—Así es, hermanito, déjame decirte, las mujeres afuera están todas inquietas, no juegues con ellas, yo soy la mejor para ti.
Los dedos sensuales de la mujer trazaron el cinturón de Greyven, tocaron la masa abultada y la golpearon fuerte.
Sujetando sus dedos traviesos con una mano, Greyven la apresó contra el frente de su escritorio y tocó su cintura y estómago en modo de advertencia.
—¿Qué pasa bebé, celosa? ¿No puedes esperar para mostrar tus encantos?
Anastasia era la segunda mujer más encantadora y atractiva del mundo, y Greyven pensaba que ninguna mujer se atrevería a llamarla la primera.
Ella había nacido extremadamente bella, con un par de ojos de flor de durazno brillantes y encantadores, cola delgada y puntiaguda, un poco curvada, extremadamente seductora, además de piel fría como el hielo y huesos como el jade, labios rojos como el cinabrio, una sonrisa que parecía robar el alma de la gente.