Felissa se miró en el espejo y evaluó su apariencia.
—Te ves hermosa, Mi Dama —la sirvienta elogió y juntó sus manos.
—¡Ah! ¡Gracias! —Felissa sonrió y acarició sus labios, que tenían lápiz labial rojo.
—Es hora —la voz de Renata se escuchó junto a la puerta. Tenía una expresión seria, lo que hizo que Felissa temblara.
—Madre —dijo Felissa y miró hacia abajo.
Renata entró y le hizo un gesto a la sirvienta para que saliera. Se paró frente a Felissa y examinó su apariencia para ver si era de su agrado.
—Recuerda encontrar un noble decente. Sería mejor si es rico —Renata le recordó a su hija su deber.
—Madre, ¿y si mi compañero verdadero no es un noble? —preguntó Felissa lentamente. Le costó mucho coraje decir esas palabras.
—¡Niña ingrata! ¡No! ¡Lo rechazaré por tu bien! —gritó Renata y levantó la mano para abofetear a Felissa, pero un tosido la detuvo.
—No levantes la mano a Felissa —Aroldo miró severamente a su esposa antes de abrazar a Felissa con fuerza.