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Natan dejó de caminar y miró hacia atrás. Sintió una presencia, pero no había nadie detrás de él. Permaneció tranquilo, pero sus manos agarraron lentamente su espada. Estaba solo y tomó un camino diferente. Su plan era explorar el Laberinto más que ganar.
—Me pregunto qué esconde este lugar —susurró Natan, sintiendo un escalofrío detrás de él. Cuando se dio la vuelta, se encontró cara a cara con una estatua inmóvil.
—¿Eh? ¿Qué es esto? —murmuró Natan y miró fijamente a la cara de la estatua. Estaba confundido, pues cómo había llegado la figura tan cerca de él.
Sin dudarlo, Natan desenvainó su espada y atacó hacia la estatua.
En cuestión de segundos antes de que la hoja de Natan golpeara la cara de la estatua, esta se movió y bloqueó el ataque de Natan con su espada.
—¿Qué eres? —preguntó Natan y saltó hacia atrás para observar a su enemigo.