—Más fácil decirlo que hacerlo. Pero trato de despejar mi cabeza, de dejar que mi cuerpo tome el control. Me deslizo a un lado, evadiendo un gancho derecho vicioso. Ahí—una apertura. Es clásico y obvio y podría ser una trampa, pero me lanzo hacia adelante, dentro de su alcance, y llevo mi codo a su plexo solar.
—Él gruñe, doblando su cuerpo. Sin darle tregua, agarro su brazo y pivoto, usando su propio ímpetu para volcarlo sobre mi cadera. Golpea la lona con fuerza, el aire expulsado de él.
—Por un segundo, solo me quedo ahí parada, atónita. ¿Santo cielo, realmente acabo de hacer eso? Una sonrisa lenta se extiende en mi rostro.
—¡Bien! —exclama Amara—. Eso es suficiente por ahora.
—Nos separamos, ambos jadeantes y sudorosos. Miro a mi oponente, esperando ver respeto a regañadientes o incluso sorpresa. En lugar de eso, la furia contorsiona su rostro, sus ojos brillando con ira apenas contenida.