Los ojos de Draco se abrieron de par en par y sintió que su lobo se volvía protector al ver el estado de Rosina. Estaba a punto de moverse y detener la pelea, pero Silvio se le adelantó.
—¡Alto! —Silvio empujó a Aria a un lado y adoptó una postura defensiva—. ¿Qué estás haciendo!?
—¡Señor, ella comenzó primero! —exclamó Aria señalando a Rosina.
—Yo... —Rosina no continuó sus palabras y lloró, fingiendo sus lágrimas. No necesitaba explicar, ya que lo que vieron era suficiente evidencia, aunque ella las hubiera fabricado.
—¡Basta! —gritó Draco con furia. Todos pensaban que estaba enojado por la pelea de las chicas, pero era porque había reaccionado tarde.
Todos se quedaron en silencio e inclinaron la cabeza en sumisión.
—Rosalina, ven conmigo —dijo Draco y salió de la cocina.
Silvio ayudó a Rosina a levantarse, pero antes de que ella saliera, miró a Aria con una sonrisa burlona para enfadarla aún más.