mi garganta mientras lucho contra él. Mis pulmones suplican por aire. Aruño sus manos, mis uñas raspan inútilmente contra la carne inquebrantable. El pánico inunda mi mente, borrando el pensamiento racional.
—¡Tu entrenamiento, Ava! ¡Recuerda tu entrenamiento! —La voz de Selene corta mi creciente histeria.
—Claro. Entrenamiento. —Las lecciones de Jericho pasan por mi cerebro falto de oxígeno. Dejo de debatirme y me concentro, permitiendo que mi cuerpo se relaje, conservando fuerzas. El vampiro sonríe, interpretándolo como sumisión. Su aliento frío me baña la cara mientras se inclina, con las fosas nasales dilatadas. ¿Está... oliéndome?