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La siguiente mañana, Khalifa bajó a preparar su desayuno, esta vez sin importarle hacer el de nadie más. Tampoco se preocupó por disfrazarse.
Una de las pocas cosas buenas de tener a un bastardo intimidante cerca era que probablemente estarías protegida de las miradas lascivas de otros hombres. Así que, no necesitaba soportar el disfraz, y podía moverse mucho más cómodamente.
Estaba tranquilamente friendo unos huevos cuando un aliento caliente tocó sus oídos.
—Buenos días —la voz aterciopelada susurró, una mano cálida tocando sigilosamente su curvilínea cadera—. ¿Qué hay para desayunar hoy?
—Jamón y huevos —dijo ella, hábilmente alejándose de su agarre sin pausar su tarea—. Mi desayuno.
—¿Y el mío?
—Hazlo tú mismo —dijo ella volcando la comida en su plato.
Él la observó hambriento mientras veía sus videos, el calor en sus ojos quemaría la piel de cualquier otra mujer.
Pero no con Khalifa.