Al día siguiente, el teléfono universal ignorado, que Hugo secretamente había puesto en silencio desde la última vez que llamó, vibró como loco de nuevo.
Cuidadosamente se inclinó sobre la adorable Khalifa dormida para coger el teléfono y contestar.
—¿Khalifa? Gracias a Dios que contestas
—Soy yo. —
—¡Hugo! —gritó Kaize, y los ojos de Hugo se contrajeron mientras se rascaba las pobres orejas.
—No sabía que eras una comadreja.
—¿Dónde está Khalifa?
Con pereza colocó una mano detrás de su cabeza, tumbado en la cama, los ojos sobre la hermosa mujer a su lado con una sonrisa cálida.
No pudo evitar deslizar la mano en su espalda hacia la de ella y ella tiernamente hundió su cabeza en su abrazo. Se rió con ganas.
—Está durmiendo. No la molestes. —
Se podía oír una respiración agitada al otro lado. Ese tipo definitivamente estaba intentando calmarse.
—Eres un cabrón. ¡Ella es mi mujer!
—Antes no te importaba compartir. —