Rosina dejó de correr cuando el sonido de los gritos se hizo más evidente. Se escondió detrás del árbol y se arrastró por el suelo para camuflarse. También empezaba a oscurecer, acercándose la nocturnidad.
Rosina miró al cielo anaranjado antes de olfatear el aire para saber cuántos hombres lobo estaban allí follándose a Donata.
«Hay diez lobos machos», pensó Rosina antes de detenerse en seco cuando vieron su figura.
Los hombres tenían los pantalones bajados y se hacían pajas delante de Donata mientras uno de ellos la follaba.
—Deberías estar agradecida ya que todos se quedaron con hambre mientras tú comes —dijo el que estaba follando a Donata con una gran sonrisa. Agarró su cuello y presionó suavemente mientras la penetraba profundamente.
—Por favor, para... —Donata suplicó, pero no fue escuchada. Sus palabras hicieron que los hombres se calentaran aún más ya que querían dominarla.