Rosina estaba en el baño y se limpiaba del semen de Orso que le había eyaculado en el trasero. Se sentía satisfecha, pues ella también había llegado al clímax.
—Hmm, esto debería ser suficiente —susurró Rosina y recogió en su mano una porción del semen de Orso. Estaba a punto de lamerlo cuando alguien tocó a la puerta.
—Su Alteza —dijo Orso desde el otro lado de la entrada.
—¿Sí? —respondió Rosina, pero Orso no contestó. Un silencio desde el otro lado despertó su curiosidad sobre lo que había sucedido.
Rosina se arregló y se envolvió en una toalla antes de abrir la puerta y revelar a dos caballeros frente a ella, y detrás de ellos estaba Orso, con lágrimas en los ojos.
—Lo siento, Su Alteza. Esta es la única manera que veo adecuada para pagar por mis crímenes —exclamó Orso, retrocediendo un paso.
Rosina lo miró directamente a los ojos. Nunca esperó que Orso la traicionara, pero tampoco le sorprendió.