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Rosina sonrió con malicia al escuchar lo que Pepe afirmó. Le gustaba que la encontrara divertida porque significaba que había captado su atención.
—Hmm —murmuró Rosina y levantó la cabeza para mirar a los ojos esmeralda de Pepe—. Tus ojos son hermosos.
—Gracias —respondió Pepe. Su mano fue a las mejillas de Rosina y acarició su suave piel.
La atmósfera entre los dos cambió. Se volvió erótica e íntima debido a la cercanía de sus cuerpos, y sintieron el calor del otro.
Rosina dejó que su cuerpo se presionara contra Pepe, y el contacto hizo que sus emociones ardieran. Su respiración se entrecortó por la lujuria y el deseo que sentían el uno por el otro.
—Rosa —susurró lentamente Pepe, el apodo de Rosina. Sus ojos se volvieron brumosos mientras inclinaba la barbilla de Rosina y bajaba su cabeza.