Vicenzo mantenía sus sentidos alerta, lo que le agotaba las fuerzas. Se detuvo y se sentó en el suelo.
—¿Estás bien, Señor? —preguntó Elio preocupado. Habían caminado por un camino sin fin durante dos horas, pero no había progreso.
—Sí, tú también deberías descansar. Es inútil gastar más energía en la nada —suspiró Vicenzo profundamente. Bebió un poco de agua y miró alrededor. Concluyó que estaban atrapados en un bucle, ya que el Laberinto no estaba hecho para ser infinito.
—S-sí, Señor —respondió Elio y se sentó junto a Vicenzo.
—Cuéntame cuando escapaste. ¿Cómo lograste entrar en este lugar? —Vicenzo preguntó. Quería saber si podía obtener alguna información para ayudar en su situación actual.
—Bueno, realmente no recuerdo ya que solo seguía corriendo —Elio frunció el ceño avergonzado de haberse convertido en una carga para el Alfa.
—Ya veo —Vicenzo se levantó y apretó su mochila alrededor de su cintura. Luego sacó su espada.