La mente de Nancy se quedó en blanco y perdió la cuenta de cuántos orgasmos eran ya.
Tan bueno, tan cómodo...
Gruñía y murmuraba inconscientemente.
—Palo de carne, quiero palo de carne... Cariño, dame palo de carne... —Al oír sus caprichosas súplicas por un palo de carne, Miguel se levantó inmediatamente, agarró su polla y se la llevó a ella.
Nancy sostuvo el grueso palo de carne, y el calor rodante parecía imprimirse en su corazón a través de su palma.
En ese momento, era más bien como una flecha en un arco que tenía que ser disparada.
—Bebé, muévete.
Viendo que ella todavía estaba aturdida, Miguel empujó con más fuerza, dejando que la feroz vara se deslizara un poco en la mano de la niña pequeña.
Nancy solo sentía más calor, una corriente eléctrica subiendo desde su coxis y corriendo por su columna hasta el cielo.
A Miguel no le bastaba con su suave fuerza, y tras el placer llegó un hambre y lujuria más profundos.