—¡Cálmense, todos! —gritó la mujer. Su voz mostraba una autoridad que incluso hizo que la criatura se encogiera de miedo.
—Por favor… No quiero que él muera —dijo Felissa calmadamente. Su energía se estaba agotando y la hacía sentir mareada.
—¿Por qué debería? —respondió la mujer indiferentemente. Se acercó más a Felissa y gruñó suavemente.
—Ni se te ocurra —intervino Vicenzo, poniéndose frente a Felissa para protegerla en caso de que la mujer intentara hacerle daño.
—Vicenzo… —Felissa susurró y agarró su hombro, empujándolo lentamente hacia un lado—. Es mi culpa. Debo asumir la responsabilidad de mis errores, Vicenzo. Por favor, déjame hacerlo. No tenemos mucho tiempo —susurró Felissa. Estaba perdiendo fuerzas y trataba de mantenerse fuerte frente a todos.
Vicenzo apretó los dientes. Entendió y retrocedió, pero se mantuvo compuesto y listo por si pasaba algo.