Miguel fue golpeado por un rayo y se quedó congelado en su lugar.
—¿Salió de viaje y volvió a casa sin siquiera un nido...?
—Bebé, no, no me eches.
El hombre alto se agachó frente a ella, agravado, y extendió la mano para tocarle las piernas, solo para ser apartado con una bofetada.
—Bebé, con tal de que sueltes tu ira, puedo hacer cualquier cosa, no me alejes, está bien, no puedo dormir sin ti...
Las esquinas de sus ojos estaban rojas y la miraba suplicante, su rostro estaba pálido y su voz llena de agresión.
Como un gran perro abandonado por su dueño.
Viéndolo así, Nancy sonrió para sí misma.
Ese día, ella también lloró, también estaba muy asustada, también muy afligida, pero él aún así la asustó de esa manera, ahora qué es.
Nancy no se conmovió y ni siquiera quería hablar con él.
Le dio la espalda y continuó leyendo.
Ahora en sus ojos, el libro puede ser mucho más hermoso que un hombre, ¡y menos aún un hombre que la enfurece!